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Cambia, nada cambia

De los tres ministros salientes, sólo Rincón podría ser cuestionada en rigor, luego de su ausencia en la discusión del reajuste para el sector público, pues estaba de viaje mientras su par de Hacienda "sudaba la gota gorda" en ambos hemiciclos.
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Cambiar significa, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua, convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria. O, en jerga marítima, variar la dirección de un buque. Nada de eso se aplica al cambio de gabinete anunciado por Twitter y concretado durante la mañana del viernes por la Presidenta Michelle Bachelet.

Se trató de un ajuste modesto, minimalista, facilista. Alejado de las expectativas que existían desde hace varias semanas y que tanto la oposición como el mismo oficialismo esperaba.

Aquí la Presidenta perdió una oportunidad valiosa -la última, probablemente- de realizar un cambio refundacional que le permitiera dar un nuevo aire e impulso a este último año de gobierno y demostrar que el pato no está tan cojo. Pero, en vez de eso, prefirió dejar todo igual, mantener el statu quo y aguantar, esperar a que el tiempo pase y se acabe su periodo al mando de la nación.

Fiel a su estilo "no me pautea la prensa ni los partidos", prefirió hacer el cambio al filo de los plazos (a pocas horas de que se cumpliera la fecha límite para estas renuncias) y a través de un ajuste modesto, poco relevante y que sólo le permitió dejar en libertad (como lo admitió, de manera poco sutil, el ahora extitular de la Segegob, Marcelo Díaz) a quienes querían postular a cargos parlamentarios el próximo año.

No hubo en este ajuste ninguna señal ni hacia los partidos políticos ni hacia la ciudadanía de que ahora sí estemos frente a una etapa de gobierno dedicada a la concreción de proyectos, pese a que son más de una centena los que falta por definir. Tampoco se da una manifestación clara de que, allí donde está la preocupación de los chilenos, haya estado el ojo de la Presidenta para dar el puntapié final. Ni un guiño a lo que pasará en la reforma a la educación superior, ni a la situación de los hospitales ni a las dificultades en materia de seguridad ciudadana.

Porque más allá de los aires libertadores que pudo tener el ajuste para los exministros, lo cierto es que ninguno de los secretarios de Estado peor evaluados dejó el gabinete. A diferencia de lo que sucede en la mayor parte de las instituciones, en las que el funcionario que no hace bien la pega es despedido, en el gobierno de Bachelet parece que la incompetencia es gratis. Nadie recibió el sobre azul.

Y precisamente, en las áreas "ciudadanas" están los ministros "al debe". En la última Adimark de octubre, los tres jefes de carteras ubicados en los últimos lugares fueron la titular de Educación, Adriana Delpiano; de Salud, Carmen Castillo, y el jefe del gabinete, Mario Fernández. Mientras que en el mundo parlamentario, quien saca nota roja es el ministro secretario general de la Presidencia, Nicolás Eyzaguirre, que ha estado en la mira tanto de los parlamentarios de oposición como del oficialismo por su casi nula capacidad de gestión y negociación con el Congreso. Sin embargo, los cuatro están bien en el refugio.

De los tres ministros salientes, sólo Rincón podría ser cuestionada en rigor, luego de su ausencia en la discusión del reajuste para el sector público, pues estaba de viaje mientras su par de Hacienda, Rodrigo Valdés, "sudaba la gota gorda" en ambos hemiciclos. Por el contrario, el exvocero, Marcelo Díaz, tuvo una gestión sin grandes sobresaltos (al menos logró atajar la mayor parte de las críticas de la oposición), mientras que la titular de Deporte, Natalia Riffo, pasó sin pena ni gloria, pero evitó involucrarse en grandes crisis.

En la vereda de los nuevos nominados, tampoco hay una gran apuesta, ni por la renovación ni por la pulcritud que la desconfianza ciudadana exige en este momento. Ni una señal hacia la ex Concertación, donde algunos ya preparaban las maletas para mudarse a Palacio.

Con el nombramiento de Paula Narváez, Bachelet mantiene la vocería en manos del PS (específicamente mirando hacia el escalonismo), pero con la seguridad de que se trata de alguien de su entorno más cercano, alguien de su círculo de hierro. En cuanto a Alejandra Krauss, su nombre no está precedido por una gran gestión cuando fue ministra de Ricardo Lagos. Y en el caso de Pablo Squella, todo está por verse, aunque no se vislumbran grandes cambios en su sector.

En resumen, al igual que en los otros tres ajustes ministeriales, este no fue el cambio de gabinete soñado. En una de sus composiciones más célebres, Mercedes Sosa cantaba "cambia, todo cambia". Al parecer, Bachelet no escuchó esa canción.

* Magíster en Comunicación Estratégica, periodista, analista política y directora de la Escuela de Periodismo de la UAI