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Cuidado con la metástasis

Los enemigos de la democracia están en ella misma, en su interior y, más concretamente, en los actores del régimen democrático, partiendo por los ciudadanos. Agustín Squella, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales
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Cada vez que intento explicar la democracia como forma de gobierno de la sociedad, la pregunta no tarda en salir: ¿cuál es hoy el principal enemigo de la democracia, la peor amenaza que se cierne sobre ella? Y la respuesta que se me ocurre es que, no habiendo otra forma de gobierno mayormente deseable que la democracia y que pudiera enfrentársele con posibilidades de reemplazarla, los enemigos de la democracia están en ella misma, en su interior y, más concretamente, en los actores del régimen democrático, partiendo por los ciudadanos y siguiendo por aquellos que se dedican profesionalmente a tareas de gobierno, de administración y de legislación a nivel nacional, regional o comunal. En cuanto a los primeros, restarse a la participación constituye hoy un grave contrasentido, porque los mismos ciudadanos que se resisten a participar en las elecciones no tardan luego en salir a las calles para reclamar para que autoridades den solución a los problemas que les afectan. Y en cuanto a los segundos, el populismo, pero sobre todo la corrupción, es el fenómeno que está haciendo mayor daño a la democracia.

El populismo, es decir, presentar como fáciles problemas que son en realidad complejos, proponer medidas atractivas para encarar ciertos problemas y que se saben impracticables o ineficaces, manipular sentimientos y pasiones de la muchedumbre en vez de invitar a los ciudadanos a informarse y a pensar, comportarse como caudillos y no como líderes, y estar más atentos a las encuestas que a las ideas, ha sido siempre una grave amenaza para el funcionamiento de una democracia que sea realmente deliberativa. Pero ojo: a veces se usa la palabra "populismo" solo con el fin de descalificar iniciativas loables que van a favor de los más necesitados. Pida usted que el salario mínimo suba unos pocos puntos más que los que ha propuesto un gobierno y seguro que lo acusarán de populista. Abogue por un derecho colectivo del trabajo a favor de los sindicatos, la negociación colectiva y la huelga efectiva y es un hecho que lo acusarán de populista. Pida una reducción de la jornada laboral y no solo su mejor distribución durante la semana y le ocurrirá exactamente lo mismo. "Populismo" se vuelve así un arma arrojadiza que las elites políticas y económicas lanzan a la cara de cualquiera que se muestre interesado en mejorar las condiciones materiales de existencia de quienes malviven en condiciones de manifiesta e injusta desigualdad.

Peor para la democracia es la corrupción, en cualquiera de sus variadas formas. Corrupción no de la democracia en sí, sino de aquellos que, elegidos para cargos de representación popular, sacrifican el bienestar de sus representados a los beneficios y privilegios que distribuyen entre sus amigos, parientes y subordinados, o entre los camaradas de partido, o entre los operadores electorales que hacen trabajo en terreno no a favor de la ciudad, de la región ni del país, sino a favor de las propias autoridades que buscan una y más reelecciones cuyas campañas financian con aportes ilegales de privados o con dádivas que distribuyen directamente entre los electores.

Lo más irritante ocurre cuando los corruptos se excusan con las obras que dicen haber hecho para su ciudad, su región o su país, siguiendo en esto la lógica de Adhmear de Barros, gobernador de Sao Paulo en 1947, cuyo eslogan era "Roba, pero hace". O cuando con absoluto cinismo se encogen de hombros e intentan bajarle el perfil a las acusaciones, como aquel ministro y candidato francés a la presidencia que había contratado a sus hijos de manera irregular y que al ser descubierto dijo: "Et alors?", o sea, "¿y qué?".

Menor corrupción en Chile que en otros países, pero hay que tener cuidado con la metástasis.

¿Qué se espera de los estudiantes universitarios?

Se espera que los jóvenes universitarios se comprometan con los sueños y las expectativas de sus familias. Un porcentaje muy alto corresponde a la primera generación que ingresa a la universidad. Nelson Vásquez, Profesor Instituto de Historia PUCV
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El Estado de Chile está realizando un esfuerzo relevante para financiar la gratuidad universitaria. Nunca se había destinado tanto dinero para una política pública educacional, cuyos resultados sólo comenzarán apreciarse en varias generaciones futuras, cuando los titulados aporten al desarrollo del país.

El debate universitario del reparto de los recursos económicos no siempre ha permitido abordar todas las implicancias que la gratuidad tiene para las familias y para los propios universitarios.

Es importante hacer la pregunta: ¿Qué esperan los chilenos de los estudiantes universitarios con gratuidad? De partida, habría que indicar que la gratuidad es sostenida con recursos que proceden de todos los chilenos y que éstos, perfectamente, podrían haberse destinado a otros fines, igualmente necesarios en una nación con múltiples carencias. Es el contribuyente anónimo el que aporta su dinero a través de sus impuestos, para que los jóvenes más talentosos y de escasos recursos económicos puedan estudiar con gratuidad.

En primer lugar, se espera que los jóvenes universitarios se comprometan con los sueños y las expectativas de sus familias. Un porcentaje muy alto corresponde a la primera generación que ingresa a la universidad. Los padres han realizado esfuerzos gigantes para proporcionarles una educación primaria y secundaria con la mayor calidad posible. El aumento significativo de la educación particular subvencionada chilena ilustra a cabalidad estos esfuerzos.

También se espera que los jóvenes valoren todas las oportunidades de formación que ofrecen las universidades. Es importante que tengan curiosidad intelectual, asistan a clases, usen las bibliotecas y los libros, utilicen adecuadamente las tecnologías, se incorporen activamente a los procesos de aprendizaje planificados por los profesores, aprovechen la experiencia y los conocimientos de los académicos, y pongan todos los talentos y capacidades en la realización de los trabajos exigidos en los cursos.

Finalmente, se espera que los jóvenes comprendan que el ejercicio de la profesión es un servicio a la sociedad y, en consecuencia, debe ser realizado con rigor, calidad y con cuidado de las personas. El desarrollo de la profesión es un espacio privilegiado para proporcionar oportunidades a nuevas familias que también desean lo mejor para sus hijos. De esta manera, iremos avanzando en una sociedad más equitativa y con más justicia. Es cierto que para algunos este camino al desarrollo puede ser considerado más lento, pero sin duda será mucho más seguro y estable en el tiempo.

¿En serio no habrá azúcar después de la rebelión?

De mezquindades ya estamos hartos. Si la Región quiere dar el salto, terminemos con las zancadillas. Apostar por la Región de Valparaíso no es precisamente un buen negocio. Tal vez no sea muy políticamente correcto decirlo, pero ni Von Appen ni Ibáñez son los enemigos.
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Cabe la pregunta sobre el verdadero derrotero que debería recorrer la Región de Valparaíso para, de una vez por todas, sacudirse de aquel marasmo decimonónico que -por una, otra, o tantas razones- nunca nos permite dar el salto necesario hacia el objetivo común de mejorar en todos los aspectos posibles que nos afectan.

La vida, al menos por lo que entendemos, solo es una. Quizás hemos perdido demasiado tiempo inventando mundos posibles antes de concentrarnos en mejorar el único que tenemos. Las buenas intenciones, pavimento predilecto en cualquier licitación pública o privada de rutas al infierno, ya no bastan por sí solas, si a la hora de la convergencia social (¿dónde habremos escuchado tales palabras últimamente?) optamos por cerrar los ojos, mordernos los labios y asegurar una mezquina reelección o ciertos pingües intereses.

Una de las citas más relevantes de la cooperación mundial, el Foro de APEC, tuvo esta semana en nuestra Región a ministros, representantes y delegaciones de las 21 economías del Asia Pacífico, quienes se desdoblaron en trabajo colaborativo en el combate a la inequidad, la exclusión y sus respectivas metástasis sociales. Era el minuto de entender que desde el Congreso y las municipalidades pudimos habernos concentrado en estimular planes intensivos de inglés y TIC en vez de completar casi una década discutiendo sobre gratuidad universitaria y tómbolas en los colegios. Con todo, y a riesgo de estropear el asado, queda la sensación de que, salvo por Viña, pocos le sacaron lustre a tamaña oportunidad globalizadora.

Tampoco es la hora de buscar responsables: quizás son los medios de comunicación, tal vez el Gobierno y sus exagerados planes de austeridad regionales, por qué no los alcaldes que decidieron sencillamente excluirse a sí mismos y a los suyos, temerosos de enojar a sus fieles votantes y a su claque, los mismos que odian el TPP11 sin siquiera saber qué significa tal acrónimo o amenazan de muerte en los muros de Valparaíso a parlamentarios tan respetables como Lagos Weber o Hoffmann.

Apostar por la Región de Valparaíso no es precisamente un buen negocio. Tal vez no sea muy políticamente correcto decirlo (mucho menos hoy), pero ni Richard Von Appen, ni Nicolás Ibáñez -tampoco Frei o las AFP- son los enemigos. No se merecen el trato dispensado por las autoridades ni los rayados en pasarelas y fachadas que invitan a un paseíto en un "Jumbo sin rumbo", como decía Bonvallet.

Algo de eso escribió George Orwell en su indispensable Granja de los animales (1957). Luego de que su dueño, el señor Jones, se "diera a la bebida" tras un mal negocio que terminó por hundirlo, el Viejo Mayor, "un cerdo majestuoso", en palabras del propio Orwell, transmitió a los animales su último sueño y visión: la causa de todos sus males se reducía a un sustantivo común de seis letras, el hombre.

Cuenta Orwell que "una de las preguntas más estúpidas" de la noche fue hecha por Mollie, la yegua blanca: ¿Habrá azúcar después de la rebelión?

-No -respondió con firmeza Snowball, otro cerdo muy vivaz. -No tenemos medios para fabricar azúcar en esta granja. Además, tú no precisas azúcar. Tendrás mucha avena y heno.

-¿Y se me permitirá seguir usando cintas en la crin? -insistió Mollie.

-Camarada -respondió Snowball. -Esas cintas que tanto te gustan son el símbolo de la esclavitud. ¿Acaso no entiendes que la libertad vale más que tales cintas?