Hoy sábado 23 de febrero puede ser un día indiferente para muchos o significativo para otros, por variadas razones que pueden ir desde el recuerdo doloroso hasta la esperanza en la vida. Así debe ser seguramente para cada día del año. Sin embargo, según lo que dicen todas las informaciones, es un día que tiene connotaciones de orden diverso para los hijos de una nación al norte de la América del Sur, de la que nosotros somos parte.
Hijos que viven en su Patria o que han debido abandonarla por la fuerza de las circunstancias. Decenas de miles de las hijas e hijos de esa tierra, cuyo subsuelo está lleno de riquezas, han llegado hasta nuestro suelo en busca de esperanza. Me he hecho el propósito, y lo he logrado, de dialogar con aquellos en cada oportunidad que aparezca ante mí. En la gasolinera, en el parquímetro, en el restaurant, en la librería, en las tiendas y en cuanto lugar sea propicio, he tratado de representar a nuestro pueblo con la mano extendida de manera fraternal ante esos jóvenes, mayoritariamente profesionales, que relatan los motivos de su huida, de su búsqueda, de su sueño. No deja de emocionarme -siempre- la respuesta que muchos de ellos dan ante los buenos deseos entregados: amén. Amén que expresa una costumbre noble.
Hoy sábado 23 de febrero, cuyo acontecer desconocemos, aunque podemos imaginar hipótesis, hacer predicciones, tener deseos y preferencias, no es un día cualquiera también para nosotros. No hace muchos decenios ese pueblo fue generoso con muchos chilenos. Hoy, ante el dolor (con su objetividad y su subjetividad), no corresponde la indiferencia, no es tiempo de mirar para el lado, es tiempo de la reciprocidad. La prédica de la solidaridad no es para hacer teoría, exige una acción justa, proporcional a las circunstancias. Lo que pasa en ese país al norte de Sud América no nos es ajeno, aunque creamos que porque está lejos, debemos ser asépticos en la autodeterminación de los pueblos.
Hoy 23 de febrero tenemos un espejo en el cual reflejar lo que somos, ver nuestras noblezas, nuestras incoherencias, nuestros sesgos dominantes, nuestra cobardía, nuestra ceguera y dogmatismo. Expandir la valentía para enfrentar los principios aunque duela: ver que la persecución y la tortura no es buena aunque la hagan mis amigos; levantar la mirada para salir del escapismo de racionalizar todo aquello que nos incomoda culpando a algún monstruo que nos sirve para explicar todo.
Estar dispuestos a jugarnos por la libertad de expresión en todo lugar, porque ella vale en la tierra de los que admiramos y no sólo en la tierra de los que despreciamos. También es un día para aquilatar y cuidar el jardín imperfecto de la democracia, que con todas sus malezas inevitables, sequías e inundaciones, es la tierra donde nacen finalmente los mejores frutos para la Paz.
Bernardo Donoso Riveros
Profesor Emérito de la PUCV