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Experiencias significativas y la conducta de los adultos

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La conducta de los adultos no es trivial al momento de intentar comprender la complejidad de la convivencia escolar. Esto que es un hecho que puede parecer obvio, pero que en la práctica no resulta tan evidente, es que el patrón de conducta de los niños y jóvenes no es casual, pues suele ser consecuencia de las experiencias significativas que han tenido a lo largo de su historia, las cuales han ido moldeando, gradualmente, su organismo.

Rodrigo Robert, docente Facultad de Educación de la Universidad Andrés Bello y Magíster en Terapia Familiar Sistémica, precisa que aceptar nuestra complejidad humana, supone asumir que somos organismos biopsicosociales y que cualquier explicación válida de nuestra conducta debe considerar esta condición. "Los desarrollos actuales en neurociencia y psicología cognitiva nos muestran que los estados, siempre cambiantes, de nuestro organismo, nos disponen a actuar de uno u otro modo, nuestras emociones están a la base de todas las conductas que realizamos, condición que compartimos con otros animales. Literalmente, el operar de nuestro cerebro es modificado con las experiencias que tenemos, en especial, por aquellas que son reiterativas, pues van configurando una pauta o patrón de relación con el entorno".

A juicio del especialista, estos cambios en la estructura de nuestro organismo, que distinguimos como desarrollo o aprendizajes, no son procesos, en su mayoría, conscientes. "Dado que los contextos que habitamos, especialmente los familiares y escolares, tienden a mantenerse relativamente estables a lo largo del tiempo, el organismo aprende a operar de un modo característico, que se convierte en habitual, lo que va gradualmente configurando un patrón emocional y una particular forma de vida, un modo de vivir, que es siempre y necesariamente, un modo de vivir en interacción con otros. De esta manera, los padres, con mayor o menor conciencia, invitamos a nuestros hijos e hijas a adoptar un cierto modo de vida y, con ello, a cultivar ciertos estados emocionales y ciertas maneras de pensar, proceso que los transformará en un cierto tipo de persona y configurará su identidad", explica Robert.

Así para el docente de la Facultad de Educación de la Universidad Andrés Bello, "vivir no es nunca un proceso individual, la mantención de la vida, nuestra sobrevivencia depende de un proyecto que es siempre colectivo, de un vivir con otros. Convivir es una necesidad de nuestra especie, no un lujo evolutivo, por lo que una tarea fundamental es aprender cómo hacerlo de manera adecuada. De este modo, toda convivencia conlleva una dimensión ética, pues nuestras acciones afectan la calidad de vida de quienes nos rodean y debemos hacernos responsables de dichas consecuencias, en la medida que nos concierne".

Como precisa el Robert, en el arte de convivir no hay recetas, hay ciertas prácticas que se han probado parecen más recomendables que otras. "Una muy elemental, pero difícil de implementar en nuestro medio, es enseñarles a los niños a cooperar y no a competir. Como dice Humberto Maturana, la competencia nunca es sana, pues supone el deseo de que el otro pierda, invita a negar la legitimidad del otro, no se le da al otro la posibilidad de convivir en igualdad de condiciones, es decir, promueve la violencia, por mucho que se disimule la intención".

Finalmente, el especialista pone énfasis en el hecho que como familia, como comunidad y como sociedad, debemos aprender a concebir la paz, la solidaridad, la ternura, la justicia, la compasión, no como conceptos abstractos o etéreos, sino como formas particulares y concretas de relacionarnos con los demás, como modos de vivir con otros, como estilos de vida que podemos cultivar. "Desde esta perspectiva, como diría el Profesor Humberto Maturana, la convivencia escolar es un cachirulo de la convivencia familiar, así como la convivencia social y laboral son cachirulos, a su vez, de ambas".