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El futuro del empleo regional

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Somos una región con una economía laboral hiperconcentrada en servicios, turismo y comercio, que explica los bajos índices de complejidad económica, pero que además nos deja a la merced de los vaivenes del mercado y las crisis sociales y sanitarias.

El dinamismo económico del siglo XIX en Valparaíso parece hoy un cuento de hadas. Los tiempos en los que la región se percibía como un polo natural de desarrollo industrial para Chile, la puerta hacia el pacífico donde nacieron muchos primeros (diario, bus eléctrico, etc.), parecen haber quedado atrás y con pocas expectativas de que esto cambie. Hoy, nos vemos sumidos en algo que más bien parece una pesadilla que se evidencia con particular crudeza en la realidad de los trabajadores: el desempleo y las bajas expectativas laborales.

La pandemia dejó al descubierto nuestras debilidades y peores defectos en nuestras economías. La región de Valparaíso, que en el pasado era ejemplo a seguir, es hoy un modelo que muchas ciudades y economías intentan evitar. Hoy tenemos una de las peores tasas de desempleo, y somos la penúltima región en recuperación de empleo (solo siendo superada por la región de Los Lagos), con 170 mil empleos menos que hace 12 meses. Si bien, algunas autoridades se han mostrado positivos a las noticias de la reactivación laboral en los últimos meses, los trabajadores y las empresas saben que esto es temporal. Así lo muestran los datos: de los 45mil empleos que se recuperaron en el último periodo del que se tienen datos (trimestre Agosto-Octubre), 33 mil son informales, un 73%.

La informalidad laboral es un problema real y más urgente y profundo de lo que se piensa. Primero, las personas trabajando informalmente tienen bajo o nulo acceso a la seguridad social (previsión y salud). Esto no solo es problemático por sus perspectivas futuras de retiro y salud, sino porque da cuenta que tenemos una economía y una sociedad acostumbrada a tener trabajadores de dos clases. Segundo, ser informales también les afecta económicamente, aún más en el contexto de la pandemia. En cada retiro del 10% previsional, dinero que para muchos ha significado un real alivio, las autoridades salen alarmadas a decir que mucha gente ya ni siquiera tiene fondos que retirar. Tercero, existen efectos negativos de tener un 30% de la población con una mala autopercepción de su rol en el mercado laboral. Hay una estigmatización fuerte de parte de algunas autoridades a los informales a los cuales se les caricaturiza como si todos fueran personas que trabajan de ambulantes. Esto es simplemente falso. Hay 150 mil personas ocupadas de manera informal en la región que tienen niveles de educación técnica y universitaria, de las cuales, los primeros 4 sectores que concentran más trabajadores informales con media-alta educación son: Comercio, Manufacturas, Construcción, Salud. Debemos actuar urgentemente, porque ya estamos atrasados varios años en esto, y el futuro nos pasará por encima como lo ha venido haciendo en los últimos años.

Para esto, debemos aceptar una cruda realidad: Muchos de los casi 200mil empleos que se perdieron en la región a causa de la pandemia no van a recuperarse, nunca. Hablo de todos esos trabajos simples y rutinarios, que se automatizaron, se realizan ahora de manera remota y con menos horas, que ahora los realiza algún software o una máquina. Esos trabajos simplemente dejaron de existir y las personas que se desempeñaban en ellos ya no tienen donde volver. A eso debemos sumarle los cambios de hábitos de consumo de muchos quienes han encontrado el paraíso en consumo on-line y de aquellos que se han vuelto verdaderos master chefs de su cocina y ven como una cosa del pasado la comida fuera de casa. El futuro del trabajo ya está aquí, y demanda que repensemos nuestra economía, para generar actividades que demanden empleos con mayor valor agregado.

Somos una región con una economía laboral hiperconcentrada en servicios, turismo y comercio, que explica los bajos índices de complejidad económica, pero que además nos deja a la merced de los vaivenes del mercado y las crisis sociales y sanitarias. Valparaíso necesita volver a sus orígenes, esos tiempos en los que se proyectaba como el núcleo económico y central de un país pujante que no solo concentraba su desarrollo en Santiago, sino que veía y entendía el territorio como un ente armónico e interconectado que proyectaba sus ventajas comparativas en las decisiones de desarrollo e inversión.

La buena noticia es que las crisis nos dan la oportunidad de cambiar. La pandemia ocurre al mismo tiempo de la elección de gobernadores regionales, de nuevas elecciones de alcaldes, y en general en un tiempo en donde la ciudadanía se muestra mucho más consciente y vigilante del actuar de las autoridades.

Los y las porteñas ya no quieren ser el hermano chico de un Santiago que nos hace bulling de marzo a diciembre, pero que nos toma en cuenta solo en verano cuando tenemos algo mejor que él, clima. La descentralización por inicial y limitada que parezca, es un paso importante que puede ayudar a encender nuevamente el sentir local y dar pié a las regiones a empoderarse en busca de un futuro más protagonista.

Necesitamos elevar el debate regional sobre nuestras necesidades y prioridades. Planes de gobierno regional son muy necesarios, no solo para tener un objetivo claro, consistente y realista con las necesidades, sino especialmente para aglutinar la poca fuerza que nos va quedando entre todas y todos los actores sociales en pro del bien común local. El siguiente gobernador/a regional (y los/las representantes municipales) no puede darse el lujo de tener un discurso divisivo, sería una oportunidad perdida a la gula de la política sectorial y partidista que tanto detesta nuestra sociedad actual. 2

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Navidad, historia de una fiesta

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El giro hacia la secularización de esta celebración tiene sus orígenes en 1931, cuando el pintor Haddon Sundblom, por encargo de Coca Cola, transformó una figura medio mítica en un personaje más humano y, por supuesto, con los colores rojo y blanco, oficiales de la compañía".

La revisión de diarios antiguos permite cuestionarnos respecto de algunas costumbres que damos como permanentes, pero que, contrario a lo que uno cree, tienen muy poca data. Así sucede con la forma como celebramos la Navidad.

Si retrocedemos en el tiempo, hasta hace un siglo atrás, la referencias a la fiesta en los periódicos chilenos, tal como se festeja hoy día, son escasas. Si nos remontamos a dos siglos, inexistentes.

El Araucano del 25 de diciembre de 1830, por ejemplo, no dedica una sola línea a la celebración. La marcha del nuevo gobierno y futuras elecciones, en cambio, captaban la atención del editorial y la crítica apuntaba a quienes "se creen dueños de la patria". Una década después, la única referencia que hay referida a esta fecha es un aviso económico que informa que esa durante la "natividad" se iba a abrir en la capital un café donde se podía encontrar "toda clase de licores y refrescos servidos con aseo y decencia".

Un siglo después, en las páginas de El Mercurio de Valparaíso ya se pueden ver avisos comerciales de juguetes y referencias a esta fiesta, aunque siempre enfocada en los niños y, especialmente, en los más pobres. La comunidad, representada en este caso por el Club de Viña del Mar, los scouts del Liceo de Valparaíso, el Ejército de Salvación, entre otros, aparecen organizados por tratar de hacer que quienes tenían menos recursos pudiesen pasar una linda navidad.

Ahora, en cambio, si en unas décadas más alguien quisiera conocer cómo se conmemoraba el 24 de diciembre de 2020 a través del diario, se vería enfrentado a portadas de malls, ferias y calles colapsadas de gente, índices económicos y una balacera con muertos en Maipú.

Tal como podemos ver, se trata de una festividad que ha ido evolucionando a lo largo del tiempo en Chile y el mundo. Los orígenes más remotos de los que se tenga data, nos conducen a Roma y a las fiestas que se realizaban en honor a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha, durante el solsticio de invierno, entre el 17 y 23 de diciembre. El 25 de diciembre, en tanto, estaba consagrado al nacimiento del dios Apolo.

Fue de estas fiestas paganas de las que se aprovechó la Iglesia para ubicar ahí el nacimiento de Jesucristo. Un proceso de sincretismo que resultó sumamente efectivo y que tomó vuelo cuando el emperador Justiniano declaró oficialmente el 25 de diciembre como fiesta del Imperio.

Durante la Edad Media, la festividad fue adquiriendo nuevas características. A San Francisco de Asís, por ejemplo, se le atribuye la escenificación del nacimiento de Jesús en un pesebre. Tiempo después se agregaría, la tradición de un árbol de Navidad y, posteriormente, la incorporación de San Nicolás o Santa Claus.

El giro hacia la secularización de esta celebración tiene sus orígenes en 1931, cuando el pintor Haddon Sundblom, por encargo de Coca Cola, transformó una figura medio mítica en un personaje más humano y, por supuesto, con los colores rojo y blanco, oficiales de la compañía. Santa Claus se subió al trineo de la famosa bebida para llegar a todas partes, ser un referente en el mundo occidental y terminar monopolizando la Navidad.

A partir de este fenómeno y la pérdida de influencia de la Iglesia, en el caso chileno, no es extraño el giro comercial que ha tomado durante los últimos años. Si lo es que después de haber estado casi un año tratando de defendernos del avance de una pandemia, todos estos esfuerzos parecieron tirarse por la borda por la locura de comprar regalos hasta llegar al punto de hacer colapsar el comercio.

No es mi interés hacer una crítica desde el punto de vista religioso ni creer que hay que forzar a la población a retomar el verdadero sentido de la Navidad, eso depende de cada uno. Pero sí, tratar de que reflexionemos en torno a lo que parece que hemos reducido esta fiesta: un mero intercambio de regalos.

En sí mismo, ese intercambio no tendría nada de malo, pero sí lo es si significa exponernos al contagio y, peor aún, que la fiebre del consumo nos lleve a extremos como perder las proporciones en el monto de los regalos e, incluso, endeudarnos hasta el 2021.

Finalmente, luego del estallido social, muchos aseguraron que desde ahora íbamos a ser más solidarios, menos consumistas y críticos del modelo. No sé si será el encierro, la ansiedad o el 10%, pero esa proyección quedó solo en una ilusión. Algo pasó que duró poco el entusiasmo, dejamos de "ponernos buenos" y volvimos a nuestra realidad: la de la frivolidad, consumo y locura. 2

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