Contradicciones, espejismos y optimismos
Jaime Llambías Wolff , Profesor Emérito, Universidad York
Sabemos que toda crisis trae su oportunidad. "No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo", escribía Einstein. También decía que "quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones". Esta reflexión sobre nuestras contradicciones, espejismos y optimismos podría permitirnos hacer mejor las cosas.
Contradicciones: somos parte de una sociedad desmedidamente polarizada, desconfiada, dosificada con eslóganes y dogmas. El prejuicio para etiquetar está sobre el juicio emitido. También una autocensura reproduce una mirada ideológicamente monótona para percibir la realidad, entender el pasado e imaginar el futuro. Lo atrayente de esta característica poco inspiradora es su propia contradicción, es decir, poder aceptar otra "supuesta verdad" cuando es pronunciada por los que sí comparten una misma visión. Así, los "pares ideológicos" pueden fragmentar la lógica de suma cero, haciendo tolerable o incluso admisible lo que no lo era.
Espejismos: el primero es la ilusión de un falso sentido común, disfrazado de neutro (como toda pretensión hegemónica en el lenguaje gramsciano) y hacer creer que una cosmovisión social, económica y valórica es, obviamente, la de todos, sin ningún asomo de cuestionamiento. El segundo es creer que la anomia, la pérdida de valores de convivencia, la falta de civismo, la intolerancia, el lenguaje grosero, la cultura chatarra, la discriminación, se regularán solas y no requieren acciones proactivas. El tercero es la ilusión que la democracia, la paz y los derechos fundamentales son estados adquiridos naturalmente y que no requieren protección.
Optimismos: el siglo XXI exige una sociedad inclusiva, diversa, pluralista y estructuralmente muchísimo menos desigual. Ser parte de la OCDE no es sólo para figurar. Los beneficios económicos, políticos, sociales y culturales son significativos y hay que adaptarse a los tiempos. Una sociedad donde el mercado regule lo que es del mercado y que entierre el propósito del lucro en la educación, la salud, las pensiones, el transporte y en los servicios esenciales, tal como lo requiere una sociedad moderna.
Cuando el apelado racionalismo cartesiano, que exige datos, nos dice que el sistema económico socialista del siglo XX, basado en la propiedad colectiva, fracasó, también nos demuestra con fuerza que el crecimiento económico no conlleva directamente al desarrollo, sin considerar todas las variables sociales. Desde los tiempos de Walt Whitman Rostow, con su modelo de las etapas de crecimiento en los años sesenta, pasando por el neoliberalismo de Chicago y agregándole luego las reiteradas miradas dogmáticas del consenso de Washington, han sido muchos errores y fracasos. Finalmente, admitiremos que en un Estado de derecho moderno, es justamente al Estado a quien le corresponde salvaguardar el orden público y no tolerar la violencia contra las personas y los bienes públicos y privados. Es aquí donde la fuerza legítima de la autoridad, bajo el absoluto respeto a los derechos de las personas, es legítima y necesaria. Como señala Norberto Bobbio, las reglas del juego democrático son intrínsecas a una sociedad; y recordando a Winston Churchill, la democracia es el peor de los sistemas, pero desde sus fundadores atenienses no hay otro mejor.