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Corporación Metropolítica *

Aunque era esperable que existieran desórdenes este 21 de Mayo, ya que lo mismo ocurre todos los años, lo que vimos sobrepasó todos los límites. Esta violencia no sólo tuvo como víctima al espacio público y el patrimonio, sino que implicó la muerte de una persona y un saldo de varios heridos, abarcando un área considerable del casco patrimonial de la ciudad.

Debido a ello, algunos han propuesto cambiar el lugar de la Cuenta Pública o inclusive llevar de vuelta el Congreso a Santiago. Este es el peor error que podríamos cometer, ya que sería darle la razón a los delincuentes y asumir que el Estado ha renunciado a su obligación de resguardar el orden público.

Pensamos que este desastre debe ser un punto de quiebre para detener esta verdadera plaga del vandalismo urbano y que no solo aparece en actos o marchas masivas. En el caso de Valparaíso, y muchas ciudades del país, este flagelo ocurre todos los días, afectando parques, plazas, monumentos nacionales, espacios públicos destruidos o rayados por bandas similares.

El vandalismo no se limita solo a un asunto de seguridad pública o de daño patrimonial, ni al drama que vimos este 21 de Mayo y que no queremos minimizar en ningún caso. También afecta la dignidad de las personas y el sentido de pertenencia de una comunidad completa con su ciudad, con sus raíces y con su territorio.

Debemos preguntarnos ¿quién puede querer vivir en barrios cuyas calles son tratadas como un baños públicos o basurales?, ¿Que familia querría que sus hijos crezcan y se desarrollen en un entorno de estas características, o que deban quedarse en su casa cada vez que se convoca a cualquier acto público?.

¿Qué bueno podemos esperar, si plazas y veredas son tomadas como campos de batalla o basurero por cualquier banda que siente que tiene el derecho a imponer sus ideas por la fuerza y por lo que hemos visto con total impunidad?.

Pero eso no es todo. Como indica la teoría de las ventanas rotas, el vandalismo genera una espiral de deterioro y abandono que ya está afectando la base económica y social de Valparaíso y que podría ser irreversible si no se toman medidas ahora.

El Estado no puede seguir invisibilizando este problema o buscando excusas para no resolverlo. Ya no resultan aceptables las teorías conspirativas que insinúan que estas acciones son producidas por grupos de infiltrados que buscan dañar al movimiento social, sin presentar hasta ahora, ninguna denuncia o prueba concreta de ello.

Tampoco es lógico culpar a las policías por reprimir acciones de violencia que en cualquier país desarrollado, gobernado por partidos de izquierda o derecha, serían abordadas de la misma forma.

Digámoslo claro: no es aceptable que alguien pretenda bloquear una avenida afectando el tiempo de viaje de cientos de miles de personas, que destruya el mobiliario urbano que ellos ocupan, que afecte sus comercios y fuentes de empleo o que obligue a que los escasos recursos municipales deban destinarse a reparar sus destrozos.

Menos aceptable es que se intente justificar estos actos apelando a las inequidades sociales, la libertad de expresión, la mala regulación de los mercados o a la corrupción de la política, todos problemas que deben ser solucionados de forma seria, como corresponde a un Estado de Derecho, es decir, sin capuchas, palos, piedras o incendios.

El vandalismo urbano tiene muchas explicaciones sociológicas. Pero si hay algo que contribuye a su profundización es el abandono crónico de los espacios públicos. No es casual que los barrios impactados por la violencia urbana, sean justamente aquellos que se encuentran en serios procesos de despoblamiento, deterioro o segregación urbana.

De hecho es lo que ocurre en el entorno del Congreso todos los días, a diferencia de los otros dos poderes del Estado que tienen en La Moneda y el Palacio de Tribunales, espléndidos espacios cívicos que hay surgido de iniciativas de recuperación urbana.

No entendemos porqué Valparaíso es la excepción y tenemos claro que si el Estado le da el punto a los vándalos retirando la Cuenta Pública, esta situación sólo empeorará.

Afortunadamente este flagelo puede revertirse. Las estrategias aplicadas para lidiar con el vandalismo urbano han funcionado en ciudades como Nueva York, Melbourne, París o Madrid y podrían replicarse perfectamente en Chile si existe voluntad política para hacerlo, lo que implica subir considerablemente el costo de destruir bienes públicos.

También se requieren cambios culturales que son más lentos, pero muy necesarios. Uno muy relevante es enseñar desde las escuelas que el valor de lo público es un asunto relevante, que el patrimonio debe respetarse porque nos pertenece a todos, y que hay que condenar sin matices que una persona, enarbolando banderas o argumentos políticos, se arrogue el derecho de dañar un espacio que nos pertenece a todos.

Cabe recordar que las ciudades son la materialización física del esfuerzo comunitario de las sociedades, a través de la historia. Por lo anterior, su destrucción en manos del vandalismo debe ser interpretado como un ataque a la sociedad en su conjunto y por tanto, como un acto injustificable desde cualquier ángulo político.

Este 21 de Mayo es un día triste para Chile y Valparaíso. Un puñado de vándalos han opacado un acto republicano. En justicia y honor por los afectados, el Estado debe tomar medidas para nunca más ocurra algo así, erradicando de una vez por todas la plaga del vandalismo urbano de nuestras ciudades.

"Algunos han propuesto cambiar el lugar de la Cuenta Pública o inclusive llevar de vuelta el Congreso a Santiago. Este es el peor error que podríamos cometer, ya que sería darle la razón a los delincuentes y asumir que el Estado ha renunciado a su obligación de resguardar el orden público.

* @metropoliticacl