*Alberto Texido Z. / Marcelo Ruiz F.
Contra casi todos los pronósticos, Donald Trump resultó electo Presidente de Estados Unidos Diversos analistas coinciden que tras el fenómeno social de su victoria se encuentran aquellas clases medias que producto de las transformaciones económicas de la globalización han visto deteriorados sus empleos, bajar sus salarios y, en definitiva, perder calidad de vida. A esto, como tópico global, también se suma el desprestigio de la clase política tradicional y su discurso.
Este fenómeno tiene una innegable arista urbana que es interesante revisar. Mientras Hillary Clinton ganó en las grandes Ciudades, destacando New York y los Ángeles, por el contrario, cuanto más periférica era la localización, más fuerte se hizo el voto de Trump. Adicionalmente, se sumó al candidato conservador el voto de las antiguas áreas urbanas industriales, hoy económicamente deprimidas, como es el caso del "cinturón de óxido" en torno al lago Michigan. Justamente estas áreas son las que se han visto castigadas por la integración económica mundial, donde la producción migró hacia áreas con mano de obra más barata. Son las ciudades que antes originaron esa orgullosa clase media norteamericana, hija de la industrialización que formaba poderosos sindicatos y que obtenía buenos sueldos, no dependiendo de la educación universitaria para mejorar su vida.
Y es que desde hace un tiempo, la globalización se ha ido alineando con el nuevo capitalismo financiero, las economías de servicios, la educación y la concentración urbana. Las ciudades donde triunfa Clinton son áreas cosmopolitas, que concentran riqueza y servicios financieros, donde el empleo se terceriza, atrayendo a personas con altos grados de educación. Ciudades que en virtud de su tamaño y potencial de interacción, multiplican los beneficios, ofertando oportunidades a una población diversa. En este sentido, la victoria de Trump puede leerse también como la revancha de las ciudades obsoletas, en contra de las ciudades exitosas
Esta contradicción entre el auge y la obsolescencia urbana demuestra que la globalización va trazando un muro entre el éxito y el fracaso, que aunque invisible, es igual de inapropiado que el muro de concreto que proyecta Trump. Hoy los empleos de calidad se encuentran mayoritariamente en estos centros urbanos "exitosos", siendo la educación una de las llaves que posibilita el acceso a ellos, toda vez que mejora las herramientas para integrarse al proceso globalizador, reduciendo las barreras de la segregación.
Este proceso de obsolescencia urbana se acentúa en economías más pequeñas y periféricas como la nuestra. En Chile también podemos verificar ciudades obsoletas frente a los procesos de integración mundial y sus transformaciones logísticas. Valparaíso, con su economía industrial prácticamente desmantelada y posibilidades latentes de diversificación económica, es nuestro caso más cercano y evidente. Más aún, siguiendo la ruta al sur, existen decenas de pueblos y localidades que emergieron como nodos ferroviarios, que hoy sólo se ocupan para localizar vivienda social.
En búsqueda del desarrollo sustentable y equitativo, las ciudades de economías obsoletas y el crecimiento de las áreas de servicios representan nuevos desafíos para la Planificación Urbana. En el caso de las ciudades exitosas -o en partes de ellas-, la misma demanda sobre el suelo ha desatado una crisis de acceso a la vivienda de clase media que se complejiza con la falta de barrios dignos y transporte de calidad. En el caso de las áreas económicamente deprimidas, el desafío esta en detectar las oportunidades de reconversión para progresiva pero decididamente, volver a conectarlas a los nuevos procesos económicos.
Ambos desafíos requieren de gobiernos que tengan sintonía fina con los problemas y exigencias de las mayorías. En este sentido, el fenómeno Trump deja una lección respecto a lo que ocurre cuando las elites se encierran en sus diagnósticos, descansan en el exitismo y se alejan de las vivencias de las clases medias y los segmentos vulnerables. En el caso de Chile, es un llamado a que buena parte del progresismo abandone una cómoda retórica dentro de la cual pudo aislarse estos últimos años, para volver a entender el país real e impulsar las complejas y necesarias transformaciones institucionales, normativas y físicas que nos alejan de una mejor calidad de vida. De lo contrario, el populismo siempre puede estar a la vuelta de la esquina para apretar los fáciles botones del miedo y la intolerancia.
* Integrantes de Metropolítica