La falta de vocabulario para nombrar sentimientos y personas, algo frecuente en Chile, es síntoma de una enfermedad grave: la privación de un adecuado pensamiento. Un parlamentario resolviendo con groserías una discusión, terminó enfrascándose en problemas judiciales con un poderoso empresario e hizo famoso a un desconocido diputado Rivas; Boric, exaltado por un caso del Sename se exaspera y, en plena sesión de la Cámara Baja, envía tan lejos como puede a un ministro. Un polémico portero de fútbol, Johnny Herrera, envía duros mensajes a los dirigentes de su club a través de la prensa.
¿Qué es lo que está pasando en Chile? ¿Acaso no se nos enseñan las palabras adecuadas para poder expresarnos correctamente?
Personalmente, pienso que sí se nos instruye con un vocabulario suficiente a lo largo de nuestra educación básica y media, pero lo vamos perdiendo por diversos motivos.
El primero de ellos es porque hablar correctamente, en nuestro país, es mal visto. Aquellas personas que tienen un amplio léxico se ven como distantes por los demás, ya que la comunicación de sus ideas resulta difícil de seguir por la mayoría, quienes han perdido buena parte de las palabras aprendidas.
Luego, nos estamos convirtiendo cada vez más en una sociedad violenta y esta suma a sus vocablos un hipertrofiado lenguaje paraverbal: ritmo, tono de voz, volumen, que en vez de acercarnos al otro, nos ayuda a separarnos de este en vez de resolver dificultades a través de un diálogo adecuado.
Por último, y lo más significativo, es que nos faltan las palabras para captar la atención del interlocutor: la sociedad está demasiado ensimismada en su propia rutina, por lo que damos poca importancia en lo que pueda pasar, por ejemplo, en el mundo político, salvo que se destaque lo negativo. Ahí tropezamos con personas como los diputados Rivas y Boric, quienes se hacen conocidos, además de sus trabajos para sus circunscripciones, por su lenguaje procaz frente a otros, por la falta de respeto ante un tercero, a pesar de que pueden ganar también nuestra atención si lograsen interpelar a un otro con un correcto hablar. Susan Sontag llama "conciencia de las palabras" a la correcta apreciación y uso que hacemos de ellas, algo de lo que en este momento en Chile estamos muy distantes.
Es tiempo, como cada fin de año, de hacer balances y proponerse nuevas metas: generalmente, estas últimas tienen relación con lo económico o bien con lo familiar. Pero, ¿hemos pensado cómo puede beneficiarnos en estas categorías utilizar el vocabulario adecuado y poder ser capaces de transmitir lo que realmente queremos decir?
Intentemos ser menos Rivas, Boric y Herrera y seamos más Sontag, para así poseer más "conciencia de las palabras", cuidarlas y utilizar todas cuantas sabemos convenientemente.
Paulina Dardel
Profesora Facultad de Artes Liberales, UAI