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El lado B de Rubén Bastías

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Debido a su profesión de dibujante, la imagen de Rubén Bastías que queda en la retina es frente a su escritorio junto a sus lápices. Pero lo cierto es que él gustaba de hacer deporte desde joven, e incluso, jugó como arquero en diferentes divisiones de Unión Española -aunque su corazón latía por Universidad Católica, reconociéndose como un Cruzado-. Fue una lesión a la rodilla lo que lo alejó de las canchas definitivamente cuando ya tenía 52 años. A su vez, durante muchos años fue socio del Club Los Pingüinos, lo que le permitía nadar -en verano e invierno- en la ya extinta piscina de Recreo.

El penúltimo de los tres Mosqueteros

Carlos Vergara Ehrenberg Director El Mercurio de Valparaíso
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Cobijado y quizás invisibilizado injustamente por la sombra del gran Renzo Pecchenino, Lukas, Rubén Bastías Laciana superó con largueza la producción y el talento de su maestro y amigo desde la perspectiva porteña y la penitente humildad que siempre le caracterizó.

Ya fuera en el Sam Kudo en La Estrella -siempre me pregunté cómo lo hacía para aplicarles tamaña contingencia y humor a dos sencillos bichos en vuelo- o en sus inteligentísimas caricaturas de El Mercurio de Valparaíso, Rubén ilustró sin descanso todos nuestros sueños, certezas y defectos.

Empleado y colaborador perpetuo de esta casa periodística, Rubén fue, si se quiere, el gran narrador gráfico del Gran Valparaíso, siempre atento a escudriñar las contradicciones que nos caracterizan como sociedad o a tocar la tecla que incomodaba al más pintado. Todavía recuerdo la zafacoca que desató tras bromear sobre la atención pública en el hospital Van Buren recibida por un ex presidente del Senado.

¿Cuántas veces habrá ilustrado y reflexionado con ironía sobre la avenida España, las pensiones y los abusos, temas que le quitaban el sueño durante el último tiempo? ¿Cuánto dibujó y festinó con el fútbol, con Everton y Wanderers, otra de sus grandes pasiones? ¿Cuánto quiso y, citando a Gonzalo Rojas, mereció a Valparaíso?

Con él parte el penúltimo de Los Tres Mosqueteros Porteños de Esmeralda 1002, esa tríada de la belleza humana, el humor y el talento, encabezada por el inolvidable Alfredo Larreta Lavín, quien -siempre tan zorro él- les tomó ventaja a sus amigos, y mantenida hoy por el gran Julio Hurtado Ebel, nuestro máximo orgullo y postrera esperanza. Toda una era que difícilmente será superada por los que estamos o los que vendrán.

Nos queda el leve consuelo de haberlo homenajeado en vida, con una humilde distinción pública entregada, en presencia de sus amados nietos, por un reputado novelista porteño que por esos días ejercía como canciller, para el lanzamiento de un libro sobre el rescate de la obra de Lukas, cuya portada ilustraba -irónica y precisamente- el propio Bastías, en el que quizás fue el mejor guiño posible a su desaparecido colega y a su apabullado oficio.

¿Después de él vendrá el diluvio? ¿Quién puede saberlo? Ahora, desde nuestra golpeada y desorientada posición, sólo nos resta excusarnos por no haber estado siempre a la altura, por no haber entendido que nada era eterno, por haber soñado, y confiado, que Rubén nos acompañaría por siempre.

Aunque, ahora que lo pienso, quizás no estábamos tan equivocado en esto último.

¡Hasta siempre, Bastías!

Selección de sus "monos"

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