La rebelión de los "flaites"
Dentro de las históricas asonadas porteñas hay varias que se ganaron un sitio en los libros, como la de los lancheros, marineros y mariscadores de 1825 (ya en ese tiempo se quejaban de excesivo centralismo por parte del gobierno central), o el mítico levantamiento de 1851, la "Revolución de los sastres", descrita indistintamente como revuelta, golpe, revolución, alzamiento y motín por parte de los historiadores.
Pero existe otra, descrita magistralmente por Ernesto Guajardo en su libro Valparaíso, la memoria dispersa (Ril editores, 2013) llamada "El motín de los rotos", que hace referencia al intento liberal por tomarse Valparaíso por medio de las fuerzas populares de la ciudad, comandadas por el poeta Guillermo Blest Gana y Horacio Manterola, el nexo con los jornaleros del puerto. No está demás contar los sendos fracasos que ambos vivieron, aun cuando del presidio del primero surgieron "Fragmento", "El opositor" y "Canción", acaso tres de sus mejores piezas.
Pero hay otras ocasiones en las cuales la historia se presenta al revés, siendo la poesía -para estos menesteres, una columna; en definitiva, un escrito- el que suscita la asonada, como ocurriera esta semana con la opinión en El Mercurio del profesor de Literatura y director del sello editorial de la Universidad de Valparaíso, Cristián Warnken, que causó escozor en varios integrantes de la política y la siempre atenta tuitósfera porteña.
Entonces fue que arremetieron algunos, como el concejal comunista Vuskovic, para colgarse de un término que Warnken jamás dijo y extender la categoría de "flaites" a todos los porteños, mientras el propio Warnken tecleaba desesperadamente intentando desmentir cosas que jamás dijo y, quizás su gran error, descartar las segundas lecturas en una columna eminentemente política (¿acaso no son precisamente aquéllas la gran característica de éstas?)
Raya para la suma, DJ Méndez (perdón, hoy hay que llamarlo Leo, o si no se enoja) quedó como víctima del clasismo de la élite; Warnken fue ninguneado como un extraño caballero que se asoma sólo una vez al año por Valparaíso y se da el lujo de opinar (aun cuando puede vérsele todas las semanas por el Plan y su sello editorial despunta a nivel latinoamericano); el senador Lagos Weber pasó colado, aun cuando la columna iba dirigida más a él que al propio Méndez; el alcalde Castro se aprovechó del pánico para sacar réditos; y el novel Sharp aún debe ser más certero y ágil para detectar las oportunidades por sí mismo cuando su amigo Boric no conteste el teléfono.
Intentar convertir una columna (buena, mala, sagaz o ingenua) en una lucha de clases es lo más cercano a retroceder en la historia que se ha visto en el último tiempo. Las letras, las ideas y el arte se combaten con talento e ingenio, no con la fuerza o las descalificaciones.
No sea cosa que se levante una nueva asonada.