Elecciones municipales
Los comentadores de la política lamentan la alta abstención habida en la última elección municipal. Algunos determinaron que con ella Chile pasa a ser el país que presenta la más alta abstención en el mundo. Puede ser. Pero no hay que alarmarse ni nada semejante. En verdad hay países de voto voluntario que ofrecen una abstención muy alta como Francia (50%), Portugal (47%), Venezuela (42%) o Colombia (41%); así que aquélla haya llegado al 65% en Chile no es tan catastrófico.
El tiempo futuro mostrará que nada del género habrá de acaecer. Pero lo más importante es que, en el fondo, esa cifra representa un voto en sí misma. Por cierto, los que se sirven de la política, responsables últimos de la alta abstención, no reconocerán y ni se les ocurrirá pensar en que es el hastío generalizado que sus conductas, pensamientos y discursos provocan en los votantes para decidirles a no ejercer el sufragio. Y que ellos no tienen otro interés que no sea el de que se les gobierne con firmeza y buena dirección, sin que atisben siquiera la posibilidad ni la necesidad de participar o intervenir en la orientación de los asuntos públicos, o de codirigirlos.
Y este dato ya es valioso. El día en que tales sujetos sirvan en la política y no se sirvan de ella, probablemente la abstención bajará a niveles normales.
En cuanto a los resultados, si los políticos en el gobierno fueran gente pudorosa, el Ejecutivo ya habría dimitido en pleno y seguido el ejemplo del rey Alfonso XIII de España, que ante unas elecciones municipales de 1931, con resultados adversos a la Monarquía en las grandes ciudades, aunque en el conjunto del país los partidos monárquicos hubieran triunfado, suspendió el ejercicio de su cargo y se exilió del reino, lo que fue aprovechado para proclamar la II República.
La elección municipal, que en el orden general carece de importancia, ahora resultó ser un medidor de la opinión generalizada de la ciudadanía. De paso, con alguna excepción, ha servido para poner en su lugar a los movimientos políticos que son circunstanciales y fugaces, efímeros en suma, y que carecen de futuro, porque el sistema político de Chile, guste o no, es de partidos y no una democracia (directa), y aquél funcionará en la medida en que haya partidos numerosos, fuertes y coincidentes son el sentir de las grandes mayorías; así que los grupos frágiles, pequeños y precarios, por lo general espontáneos o personalistas, por más que se escondan bajo palabras de fantasía, tendrían que desaparecer para permitir la gobernabilidad de la nación.
Alejandro Guzmán Brito
Catedrático de universidad, abogado