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La espiral del descontento

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Por Karen Trajtemberg *

Las mamás de antaño tenían un dicho muy común: la confianza se pierde una vez. Si a alguien le quedaba alguna duda al respecto, la falta de credibilidad en nuestra clase política es una buena muestra.

Échele la culpa a las redes sociales, al exceso de información o a que el chileno se empoderó, pero lo cierto es que dejó de creer. Simplemente se cansó.

Y se cansó porque la clase política abusó del marketing y la venta fácil, del "ofertón" campañero, en el que todo se puede prometer y rápidamente se olvida. Exageró con la generación de expectativas, que le servía para captar sufragios, pero no para mantener la adhesión.

Este quiebre de la confianza comenzó tímidamente hace por lo menos una década, cuando se conocieron los primeros casos de corrupción en los gobiernos de la entonces Concertación.

¿Se acuerda del tipo del cartel? ¿Ese que esperaba a Patricio Tombolini afuera de tribunales y lo golpeaba cada vez que lo veía? Bueno, ese solitario personaje hoy es una mayoría. Que no golpea (salvo en casos excepcionales como el de Natalia Compagnon), pero que revienta las redes sociales, los grupos de whatsapp, las cartas al director, las reuniones de amigos y repleta las protestas ciudadanas.

La curva de la desconfianza fue aumentando de a poco, pero en los dos últimos gobiernos, se multiplicó exponencialmente. Ejemplos hay muchos, pero sólo algunas muestras:

El fin de la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE) terminó en una transformación tibia

-la Ley de Educación General (LEGE)- durante el primer gobierno de Michelle Bachelet. Nada cambió dicen hoy quienes todavía marchan pidiendo modificaciones sustanciales.

La promesa de no subirle el precio al gas de los magallánicos iba derecho al despeñadero, hasta que los ciudadanos se levantaron, incendiaron caminos, botaron a un ministro y terminaron logrando adhesión en todo el resto del país. Y Sebastián Piñera, que era el Presidente en esa época, tuvo que enviar a Laurence Golborne, para que -literalmente- apagara el conflicto.

El aumento de parlamentarios -con el fin del binominal- no iba a costar un peso más al Estado. Hoy se sabe que sólo en la Cámara de Diputados requieren más de diez mil millones de pesos para solventarlo.

Y la descentralización -aquí me quiero detener-, que ha cruzado la barrera de los gobiernos, que contó con un capítulo completo en el programa Bachelet y con una comisión de hombres sabios de por medio, sigue quedando solo en el papel. Su proyecto "estrella", la elección de intendentes, sería realidad con suerte en 2021, de acuerdo al estudio presentado por la Fundación Piensa.

La promesa del Ejecutivo en torno a la regionalización termina transformándose -por ahora, al menos- en uno más de los "ofertones" de campaña que no verán la luz. Porque no hay voluntad política de terminar con el centralismo excesivo de Santiago. Porque es políticamente cómodo que sea así.

Tampoco queda tan claro si la elección de los intendentes mejorará realmente esta situación. ¿Sirvió de algo, en lo concreto, la elección de los cores para lograr una mayor autonomía de la región?

Comparar la pasada inundación de Providencia y la crisis en Chiloé es un buen ejercicio: durante la primera lluvia del año, bastó que el agua del Río Mapocho saliera de su curso e inundara una parte de una comuna para activar a todos los ministros, partiendo por el de Interior, Jorge Burgos.

En la isla, en cambio, los chilotes han perdido su principal fuente de trabajo y han debido conformarse con el titular de Economía, Luis Felipe Céspedes. Y sin desmerecer sus capacidades (imagino que está haciendo su mejor esfuerzo), la verdad es que están en este momento negociando con un ministro que bordea apenas el 30% de conocimiento en las encuestas (ni siquiera puede ser evaluado, por su bajo nivel de conocimiento).

Hace unos 40 años, la politóloga Elizabeth Noelle-Neumann acuñó el concepto de la "Espiral del silencio" para explicar cómo la ciudadanía prefería callar sus propias posiciones si no concordaban con la mayoría y sumarse, al menos públicamente, a lo que esta decidía.

Analizando la baja en la credibilidad de la clase política, parece pertinente acuñar un nuevo término: "La espiral del descontento", que lamentablemente continuará creciendo hasta que haya algún evento que quiebre el flujo. El problema es que se retroalimenta, se autoabastece y de no ser controlada, los efectos también irán en aumento, no sólo con crisis cada vez mayores y frecuentes, sino también con una abstención electoral creciente y con daños difíciles de presagiar para nuestra ¿in? madura democracia.

"La promesa del Ejecutivo en torno a la regionalización termina transformándose -por ahora, al menos- en uno más de los "ofertones" de campaña que no verán la luz. Porque no hay voluntad política de terminar con el centralismo excesivo de Santiago. Porque es políticamente cómodo que sea así".