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Sharp: el antes y el después

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Como en la publicidad de productos para adelgazar, pareciera que en la gestión de Sharp existe un antes y un después. Un antes en el que el alcalde estaba sonriente y la gestión prometía ser honesta, pulcra y ciudadana. Y un después que aparece gris, pobre y sucio".

"Han sido (días) de una intensidad y de un trabajo que eran difíciles de prever", dijo el entonces recién asumido Jorge Sharp en una entrevista a El Desconcierto, cuando apenas llevaba tres meses de gestión, todavía sus promesas para la comuna eran una luz de esperanza, el halo de juventud y novedad lo seguían a todas partes e incluso se hablaba de una "sharpmanía".

Casi cuatro años -y mucha agua bajo el puente- han pasado desde aquella entrevista y lo que sucede hoy, cuando Valparaíso se ha transformado en una ciudad gris, cada vez más sucia, donde la pobreza salta a la vista, con gran parte de su comercio cerrado o destruido y con denuncias contra la gestión del edil, que incluso motivaron a que, esta semana, seis concejales lo acusaran de notable abandono de deberes, pidiendo su destitución ante el Tribunal Electoral Regional.

Todo lo anterior, en un periodo en el que ya la campaña municipal empieza a tomar color, con miras a las elecciones de abril del próximo año, en las que Sharp pretende repostular. Quizás por eso, al ser consultado por las acusaciones de los concejales, se molestó y terminó emplazando a sus denunciantes por oponerse constantemente a su gestión y por ser -según él- del "Rechazo".

La molestia del edil también se vertió sobre la periodista que le preguntaba, a quien mandó a "tranquilizarse", en una muestra de mansplaining que nada bien le hace a una gestión que ha pontificado respecto de la igualdad de género. Situación que cobra aún mayor relevancia cuando parte de las acusaciones en su contra tienen que ver con la falta de acuciosidad a la hora de sancionar a su ex jefe de prensa, Patricio Aeschlimann, denunciado por acoso sexual en contra de una funcionaria.

Pero pareciera que el empedrado es el culpable de todos los males. Sin un ápice de mea culpa, Sharp lanzó sus dardos esta semana contra todo lo que se moviera: la comunicadora; los concejales que lo denunciaron; los "pintistas" y "castristas" a quienes acusó de haber dejado Valparaíso sin proyectos. Claro está que cuando la misma periodista le preguntó con qué iniciativas está dejando él la ciudad, decidió cerrar la conferencia de prensa sin responder ni agua va.

El antes y el hoy se convierten entonces en dos realidades casi paralelas en lo que al alcalde concierne. Hace cuatro años era alabado, cuando apenas llevaba unos meses de gestión, por las propuestas principalmente en torno a la limpieza de la ciudad, que se hacían carne. Pero todo eso quedó en nada tras el 18 de octubre -donde el edil nunca logró definirse adecuadamente entre su alma de estudiante revolucionario y su rol de alcalde- y fundamentalmente la ciudad quedó abandonada a su suerte… Y a su basura.

En 2016, Sharp gritaba eufórico -el día que salió electo-: "¡Que lo sepan los poderosos! Hoy llega la gente digna y decente a recuperar Valparaíso" y agregaba "no estamos aquí por azar. Hoy tenemos la oportunidad de que la gente gobierne esta ciudad. Nuestro desafío es vencer la desigualdad", decía.

Nada de eso ha sido realidad para los porteños, golpeados por el estallido social y la pandemia, que dejó inermes a sus habitantes, negocios y pymes, en una crisis que en realidad venía desde antes, ante la indolencia y ceguera de sus autoridades, incluido Sharp, que no ha sido capaz de cumplir sus propuestas de campaña y levantar a Valparaíso.

Muy atrás quedaron las palabras del edil también al momento de ganar la elección: "Se acabó el duopolio. Se acabaron las malas prácticas, irrumpe hoy desde Valparaíso una nueva fuerza política y social de ciudadanos honestos y dignos". Probablemente, a estas alturas, lo único cierto de aquellos dichos es haber acabado -por un tiempo al menos- con la alternancia entre la Alianza y la entonces Concertación. Pero las anomalías siguen siendo parte de la gestión municipal -baste recordar el informe de la Contraloría regional por los gastos realizados por la Corporación Municipal de Valparaíso (Cormuval) entre el 1 de enero de 2017 y 30 de junio de 2019-, y la corrupción no quiere alejarse del puerto.

Como en la publicidad de productos para adelgazar, pareciera que en la gestión de Sharp existe un antes y un después. Un antes en el que el alcalde estaba sonriente y la gestión prometía ser honesta, pulcra y ciudadana. Y un después que aparece gris, pobre y sucio. Y aunque el alcalde -ya no tan joven ni novedoso- se niegue a responder los cuestionamientos, será la ciudadanía la encargada de hacerlo rendir cuentas. En una elección en la que los del "rechazo" pueden ser bastantes más. 2

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Valparaíso, el estado clave

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Joe Biden ha señalado: 'A veces la democracia es complicada, a veces se necesita un poco de paciencia. Pero esa paciencia se ha recompensado durante 240 años con un sistema de gobierno que es la envidia del mundo".

¿Se imagina usted que una elección presidencial en Chile se decidiera por lo que ocurre en San Vicente de Tagua Tagua, Valdivia o la región de Antofagasta?". Con esa pregunta, planteada en el diario La Segunda, el abogado James Channing abre la posibilidad de interiorizarnos en el sistema eleccionario de los Estados Unidos y reflexionar sobre sus posibilidades en Chile.

En Norteamérica, el voto es indirecto. Las elecciones las decide el Colegio Electoral, un grupo de representantes elegidos por los ciudadanos en cada estado y que son los encargados de votar por el presidente en este país. Aunque nos parezca inédito, la Constitución de 1833 también establecía un sistema de elección presidencial a través de representantes, lo que se prestaba para innumerables fraudes, por lo que fue modificado.

Volviendo a Estados Unidos, el partido ganador se lleva todos los votos de cada estado y los electores deben votar a favor del candidato que marcó la mayor cantidad de preferencias. Al ser 538 electores, divididos en proporción al número de habitantes de cada estado, para ser presidente de los Estados Unidos se necesita tener la mitad más uno, que, en este caso, corresponde a 270 electores.

El sistema, no obstante, resulta injusto por dos motivos. El primero, da lo mismo si un candidato tiene mayor cantidad de votos directos, lo que vale es el resultado del colegio electoral. Un buen ejemplo ocurrió hace algunos años: Hillary Clinton obtuvo casi tres millones más de votos que Donald Trump, pero perdió en el Colegio Electoral, donde solo obtuvo 227 votos contra los 304 de Trump. Lo mismo le sucedió al demócrata Al Gore contra George W. Bush.

Algo similar ocurría en Chile con la Constitución de 1925: "Si el escrutinio no resultare esa mayoría, el Congreso pleno elegirá entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas". En las elecciones presidenciales de 1970, el Congreso, por ejemplo, ante la estrechez de votos entre Salvador Allende y Jorge Alessandri, podría haber decidido a favor del segundo, aun cuando haya tenido casi 40 mil votos menos.

El segundo problema de este sistema es que, dentro de un estado, aunque con una pequeña diferencia, un gran sector pierde la representación de su voto, al momento que todos estos se los lleva el partido ganador.

Pese a estas particularidades y lo compleja que ha sido esta última elección, Joe Biden ha señalado: "A veces la democracia es complicada, a veces se necesita un poco de paciencia. Pero esa paciencia se ha recompensado durante 240 años con un sistema de gobierno que es la envidia del mundo".

La afirmación de Biden tiene algo de cierto. Estados Unidos nunca ha tenido una dictadura, quizás, porque antes de que esto ocurriera, los presidentes "molestos" han terminado siendo asesinados. De hecho, Norteamérica registra el crimen de cuatro presidentes a lo largo de la historia. Los más famosos, Lincoln en 1865 y Kennedy en 1963. Otros nueve, en tanto, fueron víctimas de atentados fallidos, siendo el de R. Reagan el más reciente en 1981.

Retomando la pregunta inicial, aunque el mismo Channing reconoce que, pese a los beneficios que tendría un modelo que promueve la descentralización y la posibilidad de que estados pequeños participen en la mesa de negociaciones, sería impracticable en Chile.

En esta línea, vale la pena agregar que cuando el federalismo intentó aplicarse en nuestro país, entre 1826 y 1827, imitando a Estados Unidos, fracasó por el peso natural que tenía la capital sobre el resto y la incapacidad de las ocho provincias para sostener un aparato administrativo propio.

A esto se agrega un problema a nivel estructural: un sistema de educación centralizado, una visión de la historia nacional, donde aparece Santiago disfrazado de Chile, y una prensa concentrada en la capital que pareciera hacer imposible, a nivel mental, que los habitantes puedan comprender la realidad a partir de su región.

Esto no impide que podamos tomar algunas de las virtudes de un sistema que favorece la descentralización. Por ejemplo, cuando haya que elegir a los miembros de la asamblea constituyente o retomando, en una nueva Constitución, cuestiones tan sencillas como la obligación de que los senadores sean de la zona. Volviendo a la pregunta inicial, aunque suene utópico, sería interesante generar un sistema en el que, algún día, regiones como Antofagasta, Maule o Valparaíso decidan una elección. 2

Doctor en Historia

Facultad de Artes Liberales

Universidad Adolfo Ibáñez

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