Son muchas las cargas que soporta Valparaíso: las manifestaciones del 21 de mayo asociadas al Mensaje Presidencial, este año con una muerte y graves daños; el Carnaval de los Mil Tambores, con su secuela de desperdicios, ebriedad y riñas; marchas diversas por cien buenas causas; descontrolados siniestros… En fin, es demasiado para esta ciudad patrimonial, anciana, que exige cuidado y respeto. Y el respeto no sólo refiere a los espacios públicos y privados, a los muros majaderamente grafiteados; al basurero, letrina o campamento de refugiados en que se convierten las calles; el respeto fundamentalmente se refiere a las personas, a los habitantes de la ciudad que exigen seguridad, tranquilidad, aseo, respeto a sus viviendas, a su trabajo y esparcimiento.
Todo eso se esfuma con el llamado Carnaval de los Mil Tambores, que a elementos coloridos y creativos que son evidentes, se agrega un marco negativo de descontrol que no se logra frenar pese a buenas intenciones, declaraciones y medidas de organizadores y autoridades.
En el ADN de los miles de concurrentes al encuentro hay un ánimo de descontrol favorecido por el supuesto de que Valparaíso es la capital del "haga lo que quiera" y no pasa nada. Y así llegan miles de personas, lo que significa una nueva y pesada carga para la sufrida ciudad.
Y paradojalmente, el Carnaval tiene lugar cuando se celebra, a lo largo de todo el país, el Día del Medio Ambiente. ¿Se acuerdan los asistentes a Mil Tambores del medio ambiente porteño?
Por otro lado, cerca de un millón de personas llegan a la ciudad con ocasión del Año Nuevo en el Mar, pero vienen con otro ánimo que se expresa en abrazos, en encuentros familiares y en emocionantes reconciliaciones; y también hay consumo de alcohol callejero, no se puede desconocer. Sin embargo, esa gran masa, fuera de gozar de la diversión gratuita que es el espectáculo pirotécnico, aporta a la ciudad, al turismo, incluso a cientos de particulares que hacen un buen negocio arrendando sus ventanas y balcones. A la vez, se entrega al mundo una imagen de jerarquía internacional.
Si parece muy difícil superar los hechos negativos que rodean a los agobiantes tambores, ¿cuál es la solución?, ¿prohibir la jornada? Habría que tener mucho coraje para hacerlo. ¿Acotar su realización a espacios determinados, limitando el dañino acceso al maltratado centro?, ¿insistir en más policías, más aseo, más desinfectantes?, ¿trasladar los Mil Tambores a otra ciudad del país en una medida de equidad, de sacrificio compartidos?
Hay tiempo para pensar, para discutir, para establecer responsabilidades, para sumar y restar, pero insistiendo en que Valparaíso no puede seguir soportando tanta carga, que nada aporta y tanto daña y no se merece.