A propósito de unas dudosas asesorías
L as dudosas asesorías pagadas con dineros públicos, encargadas por Alejandro Guillier, podrían parecer un motivo de alegría para quienes respaldamos otras candidaturas presidenciales. Aunque aún no sabemos qué impacto tendrá esto en su apoyo, en cualquier caso incrementa las opciones de Beatriz Sánchez de pasar a segunda vuelta y, con ello, las de Sebastián Piñera de obtener un triunfo contundente en ella o incluso ganar en la primera ronda. Por otra parte, algún regocijo produce ver desenmascarado el doble estándar, pues, como ha dicho Carlos Peña, las explicaciones del senador Guillier no habrían satisfecho al periodista Guillier.
En mi opinión, sin embargo, sólo cabe lamentar lo acontecido. Ello muestra que parte de nuestra dirigencia política, que ciertamente tiene mucho mérito en el notable progreso que nuestro país ha experimentado en la mayor parte de las últimas tres décadas, no ha sabido ponerse a la altura de los estándares de probidad y transparencia que, con toda razón, los ciudadanos reclaman hoy. Incluso el serio esfuerzo que se ha hecho para perfeccionar las normas sobre financiamiento de la política y conflictos de interés se ve en alguna medida empañado por la constatación de la subsistencia de estas malas prácticas.
Esto aumentará seguramente el desprestigio de la política. Y ese es muchas veces el caldo de cultivo perfecto para el auge de nefastos demagogos envueltos en túnicas de pureza, que han devastado a sus países. Chávez llegó al poder denunciando la corrupción de la democracia venezolana, y hoy ese país tiene un gobierno autocrático e incomparablemente más corrupto. Uno de los gritos de guerra favoritos de Trump fue "drenar el pantano" lleno de inmundicia en que se habría convertido la política de Washington.
Quien más agita hoy en Chile la bandera de la pureza es el Frente Amplio y su candidata Beatriz Sánchez. El episodio de la candidatura a diputado de Alberto Mayol nos da un atisbo de cuánta ilusión puede haber en esa imagen. Pero la única manera sensata de decidir a quién apoyar en política es intentar sopesar quién podría hacer una contribución mayor al bien común de la sociedad. Y, a pesar de su corta trayectoria, la dirigencia del Frente Amplio merece una muy mala calificación en ese decisivo aspecto. Sus líderes jugaron un papel determinante para que Chile abandonara en 2014 la senda de las buenas políticas públicas, promoviendo malas soluciones a legítimas demandas, gracias a lo cual los más desfavorecidos tienen hoy peores perspectivas que entonces.
No quiero decir con ello que no sea deseable la emergencia de nuevos grupos políticos. Pero pienso que a ese respecto la mejor esperanza está en los partidos liberales que debutarán en estas elecciones y que, por lo pronto, disputan tres sillones senatoriales, con Lily Pérez de Amplitud en Valparaíso, Andrés Velasco de Ciudadanos en Maule y Felipe Kast de Evópoli en La Araucanía. Esos grupos, unidos a los liberales que hay en la Democracia Cristiana, pueden hacer -ya sea desde el ejecutivo o el legislativo- que un posible futuro gobierno de Piñera sea mejor y acaso construir una alternativa plausible a las dos coaliciones dominantes en las últimas décadas.
Claudio Oliva Eklelund
Profesor de Derecho, Universidad de Valparaíso