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Desnudos, educación, libros y museos

Una de las características del arte es representar la realidad, pero también, generar controversia ¿por qué? Para forjar el diálogo.
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El cuerpo humano objeto/sujeto de tantas controversias, satanizado por algunos, endiosado por otros; abierto para conocer hasta el más mínimo detalle de su configuración, intervenido en búsqueda de la perfección artificial, capaz de tornarse mortecino de un minuto a otro, cuando el alma, si es que existe, lo abandona.

Este año el libro Detectives en el Museo, editado por el Museo Artequin Viña del Mar, fue elegido como texto complementario por el MINEDUC para la Educación Básica. Ello significa que será entregado en forma gratuita a los y las estudiantes que cursan tercero básico en colegios públicos y subvencionados de Chile. Es un libro de ilustración que, a través de un recorrido de dos niños y una niña por el Museo Artequin Viña del Mar, cual inquietos detectives artísticos, viajan por la historia del arte, entablando diálogos con los personajes de las obras con la finalidad de entender su sentido e importancia.

Algunas personas se han mostrado incómodas con la presencia de desnudos en el libro (El Jardín de las Delicias de El Bosco,1503-1515), cuestionando la necesidad de que niños y niñas vean estas imágenes. En muy pocas palabras, quiero reflexionar sobre esto. Si hacemos un recorrido rápido por la historia del arte, desde la Época Clásica queda en evidencia la veneración al cuerpo humano, observándose en esculturas y frisos. Si bien existió un acallamiento durante la Edad Media, en el Renacimiento la tradición clásica encontró una nueva vitalidad. El cuerpo se enaltece, dibuja y estudia. Los artistas acudían a cementerios para poder entender la configuración del humano y representar su musculatura, intentando conocer el principio de la tensión y la contracción del cuerpo. En adelante este ha sido interpretado en una infinidad de formas y formatos. Para no ir mas lejos, recordemos la polémica causada hace pocos años por la Casa de Vidrio que se instaló en el centro de Santiago, donde una joven realizaba su rutina diaria, incluyendo el desvestirse y vestirse. La obra, financiada por el Fondart, perseguía motivar una reflexión sobre los límites de la privacidad chilena.

Una de las características del arte es representar la realidad, pero también, generar controversia ¿por qué? Para forjar el diálogo, detener el mundo y analizar cómo vamos "progresando" como sociedad. La pintura de un fusilamiento nos permite hablar con niños y niñas sobre la necesidad del respeto entre las personas y que, por ejemplo, los excesos ideológicos producen ofuscación y enceguecimiento (el libro comentado incluye la obra El 3 de Mayo en Madrid, de Francisco de Goya, 1814). Solo por destacar, el siglo pasado tuvo grandes y horribles enfrentamientos, no caeré en su mención, haga memoria.

Los desnudos forman parte de las colecciones de los grandes museos de arte en todo el mundo y la discusión contemporánea es reparar en que la mayoría de las veces son mujeres las retratadas. Por ello, una de las tendencias actuales de las artistas, historiadoras y museólogas es cambiar dicha relación entre mujeres que exponen y mujeres desnudas que se exponen. Solo en el MOMA, a fines de los ochenta, el 85% de los desnudos eran de mujeres, y el 5% de las obras expuestas eran de artistas mujeres. Esto ha sido visibilizado por el movimiento llamado Guerrilla Girls.

La invitación de Detectives en el Museo es dar a conocer, reflexionar y conversar sobre la historia del arte. Vamos por el diálogo, la visita al museos y a no tener miedo a polemizar temas interesantes, que en el fondo nos permitirán comprender mejor y con mayor profundidad nuestro devenir.

Macarena Ruiz Balart

Directora Museo Artequin Viña del Mar

Tribunal Constitucional, Educación y Sociedad

El artículo 63 no era un elemento insignificante como algunos intentan hacer creer; buscaba clausurar de modo definitivo la discusión sobre el lucro.
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La observación atenta de la sociedad no es un ejercicio inútil o una refinada forma de ocio. Las decisiones que adoptamos deben fundarse en una mirada profunda respecto de las personas, las circunstancias que las rodean, la historia de la que forman parte y las proyecciones posibles que derivan de ello. Meditar sobre esto debe ser una actitud continua, pues constituye incluso un indicador de madurez y responsabilidad.

Así, cualquier observador independiente podría dar cuenta de la enorme inquietud existente en la sociedad chilena respecto de su futuro, en especial de la educación como vehículo para transitar hacia un mundo mejor. Consecuentemente, las imágenes que pudieran graficar la reflexión sobre educación y sociedad debieran mostrar las situaciones y desafíos mediante las actuales formas de entender la relación entre sociedad y educación.

Algunos intentan mirar el siglo XXI mediante el cristal con el cual lo han hecho por muchas décadas. No obstante, todo indica que los modelos de desarrollo, por ejemplo, son claramente insuficientes. No se trata de cómo extraemos minerales o arrancamos frutos de manera más eficiente y eficaz; se trata sencillamente de que ese modelo tiene un techo, el que con más o con menos ya alcanzamos. La pregunta, entonces, es qué de nuevo debemos hacer para imaginar un mejor futuro, más próspero y con relaciones sociales más justas y menos desiguales. La respuesta siempre es la misma: más y mejor educación.

La educación, además de un derecho, es también el medio más eficiente para transitar adecuadamente hacia ese futuro. Pero para ello debemos desterrar de una buena vez la noción que relaciona la educación con el concepto de gasto. Educar es una inversión, una inversión en un mejor mañana, inversión en imaginar formas y procesos que hoy ni tan siquiera podemos prefigurar sin actuar sobre nosotros mismos, sin ser instrumentos de nuestro propio cambio, sin educarnos. De allí que resulta desalentador ver cómo un desafío tan enorme, tan vital para el futuro de Chile, se deposita en manos tan poco adecuadas como las del Tribunal Constitucional.

El mencionado tribunal decide algo que la sociedad de alguna manera ya había discutido, con incomodidades, con tensiones, pero que en lo básico y de modo democrático ya había resuelto. El artículo 63 no era un elemento decorativo e insignificante como algunos intentan hacer creer; buscaba clausurar de modo definitivo la discusión sobre el lucro. Una sociedad con urgencias como las que tiene la sociedad chilena no puede darse el lujo de dar espacio a trucos y subterfugios para permitir el traspaso de recursos de todos a manos de unos pocos.

Más que un fallo en derecho es una resolución especialmente política. No es otra cosa que la representación de los intereses de un sector de la sociedad. Decimos político pues recurren a un amplio repertorio de actores institucionales para finalmente, mediante un recurso extremo, alzarse con un penoso triunfo. Pero también es económico, pues la resolución del tribunal permite que ciertos actores, ajenos al interés de la sociedad chilena, especialmente en materia educacional, se instalen en la mejor posición para, en el momento que lo decidan, hacer lo mejor que saben hacer: maximizar su interés.

Patricio Sanhueza V.

Rector Universidad de Playa Ancha

Nuevas voces de la historia de Chile

Jorge Baradit en las librerías, Kenneth Pugh como fenómeno de TV, Gonzalo Serrano de articulista y Roberto Silva con su megaobra quillotana. A la Región le llora un mayor apego por su pasado, aquel que todos dicen querer y defender, pero que -a la hora de los quiubos, como decía el huaso- los cuidados del sacristán terminan por matar al señor cura.
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Nadie que conozca al senador Kenneth Pugh puede decirse sorprendido de haberlo visto la semana pasada, no uno, sino ¡dos días consecutivos! en el matinal Bienvenidos de Canal 13 dando una cátedra histórica frente a Tonka Tomicic, Martín Cárcamo y Polo Ramírez, con tan buenos resultados de sintonía que lo matricularon para el día siguiente junto al siempre televisivo exministro Francisco Vidal.

La explosión del interés por hechos pasados ha llevado a muchos a mirar con desdén -y algo de soberbia- los méritos del también porteño Jorge Baradit, quien arrasa en cualquier ranking de ventas con sus Historia Secreta de Chile I, II y III, en los cuales fusiona anécdotas, leyendas urbanas y teorías conspirativas en función de crear un anzuelo de lectura que, les guste o no a muchos, funciona y ha provocado un tremendo interés por interiorizarse del pasado de nuestra patria.

En estas páginas también, desde hace un buen tiempo, escribe el destacado historiador local, esforzado tenista y renunciado director de Santiago Wanderers, Gonzalo Serrano del Pozo, quien combina la precisión quirúrgica de los archivos con un necesario vínculo con la contingencia. No es una exageración decir que Serrano está llamado (aunque él no lo sepa) a convertirse en el gran narrador de la epopeya porteña del nuevo siglo y, como también lo sueña el alcalde Óscar Sumonte, en el historiador por excelencia de Concón. Su jefe y amigo Rodrigo Moreno, por lo pronto, ya comenzó a adueñarse del pasado de Viña del Mar.

En Quillota, en tanto, otro que no se queda atrás es Roberto Silva Bijit -fundador y director espiritual del diario El Observador, hoy en manos de su talentoso hijo del mismo nombre-, quien se lanzó con un ambicioso proyecto de escribir la historia de su ciudad, cuyo primer tomo -que va desde el año 40.000 A.C. hasta el 1800- ya es una realidad palpable.

Con todo, con este Valparaíso tan lleno de poetas, de demasiado tralalí alalí y demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés, como decía Bolaño sobre Huidobro, precisando que siempre han sido mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas, la ausencia de historiadores abocados específicamente al Puerto (Eduardo Cavieres, el mayor de los últimos tiempos, se ha especializado en la región andina y los vínculos con Perú y Bolivia con tremendo éxito) hacen echar de menos también un museo histórico de alta gama. No sólo aquí, sino también en Viña del Mar, Quillota y tantos otros lares. A diferencia de la Región de Magallanes, Santiago y el Norte del país, a la Región de Valparaíso le llora un mayor apego por su pasado, aquel que todos dicen querer y defender, pero que -a la hora de los quiubos, como decía el huaso- los cuidados del sacristán terminan siempre por matar al atribulado señor cura.