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La prueba de fuego de Uber, Cabify y los taxis tradicionales

TRANSPORTE. Los nuevos servicios privados de traslado de pasajeros ya están operativos en Valparaíso y Viña. Este Diario se subió a ellos y los midió kilómetro a kilómetro.
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Cristián Rojas M.

Totalmente operativos se encuentran en Valparaíso y Viña del Mar los nuevos servicios de transporte privado Uber y Cabify, que se contratan a través del smartphone y que han desatado una gran polémica con los taxistas tradicionales en Santiago. Desde este viernes, el Gran Valparaíso cuenta con estos dos servicios online y según los viajes efectuados ayer por este periodista, son considerablemente más baratos que los taxis negros de techo amarillo.

Lo primero que hay que saber para iniciar un viaje tanto en Uber como en Cabify, es que se debe descargar la aplicación al celular, la que está disponible para los sistemas operativos Android, Windows Phone y iPhone. Durante el proceso debí dejar mi nombre, mi correo electrónico y mi número de celular, para poder ser contactado por el conductor o por la propia empresa, ya que el recibo del viaje llega después al mail.

Además tuve que inscribir una tarjeta de crédito, con la que al finalizar el viaje se hizo el pago de manera automática, ya que no es posible cancelar en efectivo.

Desde el celular (con internet y el GPS activado) solicité un vehículo, -en este caso un Uber básico, no de lujo- y en el smartphone pude ver el más cercano disponible, el modelo del auto, la patente, el nombre del conductor y su foto, así como el valor estimado del trayecto al que correspondía mi solicitud.

En este caso, mi viaje era entre Errázuriz con el pasaje Ross, en Valparaíso, hasta el mall de Viña del Mar, en 15 Norte, y el sistema arrojó que el costo estimado sería entre $4.031 y $5.175. De manera automática se me asignó un automóvil -el más cercano-, el que supuestamente llegaría en 8 minutos, pero finalmente demoró cerca de 15, ya que el chofer, que venía en dirección al puerto, no me vio, siguió de largo por Errázuriz en la misma dirección y más tarde apareció por Blanco, en dirección hacia el puerto, donde logré hacerle una seña y me subí. "El GPS me indicaba que usted estaba en otro lado", me explicó.

El Toyota Yaris sedán blanco estaba en perfectas condiciones, no tenía nada que indicara que era de alquiler, tampoco había una identificación del conductor a la vista. En todo momento la velocidad que empleó el conductor era la permitida y una vez que le dije dónde iba, me dijo que nos iríamos por San Martín hasta 15 Norte, a lo cual no me opuse, ya que el valor del viaje igual estaría dentro del rango indicado previamente, independientemente de la ruta que tomara, que por lo demás, me pareció adecuada.

Mientras viajábamos, el chofer, de unos 50 años y carácter afable, me contó que ayer fue su cuarto día en este rubro, ya que tiene una PYME a la que no le ha estado yendo muy bien últimamente, por lo que decidió probar como chofer privado.

La noche del viernes trabajó entre las 20:00 y las 2:00 de la mañana, hizo unos 11 viajes, casi todos trayectos cortos en Viña, el más largo de unos $5.000, y el más corto de $3.000. "Lo bueno de este sistema es para la gente que carretea, así no andan manejando con los copetes", me dijo, y a juzgar por el horario en que trabajó ese día, el grueso de su clientela fueron personas saliendo de pubs, discoteques y restaurantes.

Desconocía cuántos conductores de Uber hay en la zona, pero según lo que le contó uno de sus pasajeros, serían unos 16. También me detalló que llegó a la empresa por medio de un amigo de Santiago, un oficinista que se hace un ingreso extra como conductor Uber y le envió una invitación para que se inscribiera. Dijo no temerle a una reacción violenta de los taxistas porteños y viñamarinos, porque, a diferencia de Santiago, "son pocos y más tranquilos".

Tras un agradable trayecto, el viaje llegó a su fin en 17 minutos, y me costó $5.164, tal como lo anticipaba la estimación hecha por la aplicación.

En 14 Norte con 1 Oriente abordé un taxi tradicional, en un paradero en el que había uno de techo amarillo y dos azul marino. En este caso tomé uno de estos últimos, un Kía Rio seminuevo, de apariencia impecable. "La única diferencia es el color", me dijo su conductor en el trayecto, en el que tomó la ruta Libertad, 1 Norte, Av. Marina, Errázuriz, Brasil y Blanco, hasta llegar al pasaje Ross, en Valparaíso.

Al consultarle si teme ver afectada su fuente laboral con la irrupción de Uber y Cabify, me contestó que no entendía nada de esos sistemas, más allá de lo que había visto por televisión.

También me detalló que aparte de los taxis básicos existen los radiotaxis y los taxis ejecutivos, ambos con vehículos de diversos colores, y que los taxis básicos dejarán de ser negros con el techo amarillo "porque a la gente no le gusta", así que desde el próximo año empezarían a ser azules, tal como el suyo.

Al hablar de la tarifa, me dijo que ese trayecto tiene un costo de $12.000 porque así lo acordaron con sus colegas. Le consulté qué pasaría si un pasajero pide que la tarifa se ajuste a lo que dice el taxímetro, y entre balbuceos me aseguró que no lo permiten y que incluso esta tarifa "va con descuento", lo que efectivamente comprobé al llegar a mi destino, ya que el taxímetro marcaba $15.700. Demoró 17 minutos.

El conductor, con su identificación a la vista, también tuvo un trato cordial y nunca se excedió de la velocidad permitida.

Una vez de vuelta en el punto de partida, ingresé a Cabify y pedí un vehículo. El sistema indicaba que el viaje tendría un costo estimado de $7.230, y el conductor no demoró más de 10 minutos en llegar, al volante de una van Hyundai H-10 en perfecto estado, que según me dijo una vez a bordo, la usa en servicios de turismo y traslados al aeropuerto de Santiago, por lo que tiene una licencia profesional para traslado de pasajeros, a diferencia de los choferes de Uber.

Apenas iniciado el viaje se dio cuenta que algo estaba fallando en el sistema, por lo que puso el cuentakilómetros en cero, para poder ingresar los datos del viaje de esa forma. Llamó a la central y dio cuenta de la situación.

Me explicó que están en marcha blanca, y a poco andar en su celular comenzó a sonar una especie de alarma. Me contó que era alguien que estaba solicitando un viaje en Viña del Mar, en la calle Viana, y que él era el más cercano, pero que no podía atender ese llamado porque iba conmigo a bordo.

Al igual que el chofer de Uber, me contó que el servicio "generalmente lo piden en Viña y en Reñaca. En la noche hay más movimiento, gente que sale a cenar y luego llama".

Me contó que tampoco temía actitudes matonescas de los taxistas tradicionales. "Aquí no es como en Santiago", dijo, y luego me aclaró que tenía todos los permisos para ejercer esta labor. "No tenía ningún viaje, así que con esto salvo el día", me comentó.

Al igual que los servicios anteriores, el viaje duró menos de 20 minutos. Al revisar mi correo electrónico me di cuenta que Cabify me cobró el valor mínimo, es decir $1.300, probablemente debido a la falla en el sistema que tuvo el celular del conductor. Para concluir esta nota con todos los comparativos en orden, una colega hizo el mismo viaje, cuyo costo fue $7.680.