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¿Qué es, finalmente, Viña del Mar?

De una crónica de Joaquín Edwards Bello, pasando por los dibujos de Edmundo Searle y la música del DJ holandés Martin Garrix, a la pelea del McDonald's. "Es muy optimista y juvenil Viña del Mar para que interese a un hombre pesimista y desencantado", escribe Edwards Bello, casi como si definiera con ironía a todos aquellos que añoramos una "placita tranquila". ¿Qué mejor que despedir con cine a un cineasta como él? Cine en el cine. Cine de calidad, como el que Luciano contribuyó a hacer. Si buscamos ser mejor sociedad, será necesario respetar. Y por respetar me refiero a interactuar aceptando la legitimidad del otro.
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Publicada en su crónica habitual del diario La Nación, el 28 de marzo de 1929, "La verdad sobre Valparaíso y Viña del Mar" es quizás otro brochazo de lucidez del gran periodista y escritor chileno Joaquín Edwards Bello, en una curiosa reflexión sobre ambas ciudades que podría proyectarse sin ninguna problema al día de hoy, cuando -en pleno verano de risas y descanso- discutimos agriamente por los decibeles provocados por un DJ holandés en el Sporting Club o nos asombramos con el video de una batalla campal en el McDonald's de avenida San Martín.

"Viña del Mar es un balneario de lujo", escribe don Joaquín. "Un hombre de talento que ha vivido en Viña algunos años me decía: 'a mí no me conviene esta población, por cuanto no soy sportman ni millonario'. Exacto. Un hombre no muy elegante, ni muy rico, sin automóvil, ni leyenda galante, ni caballos de carrera, hará ratónica figura en este balneario riente y optimista, cuya naturaleza lo hará uno de los primeros de América", agrega, dando muestras de aquel "largo ajuste de cuentas con Chile", como describe Héctor Soto el estilo del autor de El Inútil, enfrentado a sus propias heridas y demonios, en el prólogo de Joaquín Edwards Bello. Crónicas Reunidas (II) 1926-1930 (Ediciones UDP, 2009).

"En Viña la vida es jocunda y juvenil, de Kursaal (sala de curss, en el alemán original; estilo arquitectónico de los antiguos balnearios centroeuropeos). Es vida jazzbandística. En Viña no hay un solo monumento, ni una librería que merezca el nombre de tal. Es la ciudad feliz, sin filósofos ni quebraderos de cabeza. Pero es feliz a la manera más rabiosamente burguesa y plutocrática", prosigue el periodista.

"Cuando yo tenía veinte años, me sentía atraído por los recién llegados de Europa, los pantalones doblados, los autos nuevecitos, los noviazgos a la moda, el Derby. Era la edad del pavo, cuando uno hace cualquier sacrificio para llegar a la playa a tomarse un aperitivo con traje nuevo. Ahora todo eso yace en el recuerdo y me parece una enorme candidez, como creer elegante al señor que usa el bastón con la cacha para abajo y el pañuelo caído del bolsillo. He franqueado esta etapa, a Dios gracias. Falta en Viña la placita tranquila, el viejo jardín público donde discurren cuatro solitarios de cosas ajenas al auto, al copetín, al ajuar suntuoso y a la ganancia del señor salitrero (...) Viña del Mar es la ciudad de la Bolsa y el deporte. Cada chalet es el símbolo de un buen negocio; el castillo trunco, sin terminar, representa una combinación desgraciada. Es muy optimista y juvenil Viña del Mar para que interese a un hombre pesimista y desencantado. Aquello es la adoración, es el himno a todo lo inmediato. Por mi parte, soy coleccionista de almas; adoro las que se fueron y las que vendrán, es decir, vivo de recuerdos y esperanzas", rubrica Edwards Bello, con una extraña mezcla de resignada ira.

¿Qué es, finalmente, Viña del Mar? Tal vez esa sea la pregunta que nadie se ha animado a responder. ¿La Viña de hoy pareciera tener más que ver con lo que escribe Edwards Bello que con lo que pintaba Edmundo Searle o lo que provoca Martin Garrix? En tal definición debiera basarse necesariamente el futuro de la ciudad.


Despedida de un cineasta

Excusarán los lectores que me exprese en primera persona. El día 10 de este mes, en función de noche, vi en el Cine Arte de Viña del Mar la excelente película "Cold War", del realizador polaco Pawel Pawlikowski. Postula al Oscar como mejor película extranjera, y la contienda con "Roma", del mexicano Alfonso Cuarón, va a ser digna de ver.

"Cold War" es una película triste, tristísima, y no sólo por la manera en que se percibe la presión que sobre los personajes del filme ejerce el régimen comunista de ese tiempo y el culto a la personalidad de un asesino en serie como José Stalin, sino por la historia del amor tan intenso como contrariado que une a los protagonistas, interpretados por dos muy buenos actores. Una historia no en colores, sino en blanco y negro, como la propia película de Pawlikowski, tan en blanco y negro como su competidora este año al Oscar. Sin embargo, "Roma" es una película que levanta el espíritu, y eso sin valerse de ninguna pomposidad ni grandilocuencia; todo lo contrario, su clave es intimista y alejada de toda pretensión.

Refiero lo anterior porque en la mañana del mismo 10 de enero, durante varias horas, familiares, amigos, admiradores y excompañeros de trabajo despedimos en la misma sala de Cine Arte al querido director de televisión, camarógrafo, montajista y escenógrafo Luciano Tarifeño, uno de los jóvenes talentosos que hicieron nacer la televisión porteña, y con ella la chilena, en los subterráneos de la Universidad Católica de Valparaíso. Fue voluntad de Luciano que sus restos fueran velados en ese lugar para salir de allí directamente al cementerio. Esa mañana se escucharon testimonios certeros y entrañables sobre su persona y se mostró un documental acerca de su trayectoria. Nolberto Salinas, que trabajó en cámara con Luciano en "Valparaíso mi amor", el recordado filme de Aldo Francia, cantó sobre el escenario -en frío, sin ningún acompañamiento- el himno de Valparaíso que empieza diciendo "Eres un arco iris de múltiples colores…". Los que estaban en la platea corearon la interpretación y todo concluyó con un aplauso que podría haberse escuchado en la completa región.

Fue extraña la sensación de ver cine allí donde horas antes habíamos despedido a Luciano. Extraña, pero también reconfortante. Pienso que a él le habría gustado algo así, como seguramente habría disfrutado la película "Cold War". ¿Qué mejor que despedir con cine a un cineasta como él? Cine en el cine. Cine de calidad, como el que Luciano contribuyó a hacer cuando en Viña había cineastas y cinéfilos como Aldo Francia, Orlando Walter Muñoz, Hvalimir Balic, Luchita Ferrari, Guillermo Aguayo, José Pellerano, José Troncoso, los cuales fueron mencionados en uno de los discursos como si esa mañana hubieran estado todos presentes en la sala despidiendo también a su compañero y amigo. Se mencionó también que el municipio viñamarino, o alguna otra entidad, debería conferir al Cine Arte alguna distinción patrimonial.

"Cold War" termina con una invitación que la protagonista hace a su pareja: "Vamos a otro lugar. La vida es mejor allí". Creamos o no algo así en el caso de Luciano Tarifeño, todos los deseamos.


Bien muerto el perro (y el diálogo)

Momentos críticos se viven en nuestra política chilena. Hace algunos días se daba a conocer un video donde el diputado Gabriel Boric, del Frente Amplio, recibía una polera de regalo con la cara baleada del senador Jaime Guzmán. Pese a que luego se declaró sorprendido, lo cierto es que se veía bastante cómodo. El parlamentario rió y mostró el "democrático" obsequio con agradecimiento a la cámara que lo filmaba, mientras celebraba la iniciativa con un lolero "bueeeena" y un futbolero "aguante". El momento se hizo viral en las redes sociales, casi tanto como el polémico obsequio de Roberto Fantuzzi al ministro Céspedes el 2016, cuando el progresismo chilensis estalló en ira con muchos "hashtags" y "trending topics". Aquella vez, el mismo Boric trataba a quienes dieron y recibieron el regalo de "pelotudos". Entonces era una muñera inflable, hoy era una polera burlándose de un senador asesinado en democracia. Casi lo mismo, ¿no?

Pero tratándose del diputado magallánico, el tema del obsequio era complejo, pues sólo semanas antes había reconocido su visita a Ricardo Palma Salamanca, juzgado y condenado por asesinar al senador gremialista. Junto a la diputada Maite Orsini -también del Frente Amplio- habían decidido tomarse un café en París con quien, en 1996, escapara en helicóptero de la cárcel de máxima seguridad junto a otros frentistas.

Considerando lo anterior, lo ocurrido esta semana con Marisela Santibáñez no es asunto baladí. En una sentida intervención en la Fiesta de los Abrazos del Partido Comunista (¡vaya paradoja el nombre de la actividad!), la diputada del PRO declaró su molestia frente a las críticas que recibiera su compañero Boric por el altercado de la polera con la imagen de Guzmán baleado. "Bien muerto el perro", concluía la honorable con un sentido democrático admirable.

Indudablemente los hechos que se describen han terminado por afectar la reputación de los afectados, pero también la de nuestra denostada clase política. Este tema es particularmente complejo, pues Boric, Orsini y Santibáñez pertenecen a un grupo de actores que venían -supuestamente- a "oxigenar" nuestro Parlamento, con nuevas formas y conductas que buscaban acercar una actividad que se veía lejana y poco conectada con los asuntos ciudadanos. Pero lamentablemente, las polémicas en que se han visto involucrados denotan violencia e intolerancia, generando un clima de tensión en el cual se hace imposible instaurar una lógica de diálogo.

Este crispamiento lo hemos sufrido -en mucha menor escala- en nuestra Región de Valparaíso. Basta recordar la tensa pelea entre el alcalde Patricio Freire y el core Iván Reyes al final de una reciente sesión del Consejo Regional o el bochornoso episodio vivido entre los diputados Osvaldo Urrutia y Andrés Celis hace algunas semanas en el Congreso.

Si buscamos ser mejor sociedad, será necesario respetar. Y por respetar me refiero a interactuar aceptando la legitimidad del otro. Eso, en castellano antiguo, implica dejar de pensar que los adversarios políticos son entes subnormales sin capacidad de raciocinio. Implica, por supuesto, dejar de pensar que son perros que merecen morir.

Agustín Squella

Premio Nacional de Humanidades

Pedro Fierro Zamora

Director de Estudios de Fundación Piensa y Académico UAI