JORGE ROJAS VALLEJOS
La desigualdad de ingreso en América Latina, actualmente ocupa el primer lugar en el mundo. Esta situación no es un accidente de la naturaleza, sino más bien el resultado de procesos económicos y políticos a lo largo de la historia. Es importante destacar que nuestro continente no siempre fue el más desigual del planeta; de acuerdo a recientes investigaciones realizadas por Milanovic y Maas, entre otros, si nos remontamos al siglo XVIII, varios países europeos tenían una distribución del ingreso menos uniforme que la latinoamericana. Es decir que la desigualdad en Europa se mantuvo o disminuyó, mientras que en nuestro continente aumentó.
Autores como Acemoglu y Robinson explican este fenómeno desde un punto de vista institucional. De su libro "¿Por qué fracasan las Naciones?" se desprende que las instituciones de la Colonia Española fueron creadas con el único objetivo de explotar los recursos naturales de América Latina, sin propender, de ninguna forma, a su desarrollo. Mientras, en el caso de Norteamérica, se observa una institucionalidad más ligada al establecimiento de normas claras orientadas a potenciar el comercio, tanto doméstico como internacional.
Después de las guerras de independencia, esas formas de organización institucional no fueron cambiadas sustancialmente por la elite criolla gobernante. Es más, existe vasta documentación histórica que muestra que los esfuerzos reformistas en lo económico y social fueron resistidos por la mayoría de la aristocracia. Esto llevó a países como Chile a mantenerse dentro de un esquema productivo agro-minero, evitando su desarrollo industrial.
La desigualdad importa, pero no es lo único. Sólo mirar el grado de la desigualdad, sin observar otras variables, podría llevar a conclusiones incorrectas acerca de la calidad de vida de una determinada sociedad. Durante el período en que la desigualdad de ingresos aumentó, también lo hizo el ingreso. Esto significa que la calidad de vida de muchas personas mejoró. En el siglo XX, la pobreza en la región cayó abruptamente, pero no ocurrió lo mismo con la desigualdad. Aunque estos dos puntos comparten elementos, tienen una diferencia esencial; una medida es de tipo absoluta y la otra es relativa.
La desigualdad se mide comparando unos con otros, mientras que la pobreza es más absoluta en el sentido de que se puede fijar un estándar. Por ejemplo, uno podría definir que una persona no es pobre si tiene un refugio donde dormir, consume cierta cantidad de calorías diarias, tiene acceso a servicios básicos, etc. En cambio, la desigualdad puede ser una comparación del más rico con el más pobre. Si el más pobre tiene acceso a una casa, un auto, educación, salud, y recreación, ¿sería relevante el grado de desigualdad social? Probablemente no. Sin embargo, si el más pobre no puede comprar pan, quizás la desigualdad se transforma en una variable mucho más relevante. De ahí la importancia de mirar la desigualdad acompañada de otros indicadores, tales como ingreso y crecimiento económico.
América Latina y el mundo. Recordemos que una medida de desigualdad ampliamente utilizada es el coeficiente de Gini. Un coeficiente igual a cero significa igualdad perfecta, mientras que uno igual a cien corresponde al caso en donde un individuo recibe todo el ingreso de la economía y el resto no recibe nada.
De acuerdo a la Base de Datos Estandarizada Mundial de la Desigualdad del Ingreso, publicada por Solt, observamos que durante 2010, América Latina tuvo un Gini promedio de 44.7, le sigue África subsahariana con 44.1 y luego Asia del Sur con 39.2. Por otro lado, Europa y Asia Central tuvieron un promedio de 30.7. Chile, para el mismo año, presenta un coeficiente de Gini de casi 50. Es decir, Chile está por sobre el promedio del continente más desigual.
De acuerdo a los datos disponibles, para el 2010, Chile es el octavo país más desigual del mundo después de transferencias del gobierno; los siete países que lo superan son Namibia, Sudáfrica, Zambia, China, India, Rwanda y Honduras. Tenemos las herramientas para dejar de ser líderes de desigualdad mundial. La ciencia económica provee algunas luces al respecto.
Más Estado y Más Mercado. Para resolver los problemas de desigualdad, distintas corrientes ideológicas han propuesto soluciones casi opuestas. Unos han abogado por más Estado, mientras que otros por más Mercado. El análisis científico indica que la mejor opción pasaría por más Estado y más Mercado; uno potencia al otro, y viceversa.
En la medida en que los mercados se expanden y generan más empleo, ello deriva en nuevas oportunidades para quienes sólo tienen su trabajo como principal posesión. Sin embargo, los mercados no son perfectos y muchas veces requieren de servicios públicos para poder desarrollarse. De este hecho surge la necesidad de más Estado.