No puedo, transcurrido ya tantos años de la pérdida de nuestro amigo, Hugo Rolando Cortés Ramos, dejar de brindar un homenaje a este hombre sencillo y maravilloso que nos regaló con su verbo tantos instantes de limpia melancolía y de la nostalgia del tiempo compartido en lo eterno.
Junto a él vivimos nuestra adolescencia y fue, ya en ese entonces, que empezó a surgir el escritor de extraordinaria valía que hoy recordamos en una mezcla de tristeza, aunque teñida con la alegría de haber sido sus amigos.
Es el mismo Hugo Rolando Cortés Ramos, Corresponsal -como firmaba en sus crónicas del diario mural del Liceo-, que nos sigue deleitando, hasta hoy, cuando releemos sus evocaciones de nuestra vida playanchina o porteña en el diario El Mercurio de Valparaíso.
De esas páginas rescatamos el testimonio de una vida regida por el amor de un hogar donde reinaba la señora Carmen, la "Malita" para los amigos que tuvimos la fortuna de disfrutar de su acogida y de su infinita alegría, junto a la bondadosa compañía de don Hernán, el sabio silencioso y mesurado, cuya palabra aparecía precisa en el momento en que era necesario.
El reconocimiento que la Academia Chilena de la Lengua brindó a Hugo Rolando, incorporándolo como uno de sus miembros, hizo justicia a la obra literaria de este ilustre hombre porteño. Ese fue un homenaje a una vida dedicada a esparcir, con maestría, la imagen de los años gloriosos y sencillos de tantas generaciones que se formaron sintiendo en el rostro los vientos de Valparaíso y, en el alma, el canto de las olas de las inolvidables travesuras juveniles.
Sus palabras son eternas en el espíritu de todos los que vivimos esas singulares y maravillosas andanzas esculpidas en su prosa fina y elegante. Así nos transportó hacia lo que fue, con la suave dulzura del cronista que ama lo que escribe y de quien es amado por lo que narra.
Con la fascinación de un hombre que tuvo un entrañable cariño por las letras.
Al escribir estas palabras de homenaje y reconocimiento a este porteño que perpetuó la bonhomía de tantas inocentes gestas que han constituido la base de lo que hoy somos, no hacemos sino dar gracias a la vida misma por habernos regalado la fortuna de compartir nuestra época, con un hombre en cuya sensibilidad se entrelazan, gracias a su sensibilidad, la maestría del canto, la elegancia de la paleta del pintor y la seguridad de quien cincela cuidadosamente los rasgos de tantas almas cuyo mayor mérito fue sólo vivir.
Hugo Rolando, nuestro generoso corresponsal, lo sigue siendo ahora, pues sus palabras han logrado, como dice el poeta, que "los hechos memorables de nuestra juventud primera" queden inscritos para siempre en el mármol de la Eternidad, en viaje hacia la existencia trascendente para descansar en el Regazo Divino del Padre.
Arturo Gallegos Labarca