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¿Tenemos políticos que merecemos?

Director ejecutivo Fundación Piensa "Si queremos revivir nuestro sistema de partidos, estos se deben oxigenar con personas que participan de los distintos ámbitos de la vida social". Ricardo Salas Venegas Profesor Escuela de Derecho Universidad de Valparaíso "La mejor fórmula para que independientes participen de la elección de convencionales es que participen en las listas de los partidos políticos".
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A riesgo de ofender a payasos y equilibristas, lamentablemente nuestra política se ha transformado en un mal circo. Basta con ver un matinal, una sesión legislativa o abrir Twitter para darse cuenta que mucho de nuestros políticos están -con la encuesta del día bajo el brazo- en un permanente concurso de simpatía o de aliento a sus barras bravas, sin mayor consideración por el efecto de las políticas que aprueban y con ninguna capacidad de diálogo real. Las dos votaciones respecto del retiro de los fondos de pensiones -entre capas, sartenes y estridencias varias- son una clara manifestación de aquello. Ya resolverán otros (nuestros hijos) los problemas que ellos dejen. Lo importante es reelegirse, Chile viene después.

El 94% de la población de nuestra región tiene "nada o poca confianza" en el Congreso Nacional; el 85% asocia los partidos políticos a corrupción; un 83% considera que los políticos desperdician mucho dinero de los impuestos; y el 78% cree que a los políticos no les interesa realmente qué es lo que el votante considera (Encuesta Piensa 2020).

Nuestros partidos políticos están en un estado crítico, "han perdido su conexión 'vertical' con la sociedad y han debilitado su capacidad de articulación 'horizontal' de políticos profesionales" (Carlos Meléndez). Estamos transitando hacia un escenario político como el peruano, donde prima el caudillismo y cuyos efectos nocivos acaparan titulares hoy con la destitución del Presidente Vizcarra.

Esto es una mala noticia para los políticos, pero sobre todo para Chile. Los partidos están en la base de la democracia representativa. Son el nexo entre la ciudadanía y el Estado y, cuando están institucionalizados, expresan de modo consistente las preferencias de las personas, agregando y traduciendo las demandas sociales en programas de gobierno.

Este escenario de degradación de nuestros partidos explica en parte la demanda de candidaturas "independientes" a la Convención Constitucional. El 84% de la población considera que los candidatos debieran tener esta característica (Criteria-octubre).

Esto representa una gran oportunidad de renovación, pero también un riesgo de fomentar una política de "causas" que haga imposible llegar a acuerdos en la convención. No es difícil imaginar la actividad de la convención como grupos -ambientalistas, indigenistas o regionalistas, por ejemplo- preocupados exclusivamente de "lograr las firmas" de los 2/3 de la Convención para su causa, sin ánimos de negociar, relativamente despreocupados del resto y transformando nuestra Carta Fundamental en una suerte de "ekeko" completamente inconexo entre sí.

Para lograr la tan necesaria renovación, los partidos debieran bajar las barreras de entrada para que los independientes puedan organizarse y competir de manera justa. Es razonable que en una elección excepcional como esta se establezcan reglas excepcionales de modo tal de hacerse cargo de una demanda ciudadana y contribuir a la legitimidad social del proceso.

A su vez, debieran abrir sus pactos para que ciudadanos que suscriben sus visiones, pero no militan en sus partidos, compitan y le den nueva vida al escenario político. Si queremos revivir nuestro sistema de partidos, estos se deben oxigenar con personas que participan de los distintos ámbitos de la vida social y que, probablemente por las mismas razones que hemos descrito antes, nunca han militado ni pretenden hacerlo en el corto pazo. Esto le haría bien a los partidos, a la Convención y a nuestra democracia.

Además, y pensando más en el largo plazo, los partidos políticos chilenos tienen un desafío común con los del resto de las democracias. Repensar su rol en nuestra época, donde internet y las redes sociales han puesto en entredicho su necesidad de intermediación. La ciudadanía hoy más que reclamar ser escuchada, lo que demanda es participar de la solución de los problemas públicos. Los partidos, resistiendo la tentación de instrumentalizar a las organizaciones de la sociedad civil que tienen sus fines propios, deben replantearse para ser útiles y necesarios en nuestra época.


Puritanismo independiente

Reformar las actuales reglas constitucionales sobre la participación de independientes (o de miembros de los pueblos originarios) como candidatos para la Convención Constitucional, sea para mejorar, sea para empeorar su situación, es un acto de corrupción semejante al de cambiar, sin consultar a la contraparte, una de las hojas de un contrato ya firmado, incluso si los firmantes fueran muchos y la mayoría consintiera.

En el plebiscito de octubre la ciudadanía fue consultada sobre el tipo de órgano al que desearía encomendar la redacción de un proyecto de nueva Constitución, luego de una nutrida campaña en la cual fueron profusamente descritas las alternativas. De la mitad de potenciales votantes que participaron, cuatro quintos optaron por una Convención Constitucional, cuyo diseño quedó así consolidado.

La deshonestidad política ha permitido, sin embargo, que ahora se persiga la alteración de las reglas plebiscitadas, arguyendo curiosamente la magnitud de ese mismo resultado, sin siquiera ocultar por parte algunos el propósito de incrementar por esta vía el número de sus secuaces en la Convención Constitucional.

A veces, se agradece este cinismo en vez de la hipocresía de quienes pretextan que el cambio de diseño está exigido por propio plebiscito: el pueblo de quien se autoerigen en portavoz habría reclamado un grado mayor de lo que ellos nombran con la expresión "profundización democrática" o con alguna otra que calce en esa melodía, y además, en el mismo acto, el pueblo, inclinándose claramente contra la Convención Mixta que completarían parlamentarios en ejercicio, habría expulsado de la Convención Constitucional a la clase política. La paradoja se hace manifiesta cuando se advierte que los descartados de la clase política comienzan a emplearse como administradores del descarte.

El plebiscito de octubre fue un acto de institucionalización o de formalización de una voluntad política que podía intuirse con la consistencia de una pulsión. Aunque en el cauce de las formas jurídicas circulen las tensiones, los instintos, las fuerzas motoras de todo cambio social, deben cuidarse los tajamares que cuidan su dirección y que siempre, algún día, pueden terminar por ceder al derrumbe. Por esto, si los candidatos independientes buscan prestar un mejor servicio que la clase política, mal harían comportándose en su propio beneficio como el desengaño esperaría que lo hiciesen los militantes.

La mejor fórmula para que los candidatos independientes participen de la elección de convencionales en los mismos términos que los partidos políticos es que participen en las listas de los partidos políticos, y la posibilidad de que formen listas de independientes debe quedar como está, sin que sea conveniente para nuestro sistema político que ellas sean equiparadas a las listas de partidos. En definitiva, serán los partidos los que tendrán que dar cuerpo a los futuros cambios constitucionales.

En líneas gruesas, incluso en las circunstancias actuales, los partidos políticos brindan al electorado una orientación suficiente acerca de los candidatos. Ella normalmente no existe con los candidatos independientes y menos aún con las listas de independientes que parecen ser extraños partidos políticos transitorios cuyo comportamiento en la convención (¿el suyo, el de la bancada?) será imprevisible.

Pero una ola puritana va tomando forma en la mar constituyente, una ola que alza contra la corrupción de los partidos la salvación independiente, nueva versión de la vieja escoba ibañista. Para marginar la escoria partidista de la Convención Constitucional habría que reformar la Constitución, permitir nuevas fórmulas para que los independientes participen sin ellos -¿dije sin ellos cuando contra ellos quise decir?- y formen listas que sean el cauce de la indignación que al pueblo le causa la clase política, esa élite podrida que ha de ser defenestrada para dejar que en el recinto de las deliberaciones se difunda el aroma independiente del rocío de una nueva mañana de la historia.

No importa que para conseguirlo -como para conseguir nuevos escaños reservados para los pueblos originarios- deban violarse la palabra empeñada. Vale recordar esta versión del diálogo:

- Papá, si matamos a todos los malos ¿quedaríamos los buenos?

- No, hijo: quedaríamos los asesinos.

Claro, los independientes son los buenos, tan malos como los puritanos.

Juan Pablo Rodríguez

Abogado de la PUCV