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La épica política

El nuevo estatuto actual de lo político pasa por las pequeñas comunidades que arman espacio urbano y definen sus prioridades.
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El alcalde de mi ciudad le solicitó a los miembros del grupo que lo apoya y que lo sostiene políticamente, entre los que me encuentro, que fueran capaces de construir un relato que sirviera de pauta para la ejecución del programa que lo llevó al municipio. El tema no es menor tratándose de una de las ciudades más importantes del país. Entonces, ¿qué entendemos por relato políticamente determinado? ¿Por qué la política gusta apelar a la literatura para proclamar sus objetivos? Los proyectos políticos suelen proclamar utopías o recurrir a la jerga dramatúrgica para hablar de la escena política que quieren diseñar y de los actores políticos que la protagonizarán.

¿A qué alude un político cuando habla de relato o de una narración épica que sirva de base a la acción política? Nos imaginamos que hay un elemento simbólico, una epopeya que sirve de guía a un pueblo que busca su redención. Hay una comunidad, por lo tanto, que debe sentirse protagonista de una historia que necesita un narrador. En toda esta estrategia siempre hay una cita irrefutable a Moisés que dirige a su pueblo de vuelta a la patria prometida. Es decir, la política debe recurrir a los mitos fundacionales.

No se trata tampoco, como lo pretendía cierta escuela metafísica que los poetas funden la República, eso sería un delirio, o de que los poetas y narradores se predispongan a componer el relato del proyecto revolucionario que apoyan, según el modelo clásico del "Canta Oh, musa…", eso sería patético, aunque de algún modo se ha intentado en la modernidad, quizás El Canto General de Neruda tuvo ese registro generatriz, aunque dándole un espesor más internacionalista o continental.

Se trataría, creo, supongo y me imagino, de la búsqueda de aquellos objetos o productos que una comunidad ha depositado en el reservorio de lo que nos identifica, de lo que nos hace ser lo que somos. Una narrativa que nos haga existir en el lenguaje. Dicho así suena a cualquier cosa, pero en lo concreto, basta con recorrer las calles, hablar con la gente, recoger modos de hacer, incluso patrimonializar modos de habitar la ciudad y el territorio, y proyectar eso en distintos formatos y dispositivos de imagen y productividad.

Hoy día, la nueva política de los movimientos ciudadanos transita por la cuestión local. Ya no se parte por una tesis ideológica o camino pedregoso que concluye en una utopía, conducida por una vanguardia partidista que mesiánicamente decide los pasos de un proyecto. El nuevo estatuto actual de lo político pasa por las pequeñas comunidades que arman espacio urbano y definen las prioridades de visibilidad de sus necesidades de existencia y de la calidad de vida a la que aspiran, a partir de su propio hábitat, como el eje del cambio social y cultural. No como una imposición que viene desde fuera.

Además, todo proceso de emancipación parece estar definido por una estética que guía sus estrategias y procedimientos, y es el relato que hace de sí mismo el que le da el espesor ético al proyecto común. Queremos decir con esto que cualquier narrativa o poética que pautea una política busca legitimarse en la construcción colectiva del diseño de un nuevo orden de ciudad posible. Esto implica un contrato social de nuevas prácticas dialógicas y escénicas que van componiendo las imágenes y capítulos de un relato ciudadano.

Una épica ciudadana debiera tener o contemplar, entonces, un paradigma narrativo que, como todo dispositivo de composición histórica arraigado en la línea temporal, hace referencia a un pasado fundacional, un raconto que le da sentido de pertenencia a los personajes y protagonistas, y también un foco anticipatorio que le proporciona el ingrediente utópico que lo proyecta al futuro.

Marcelo Mellado