Entre Colegas
Almorcé con un amigo que venía de Buenos Aires, un escritor y periodista de Valparaíso radicado allá hace varios años. Trataré de ser lo más fiel posible con lo conversado. Cociné unos tallarines con una especie de salsa tipo pesto hecha a la rápida, pero que funcionó bien. Conversamos sobre literatura argentina y chilena, pero no en términos comparativos, sino más bien para contrastar modelos instalativos de escrituras y de procedimientos autorales. El funcionamiento del campo cultural de cada país es bastante diferente, son otras las directrices y los puntos de vista, aunque la sacralización del mundo editorial es la misma y hay fenómenos que se repiten, como la irrupción de las editoriales independientes o la cuestión de género. Mi amigo, creo, se fue para allá porque consideraba que había una superioridad estética allende los Andes, si se puede hablar así, de la literatura trasandina, o consideraba, simplemente que no es tan provinciana como la nuestra. Las continuidades y rupturas de nuestra tradición parecen situarnos muy arcaicamente en relación con la otra. Las nuevas narrativas, dicho en plural, tendrían mucho ese ingrediente ingenuo de pretensión de novedad y con mucha voluntad de quiebre, sin filiaciones o paternidades escolásticas asumidas, exhibiendo en cambio, una profunda marca efectista. Habría mucha obra que responde a un mismo procedimiento autoral, como sería el caso del paradigma Diamela Eltit en la escritura chilena de género.
Llegábamos, además, a la conclusión de que otra de las regularidades era la obsesión por los temas de memoria y relativos al golpe del 73 mirados desde la infancia, como un tema pendiente que se le exige a la narrativa, incluso eso está redactado en varios llamados de la crítica, hacer la novela del golpe. Y la variante que hace protagonizar la infancia bajo la dictadura es parte de una estrategia editorial de lo que se hace llamar "generación novísima". Todo eso muy ligado a la biografía y a la crónica familiar. Todas estas líneas de trabajo son impuestas por un medio restringido que combina academia, editoriales y eventos culturosos. La clave es la dependencia con el sistema de la crítica periodística, la postulación a becas y postgrados y las conversaciones institucionales para la toma posicional. Uno de los flancos que se abrieron fue la invención de las editoriales independientes, que en parte entronca con el espíritu de las editoriales cartoneras que generan una especie de socialización de la cultura. Hay un juego democratoide en relación con el acceso a libro que tiene un efecto pedagogista muy potente.
Le recordaba a mi amigo que en el contexto del movimiento literario Pueblos Abandonado, que creamos algunos escritores de provincia, habíamos discutido esos temas y habíamos decidido tomar partido por un imaginario que reivindicara viejos tópicos territoriales con un rediseño lúdico, tampoco implicaba recuperar el criollismo, pero sí ajustar cuentas con esa generación del 50 (Donoso, Giaconi, Lihn y otros) que despreciaron las otras prácticas territoriales, considerándolas campechanas o fuera de los cánones de la liga moderna.
Mi amigo, me recordó algo inquietante a ese respecto, la filiación que tendría Manuel Rojas con el grupo de Boedo (en esa división clásica de la literatura argentina que da cuenta de esa cisura entre los de Florida y Boedo). Y por cierto la regencia de Borges como eje potentísimo de una ficción fundante, pero también la tradición fuerte de un criollismo republicanista muy poderoso. Esas tensiones aquí funcionaron de otra manera. Y gran parte de los nuestros quisieron o tuvieron que salir al extranjero o sucumbieron al "horroroso Chile".
Siempre o cada cierto tiempo, intentamos rehacer el mapa del deseo escritural de Chile para ver qué lugar ocupamos en el territorio. Se trata de una tarea inútil desde el punto de vista del trabajo sobrevivencial que debemos realizar los que vivimos fuera de Santiago, porque para todo escritor chileno o local la vida literaria de verdad está en otra parte, muy lejos de aquí. El almuerzo terminó sin grandes sobresaltos cuando acompañé a mi amigo hacía la escalera que bajar para acceder al plan de Valparaíso.
Marcelo Mellado