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Reos: el baile de los que sobran

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La liberación de 724 internos desde distintas cárceles de la Región de Valparaíso marcó un punto de inflexión en la opinión pública, como hace tiempo no se veía por estos pagos, más que nada por una coyuntura en la cual la sensación de inseguridad se ha tomado buena parte de las últimas dos administraciones.

En este ir y venir se han escuchado múltiples reflexiones y reacciones destempladas, encabezadas por quienes apuntaron con el dedo al Poder Judicial y un supuesto descriterio de la presidenta de la Comisión de Libertad Condicional, la ministra de la Corte de Apelaciones porteña, Silvana Donoso, cuyo cuerpo otorgó libertad condicional al 90% de los postulantes, porcentaje ostensiblemente mayor al 7% autorizado en el último ejercicio, dejando en claro una impronta garantista que podría volver a repetirse en el mes de octubre, cuando una nueva revisión de beneficios se lleve a cabo.

La ley es la ley, repiten los jueces. Cabe preguntarse cuántos parlamentarios -aquellos que precisamente hacen las leyes- han puesto un pie en alguno de los penales regionales, con la honrosa excepción del senador Ricardo Lagos Weber, quien se involucró activamente en un taller de escritura e imagen dirigido por periodistas de este medio y el fotógrafo Rodrigo Gómez-Rovira, con la ayuda de la seremi de Justicia, Paz Anastasiadis (de hecho, ella pagó los materiales del taller de su propio bolsillo), la orientadora de Gendarmería, Carolina Valderrama, y el entonces director regional de la institución, Ricardo Quintana.

En esa experiencia, realizada todos los jueves de marzo a diciembre de 2015, el grupo interactuó con unos 25 internos e internas, varios de los cuales vencieron el ostracismo y la desconfianza iniciales para mostrar al menos retazos de una humanidad y talento que, Dios o quien sea mediante, el infierno de la cárcel no terminó por destrozar ni apabullar del todo.

Dato: al menos dos de los participantes del citado taller fueron beneficiados con la dispensa de la comisión, siendo que uno de ellos había cometido tropelías abominables.

¿Qué hacer? ¿Qué posición tomar? Pocos, si es que alguien, saben la respuesta. El dolor de las víctimas no es un juego, como tampoco la certeza de cientos de vidas desperdiciadas.

No hay que ser muy astuto para saber que, lo más seguro, es que muchos de ellos volverán tarde o temprano a expiar sus pecados por nuevos delitos o tropiezos, pero nadie les puede quitar aquella ínfima esperanza de una nueva oportunidad.

Párrafo aparte merece el poco apoyo de empresas y autoridades a la consecución de una rehabilitación, si no exitosa, al menos decente. Salvo el exfutbolista Javier Margas y el alcalde de Quillota, Luis Mella, pocos pueden mostrar algún grado de compromiso mayor con su reinserción social y laboral.

Reconozcámoslo: finalmente, y hoy más que nunca, los presos siguen siendo todo aquello que como sociedad hemos cobardemente optado por esconder debajo de la alfombra.