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El Triunfo de Milton

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Marcelo Ruiz *

El movimiento estudiantil logró colocar como gran prioridad la gratuidad universitaria por sobre otros problemas sociales tanto o más relevantes. En ello influyó el drama concreto del endeudamiento de las familias, pero también su capacidad para patear la mesa e instalar sus temas en la calle.

Esta forma de poner en agenda demandas sociales presenta tres riesgos que debieran ponderarse detenidamente. El primero es una tendencia a simplificar problemas complejos para traducirlos en slogans que pueden ser comunicados rápidamente mediante cuñas en marchas o ruedas de prensa.

En la ciudad, esta simplificación ha reducido y desplazado las prioridades de la política urbana a un listado de cocina compuesto por una sumatoria de demandas generadas como reacción a proyectos que se perciben negativos para el interés de los que roncan y que deben detenerse a nombre de "la ciudadanía".

La lista la encabezan las torres de departamentos en todas sus formas y colores; los hoteles y equipamientos comerciales o productivos; las avenidas o puentes que meterán más autos de los que ya tenemos y casi cualquier intervención que rompa la tranquilidad de los hogares que fijan pautas.

Luego de la simplificación, el segundo riesgo es la representatividad de los problemas que se levantan como prioridad. Como ello depende de los contactos y recursos para instalar temas y movilizarse, los grupos que carecen de ello, y que suelen ser los de menores ingresos, ven sus prioridades relegadas a un segundo o tercer plano.

Por ello esta nueva agenda del malestar suele ser refinada como un buen caviar. Casi no aparecen los campamentos, la segregación territorial de los cerros, la mala calidad de los buses, la inseguridad de los barrios periféricos, la falta de suelo para viviendas de clase media o el deterioro patrimonial fuera de las guías de turismo.

Los nuevos grupos ciudadanos que lideran esta agenda del malestar desconfían de las antiguas formas de organización comunitaria, sobre todo si tienen alguna vinculación con los denostados partidos políticos o carecen de vuelo intelectual. Ello está en el centro de la crítica al candidato a alcalde de Valparaíso, Méndez, aunque haya sacado más votos que todos los candidatos de la épica primaria ciudadana sumados.

Esta desconfianza afecta a los concejales, alcaldes y parlamentarios que son metidos, convenientemente, en el mismo saco de corrupción, que choca con la limpieza ética y moral de esta nueva elite ciudadana.

Hoy muchos de estos grupos "autoconvocados" en torno a una demanda urbana específica sienten que poseen más legitimidad que una Junta de Vecinos democráticamente electa y que sus exigencias tienen prioridad por sobre las necesidades de los más vulnerables.

El listado de cocina de los alegatos suele endulzarse con frases para el bronce que le entregan un sentido más ideológico al malestar. Si en la educación era el fin al lucro, en la ciudad el demonio se llama especulación inmobiliaria, gentrificación y otras palabras tomadas de libros de urbanismo que alertan sobre los riesgos de la modernización capitalista y el temido modelo neoliberal.

La paradoja es que esta agenda del malestar reniega del Estado y sus representantes -todos corruptos y vendidos-, con una fuerza que dejaría chico a Milton Friedman, además de maravillado, al ver la enorme influencia de su discurso para reducir la injerencia de este incómodo Gran Hermano y propender la libertad individual a toda costa.

Y justamente acá radica el tercer gran riesgo de esta nueva agenda del malestar que es socavar el concepto de comunidad, para reemplazarlo por un listado atomizado de demandas individuales -muchas veces contradictorias entre si- que rechazan iniciativas o políticas que consideran perjudiciales para sus intereses.

Es cierto que este nuevo individualismo se explica en la severa crisis de confianza y legitimidad que afecta a las instituciones tradicionales, amparada en hechos de corrupción, malas políticas públicas o negligencia y desidia. También por proyectos mal diseñados o que producirán impactos negativos sobre su entorno urbano y ambiental.

Sin embargo, el remedio puede ser peor que la enfermedad, si esta nueva elite que viene a reemplazar a la vieja corrupta, inculta o tatuada, no deja de lado el reduccionismo situando al Bien Común como eje central de su accionar. Un bien común, digámoslo claro, que no es la suma de bienes individuales amplificados por sus redes de contactos o su capacidad de salir a la calle y patear la mesa.

"El listado de cocina de los alegatos suele endulzarse con frases para el bronce que le entregan un sentido más ideológico al malestar... en la ciudad el demonio se llama especulación inmobiliaria, gentrificación y otras palabras de libros de urbanismo"."