El año que se inicia está marcado por incertidumbres y expectativas. Por el lado de las incertidumbres está el resultado de las urnas luego de las tres votaciones que se realizarán en el curso del año.
La más cercana, el 26 de abril para definir el apoyo o rechazo a la formulación de una nueva Constitución y, a la vez, el mecanismo para ese proceso que culminaría recién en marzo de 2022. Posteriormente, el 7 de junio, los partidos que así lo decidan tendrán elecciones primarias que seleccionar sus candidatos a alcaldes y gobernadores regionales. Luego, el 25 de octubre tendrá lugar una votación de múltiple alcance en que se deben elegir gobernadores regionales, novedad que intenta ser un paso importante en la descentralización, alcaldes, concejales y delegados para integrar la convención constituyente.
En el intertanto, están pendientes mecanismos sobre paridad de género y participación de pueblos originarios en el proceso constituyente.
Señal importante en este proceso es el interés ciudadano por participar, pese a que aún no se define la vuelta al voto obligatorio. Así, se registran más de 360 mil cambios de domicilio electoral, en tanto que los ciudadanos con derecho a voto suman casi 14,5 millones.
La incertidumbre que marcan todos estos procesos con campañas, debates y las consiguientes marchas no se refiere exclusivamente a los resultados, sino que a los efectos que la actividad política tendrá sobre la vida nacional, sobre la economía, el empleo, la educación y, en fin, sobre la vida diaria de las personas.
Estas reiteradas votaciones traen, como siempre expectativas de solución a problemas concretos y el cumplimiento de promesas pendientes por largo tiempo.
Las expectativas, parte de la vida humana, son expresión de confianza en cambios y en tiempos mejores. En nuestra historia encontramos grandes expectativas en torno a los gobiernos de Alessandri Palma, Aguirre Cerda, Carlos Ibáñez, Frei Montalva, Salvador Allende o Patricio Aylwin, entre otros.
Y dentro de esas expectativas, acentuadas con promesas de campaña, están materias cruciales para la gente como la salud y la previsión, sobre los cuales hay anuncios y proyectos sin acuerdos, pero que no se pueden dejar a la espera de una nueva Constitución.
La verdad es que con acuerdos y sentido común, esos problemas de larga data se pueden resolver en el marco de la Constitución actual y se podrían haber acometido también con la de 1925 y quizás con la de 1833. La nueva Carta Magna, como las anteriores, no será mágica ni nos asegurará un grato "estado de bienestar".
Ahora, con optimismo, hay que esperar que el intenso clima electoral de 2020 no altere los ánimos y se recupere el respeto y la olvidada serenidad ciudadana.