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La "enorme" y "trágica" influencia del revolucionario en América Latina

REFERENTE. Antes de la era de Fidel Castro, la izquierda en la región era bastante débil. Ya en el poder, el líder reparó en que "exportar la revolución" era una forma de defenderla en la isla.
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Mabel González

Fidel Castro llegó a ser un referente regional, no sólo para la izquierda, aunque sus relaciones con los otros países latinoamericanos atravesaron diferentes fases y altibajos.

El fallecido líder cubano tuvo problemas con muchos gobiernos de América Latina por el apoyo que prestó a grupos armados que buscaban implantar la revolución en sus países y por su enfrentamiento con EE.UU., que en la segunda mitad del siglo XX tenía mucha mayor influencia y poder en la región que ahora.

"Su influencia en la izquierda latinoamericana fue enorme y trágica. Antes de la Revolución Cubana, la izquierda en América Latina era, en la mayoría de los países, bastante débil", explica Michael Reid, editor para las Américas de The Economist, en su libro "El continente perdido. La batalla por el alma de América Latina" (2007).

En el poder, Castro abogó por contribuir a la "unidad" para impulsar cambios en países como El Salvador, Guatemala o Nicaragua, y cooperó con el "Che" Guevara y su propósito de llevar la revolución a Bolivia.

Según manifestó el propio Castro en el libro "Cien Horas con Fidel", del periodista hispano-francés Ignacio Ramonet, la misión de su país en América Latina "fue unir, y realmente logramos unirlos".

"Hemos sido solidarios y hemos dado alguna modesta cooperación a los revolucionarios de Centroamérica. Pero ser solidario y dar alguna forma de cooperación a un movimiento revolucionario no significa exportar la revolución", añadió.

En ese mismo texto, fruto de sus conversaciones entre 2003 y 2005 con Ramonet, Castro explicó que, por ejemplo, tras la retirada de EE.UU. en 1975, Vietnam entregó a Cuba "armas norteamericanas recuperadas" que La Habana hizo llegar en parte al salvadoreño Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

La mayoría de esas revoluciones no tuvo éxito, excepto la sandinista en Nicaragua, y la isla se convirtió en destino de muchos ex guerrilleros, así como de exiliados y perseguidos por regímenes militares instalados en otros países del continente.

Reid señala en su libro que la Revolución Cubana ofreció a la izquierda de la región una respuesta al "problema estructural" que enfrentaban: "Cómo hacer una revolución en la que sus supuestos protagonistas principales, las clases trabajadoras urbanas, eran pequeñas y sus sindicatos, débiles".

"La única cosa que se había estado perdiendo previamente era el coraje de los revolucionarios", opinó alguna vez Ernesto "Che" Guevara, según recuerda el periodista en su ensayo.

Lecciones fundamentales

En su libro "Guerra de guerrillas" (1961), el revolucionario argentino-cubano expuso que la Revolución Cubana contribuyó con tres "lecciones fundamentales a la conducción de los movimientos revolucionarios en América".

Estos, a su juicio, fueron: "Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército"; "no es necesario esperar hasta que todas las condiciones para realizar la revolución existan; la insurrección las puede crear", y "en la América subdesarrollada, el campo es el área básica para la lucha armada".

En las tres décadas posteriores a 1959, la izquierda radicalizada de América Latina "se comprometió con la revolución". Así, "focos de guerrilla rural aparecieron pronto en más de media docena de países, incluyendo Guatemala, Colombia, Venezuela y Perú", describe Reid.

"Exportar la revolución" era algo visto por el líder cubano como una forma de defenderla en la isla, agrega el autor, por lo que "Cuba entrenó, armó, financió y asesoró a miles de revolucionarios de otros países latinoamericanos".

Mientras tanto, la URSS tomó un interés mucho más activo en América Latina cuando reparó en la sorpresiva llegada de un aliado "crecientemente leal" en El Caribe, dice Reid.

"Cuba nos forzó a echarle una mirada fresca a todo el continente, que hasta entonces había ocupado tradicionalmente el último lugar en el sistema soviético de prioridades", dijo, en "El continente perdido", Nikolai Leonov, quien fuera por mucho tiempo el oficial de la KGB más cercano a los hermanos Castro.

De hecho, en el plan que armó la KGB en 1961 para activar "levantamientos armados contra gobiernos reaccionarios pro-occidentales alrededor del mundo", América Central se ubicó en la parte alta de la lista, afirma el editor de The Economist.

El sandinismo en Nicaragua, surgido en 1979, fue el movimiento que más se acercó a los principios de la Revolución Cubana, lo que no habría ocurrido por coincidencia, pues Managua compartía varios elementos en común con Cuba.

Al igual que la isla caribeña, el país centroamericano "había sufrido intervención estadounidense, era gobernada por un dictador corrupto y su Ejército era una 'gendarmería' creada por EE.UU. que carecía de legitimidad", escribe Reid en su libro.

Fueron tales las similitudes que el Gobierno estadounidense de Ronald Reagan (1981-1989) vio en Nicaragua "la pesadilla de una 'segunda Cuba'", por lo que "se movió para derrocar a los sandinistas mediante la organización de los contra", señala el periodista en su publicación.

Con el cambio de milenio y en una América Latina más democrática que nunca, surgieron gobiernos que se declaran herederos de la Revolución Cubana de 1959, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y otros afines, como los de Argentina, Brasil y Uruguay.

La profundización de la integración latinoamericana promovida por esos gobiernos y plasmada en foros regionales como Unasur o Celac, puso definitivamente a Cuba en el mapa regional en detrimento de EE.UU.

Tras la muerte de Hugo Chávez, a quien Castro se refirió en un homenaje póstumo como "el mejor amigo que tuvo el pueblo cubano a lo largo de su historia", su sucesor en la Presidencia de Venezuela, Nicolás Maduro, se comprometió a mantener la "unión eterna" con Cuba y así lo ha hecho hasta ahora, a pesar de la crisis que afronta su país.

La relación de Brasil y Cuba pasó por uno de sus mejores momentos durante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva, con quien Castro tuvo una gran amistad, y de Dilma Rousseff, ambos del Partido de los Trabajadores.