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un poder constituyente que se propuso explícitamente introducir una ruptura con la historia republicana chilena. La Constitución de 1925 fue entendida como una reforma a la de 1833 y ésta como una reforma a la de 1828. En cambio, los constitucionalistas de Pinochet quisieron crear todo desde cero. Entonces comenzó el problema. Chile funcionó, entonces, 30 años como "en piloto automático". El pasado remoto no es masivamente recordado. Y todo lo que es masivamente recordado nos divide. Allende nos divide, Pinochet nos divide, la Constitución del 80 nos divide. ¿En qué consiste entonces la República? ¿Cómo restablecer la República, en el sentido más básico de la expresión, de cosas en común, de un marco compartido? Podría haberlo sido una agenda transversal de reformas económico-sociales robustas. No lo fue, porque el Gobierno no lo quiso. Entonces quedó, y debe serlo, pues la irresponsabilidad de Piñera no deja otra vía abierta, la Constitución el primer paso.
- ¿Qué cosas no resolverá la Constitución, al punto de quizás anidar mas frustración y descontento?
- La Constitución es el marco inicial en común, recién a partir del cual cabe exigirle a todos lealtad con el sistema político. Mientras eso no ocurra, cualquier diputado de baja estofa puede pretender saltarse la Constitución y las leyes bajo la excusa de que su autoridad es "más autoridad". No corre por cuenta constitucional la vida económica ni la vida social. Da, eso sí, herramientas para abordarlas. En este momento, en Chile, hay un asunto palmario, que requiere pronto curso de salida: la productividad. Luego de un ciclo de fuerte crecimiento, de 1986 a 1998, la economía tiende al estancamiento. Persiste simple. Sin un incremento decisivo en la productividad, la economía se vuelve campo de frustración. Los precarios sectores medios y los más pobres no pueden incrementar sus ingresos. Y la debilidad productiva significa que los empleos se vuelven menos relevantes, el trabajador termina tomando consciencia de que su posición es amenazada por el entorno. El incremento decisivo de la productividad requiere, sin embargo, intervenciones a gran escala del Estado. Esto no significa necesariamente que el Estado asuma empresas, pero sí que apoye a la economía, por ejemplo, destinando recursos masivos al fomento de la producción, a la integración de investigación y desarrollo con el proceso productivo. Pensemos en un ejemplo muy concreto en el que esto que digo aplica. Chile se está secando, no sólo el desierto, sino el valle central. Los privados no tienen capacidad para desarrollar proyectos a gran escala de irrigación y obtención de nuevas fuentes de agua. ¿No parece ser, entonces, lo más razonable que el Estado asuma esa tarea? El Estado debiera emprender grandes proyectos de obtención, purificación, conducción y distribución del agua. Fomentar la investigación aplicada en estas materias y la formación de cuadros técnicos capaces. Hace unos años, un geógrafo, Ricardo Riesco, se preguntaba "¿qué nos está diciendo el desierto florido?" Atacama es seco, pero florece. Más aún, donde hay agua, en el desierto, hay agricultura. Chile podría doblar su cantidad de superficie establemente irrigada y productiva agrícolamente si se desplegaran políticas del agua.
Ideas agotadas en la derecha
- Usted ha planteado la tesis de que está agotada la hegemonía que tendría la visión economicista en la derecha. ¿En qué se expresa ese agotamiento?
- En lo más inmediato, en la incapacidad del Gobierno de conducir el proceso político. La insistencia en la gestión económica y el desconocimiento del talante político de la tarea de gobernar volvió políticamente irrelevante al primer gobierno del presidente Piñera y está por terminar de volver irrelevante este segundo gobierno. El economicismo es todavía fuerte y se manifiesta en la incapacidad de parte importante de la derecha, de comprender lo que está pasando. Lo que ocurre no tiene que ver sólo con la economía, sino que opera en el nivel más profundo de la legitimidad del sistema político en su conjunto. Octubre fue expresión de un desajuste hondo entre el pueblo, por un lado, y las instituciones y los discursos políticos, por otro. De ese desajuste sólo se sale por medio de una comprensión política renovada, con un pensamiento que, más que adherir a fórmulas ideales, dé el paso, desde la esfera de las fórmulas, a la realidad concreta del pueblo en su territorio y desde allí, conmovida por esa situación y apoyándose en el saber de las distintas disciplinas -la sociología, la economía, el derecho, la medicina, etc.- le brinde cauce adecuado de esa expresión a ese pueblo concreto en instituciones renovadas.
- ¿Cómo cree que podría zanjarse esa pugna interna?
- Se trata de una disputa de largo plazo. Históricamente la derecha ha incluido distintas vertientes: socialcristianos, liberales, nacionales, agrario-laboristas. Al revés, es una anomalía de la dictadura y la transición el primado de un solo bando, el economicista. La derecha histórica ha vuelto a emerger, gracias a una feliz conjunción de personas más ligadas al mundo académico, como los profesores Tomás Villarroel, Joaquín García-Huidobro, Josefina Araos, Pablo Ortúzar, Daniel Mansuy, y políticos, entre los que se puede nombrar a Mario Desbordes, Cristián Monckeberg, Manuel José Ossandón y Francisco Chahuán. Todos ellos provienen de tradiciones de pensamiento más políticas que el "Chicago-Gremialismo". Entienden que la tarea política, más que simplemente ejecutar un credo -en este caso, económico- sobre la realidad, consiste en brindar articulación institucional y discursiva a las pulsiones, anhelos y capacidades populares. Sólo de este modo cabe esperar que la política cumpla la primera tarea a la que está llamada: producir legitimidad. En lo inmediato, lo más relevante es el florecimiento discursivo que se percibe en la derecha, y del cual cabe esperar una mejor comprensión de la situación.
- ¿Y en el mediano y largo plazo?
- En el mediano y largo plazo no descarto que se reconfigure el mapa político del país en su conjunto. No es inviable, por ejemplo, pensar en una alianza de sectores moderados de la derecha, de RN especialmente, con sectores moderados de la centroizquierda, la DC, los radicales, incluso el PPD, como vía de salida a la actual crisis. De hecho, la regla de los 2/3 del proceso constituyente favorece esa opción: sólo una operación conjunta de los moderados permitirá que contemos con una nueva constitución. En cambio, los extremos tenderán a dificultar ese entendimiento amplio. Vale decir, por uno o dos años, la dinámica política exigirá que los sectores moderados actúen conjuntamente. Esa operación conjunta, en el proceso más importante en décadas, podría dar lugar a una alianza de fuerzas centrípetas, distinta a lo que conocemos hoy.
- Al otro lado del espectro, en la centroizquierda, surgen llamados a la unidad ante el ciclo electoral. ¿Cree posible que la oposición logre unidad pensando en las elecciones Municipales, Parlamentarias y Presidenciales?
- No es fácil prever qué ocurrirá, especialmente porque concurren dos factores que operan en direcciones contrarias. Por una parte, la búsqueda de mayores espacios de poder une. La izquierda quiere recuperar el gobierno. Por otro lado, sin embargo, las diferencias ideológicas son fundamentales. Consta una izquierda socialdemócrata y nítidamente republicana, que reconoce la importancia de las instituciones y de la división del poder social entre un Estado fuerte y controlado, y un mercado fuerte y controlado. Pero consta también una izquierda radical, que asume las tesis del PC y de Fernando Atria, una izquierda que condena moralmente el mercado, como "mundo de Caín" y aboga por desplazarlo completamente de áreas enteras de la vida social, idealmente de todas. Me parece difícil construir una política republicana y respetuosa de la libertad a partir de esas premisas. Hay que pensar en esto: si le hago caso al llamado moral a desplazar al mercado completamente de un área social entera, ¿qué órgano de poder queda? El Estado. Un Estado dotado, entonces, no sólo de poder político, sino económico. Si quien gobierna y quien emplea coinciden, las posibilidades de discrepar libremente y de actuar libremente quedan severamente amenazadas.
- ¿Qué rol podría jugar la DC en ese ámbito, que enfrenta las reticencias del FA y el PC?
- La ex Concertación vive un drama. Se ha quedado sin discurso y sin jóvenes, quienes se desplazaron al Frente Amplio. Este es un problema que afecta al sistema político nacional más allá de la ex Concertación. No se conocen democracias avanzadas sin una centroizquierda fuerte. No veo, en lo inmediato, en el ámbito de la ex Concertación, liderazgos capaces de enfrentar a los precandidatos que usted menciona. Le quitaría, en todo caso, importancia a Jadue. El PC no tiene siquiera un cinco por ciento de los votos, un 2.5 por ciento del padrón electoral. Jadue tendría que multiplicar el apoyo de su partido por 10 o por 20, según la participación electoral, para llegar a La Moneda.
La oportunidad de las regiones
- ¿Qué oportunidades abre a la regiones el proceso constituyente?
- En Chile hay un tipo de problemas que se caracterizan por no encontrar solución definitiva: los problemas territoriales. Ahí están, acumulándose, las zonas de sacrificio, persiste la cuestión mapuche, el sur austral es un parque nacional vedado a la ocupación chilena, el norte es un desierto que avanza, la zona central se seca. Esos problemas no encuentran solución por el centralismo, que provoca que las autoridades con poder para resolver no vivan en los lugares donde ocurren los problemas y que las autoridades de las zonas afectadas sean impotentes. El fortalecimiento de la institucionalidad territorial es condición necesaria, entonces, para que los problemas territoriales adquieran solución. El proceso constituyente es una oportunidad de avanzar en este sentido. Es la Constitución la que establece que el Estado de Chile es unitario, que su territorio se divide en regiones dotadas de escuálidas competencias, carentes de facultades y de peso social y político.
- Usted plantea que el poder presidencial debe ser acotado territorialmente, con mayor poder de decisión en cada región...
- El sistema político es un todo que debe ser analizado en su conjunto. En ese sentido, la Presidencia de la República es una institución fundamental a lo largo de toda nuestra historia republicana. Las deficiencias de un gobernante en particular no pueden ser el criterio para pensar en abandonar el presidencialismo. El Congreso no ha tenido relevancia conductora en la historia de Chile. Cuando se le entregó más poder -en el período 1891-1924- fue políticamente funesto. A eso debemos tres décadas y media de deterioro institucional, que culminaron en una crisis profunda, de la que sólo hubo salida entrados los años treinta y gracias a una Constitución que, precisamente, restableció los fueros de la Presidencia. Más aún, la tesis semi-presidencialista no es necesaria. Si se piensa que el poder presidencial debe ser acotado, hay una manera a la mano de hacerlo: quitarle parte del poder transfiriéndoselo a las regiones. Por supuesto, eso importa redefinir fundamentalmente las actuales regiones. Ese es un asunto urgente y grave, mucho más urgente que los devaneos frondistas de jurisperitos capitalinos.
- ¿Cómo es ese país regionalizado que propone?
- Con pocas regiones, dotadas de competencias políticas, con gobernadores regionales elegidos -sin delegados presidenciales-, con parlamentos regionales. El ex presidente Lagos habló una vez de macro-regiones. Usualmente nos referimos al Norte Grande y al Norte Chico, al Valle Central, al Sur y a la Zona Austral. Ahí, creo, está la base de esas macro-regiones. Ellas debieran poder definir asuntos fundamentales, en educación, salud, fomento a la producción, transportes e infraestructura. Una vez asegurado el financiamiento de las tareas básicas del Estado Nacional, las regiones debiesen repartirse equitativamente los recursos, no como hoy, donde Santiago concentra el mejor sistema de transporte, las mejores clínicas, los mejores colegios y casas de estudios superiores, las mejores oportunidades laborales.
- En ese ámbito, el próximo año se elegirán gobernadores regionales, una figura nueva que forma parte de la reforma para profundizar la regionalización del país....
- Es una reforma mal hecha, pensada con pequeñez. Los gobernadores serán figuras impotentes. Se parecen un poco a esas universidades regionales que se crearon en Rancagua y Aysén: ideaciones mezquinas de estreñidas mentes santiaguinas. En vez de crearse universidades grandes, verdaderos polos de irradiación regional, fuerzas incidentes en el desarrollo de sus zonas, con cantidades de profesores, plazas de estudiantes y recursos suficientes, se fundaron instituciones escuálidas, minúsculas, prácticamente irrelevantes en el contexto universitario nacional. Algo así serán los gobernadores: figuras impotentes, que se limitarán a administrar la impotencia de las preteridas regiones. Suena duro lo que estoy diciendo, pero es que mientras no se piense a los territorios desde los territorios, al país con una visión nacional, las élites capitalinas seguirán manteniendo al territorio y su población bajo un sistema que es altamente opresivo y dañino.
En el mediano y largo plazo no descarto que se reconfigure el mapa político. No es inviable, por ejemplo, pensar en una alianza de sectores moderados de la derecha, de RN especialmente, con sectores moderados de la centroizquierda, la DC, los radicales, incluso el PPD, como vía de salida a la actual crisis".
El fortalecimiento de la institucionalidad territorial es condición necesaria para que los problemas territoriales adquieran solución. Es la Constitución la que establece que el Estado de Chile es unitario, que su territorio se divide en regiones dotadas de escuálidas competencias".
La Constitución debe ser un marco fundamental reconocido por todas las partes. La Constitución del 80 no logra ese objetivo. No puede lograrlo, no solo porque fue producida en dictadura, sino poque es el resultado de un poder constituyente que se propuso una ruptura con la historia republicana".