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Intuición electoral

Investigador Fundación Piensa "Es probable que la decisión más difícil recaiga en aquellos electores que de antemano decidan votar por un independiente fuera de pacto". Dr. Carlos Dorn Garrido Profesor Escuela de Derecho Universidad de Valparaíso "Lo importante es confiar en aquellos candidatos que expresen, con claridad, que la Constitución debe ser un texto pluralista y amplio".
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Habiendo transcurrido el plazo para la declaración de candidaturas, no es aventurado presagiar que en abril tendremos que escoger, entre una centena de nombres, a los próximos concejales, alcaldes, gobernadores regionales y convencionales constituyentes.

Ante este escenario, cabe preguntarnos si la elección conjunta de tantas autoridades conlleva el riesgo de terminar con un proceso electoral en el que prime un voto desinformado. A fin de cuentas, la lluvia de nombres dificulta en demasía una adecuada ponderación de propuestas. La sobrecarga de información deviene, en último término, en desinformación.

El meollo de la cuestión se reduce más bien a las elecciones de concejales y convencionales constituyentes, pues en los otros casos ya operó un mecanismo de filtro a través de las primarias celebradas en noviembre. Pues bien, tomando en consideración la importancia histórica del proceso constituyente, la pregunta se puede reformular de la siguiente manera: ¿Será difícil escoger a un convencional constituyente entre un listado tan extenso?

Tendemos a creer que las decisiones que tomamos a diario surgen de una reflexión reposada, pero lo cierto es que nuestras elecciones, en su mayoría, obedecen a cuestiones más bien intuitivas.

En su célebre libro "Pensar rápido, pensar despacio", el psicólogo ganador del premio nobel de economía, Daniel Kahneman, describe dos tipos de sistemas en base a los cuales nuestra mente toma decisiones. El "sistema uno", heredado luego de un proceso evolutivo de miles de años, elige cursos de acción de forma instintiva. La mayoría de nuestras elecciones surgen espontáneamente de aquel -éste opera, por ejemplo, para resolver la suma de 2 + 2 o para completar el dicho "más vale pájaro en mano…"-. Por otro lado, tenemos el "sistema dos", el cual toma decisiones que requieren de mayor reflexión, como aprender un idioma o resolver una ecuación matemática compleja. El problema del primer sistema es que a veces erra debido a su inmediatez y a su funcionamiento a través de información parcial. El sistema dos, en cambio, requiere mayor gasto energético y tiempo de respuesta, aunque tiene mayor porcentaje de acierto.

¿Qué tiene que ver esto con las elecciones? Por más extraño que parezca, hay estudios que sugieren que nuestras opiniones respecto a asuntos políticos se relacionan mayormente con el sistema uno -rápido, intuitivo y poco reflexivo-. Con muy poca información somos capaces de emitir un juicio inmediato sobre la idoneidad de una persona o la gestión de un gobierno. Ello se debe a que nuestra mente llega de inmediato a una conclusión a través de algún sesgo de confirmación.

Si lo dicho anteriormente es cierto, es probable que la elección de un convencional constituyente sea más sencilla de lo que parece. Entre los "atajos cognitivos" que guían la decisión, quizás el más decisivo sea la ideología que representa el pacto electoral al que adscribe el candidato. A algunos electores les bastará conocer el partido político del postulante para formarse una opinión definitiva. Seguramente otros harán filtro por género, rango etario o alguna cualidad específica. El punto es que nuestra mente reduce de entrada el abanico de posibilidades. Eso quizás explica, en parte, por qué las distintas fuerzas políticas parecen inclinarse por rostros de televisión al momento de formar sus listas. Saben que la respuesta intuitiva a su imagen como personaje público tiene mayor peso que la contundencia de su programa político.

En este contexto, es probable que la decisión más difícil recaiga en aquellos electores que de antemano decidan votar por un independiente fuera de pacto. El partido político, factor que permite completar la información sobre la tendencia de una parte importante de asuntos constitucionales -rol del Estado y el mercado, derechos sociales, subsidiariedad, etc.-, no aplica, de modo tal que los independientes deberán otorgar alguna pista que permita activar el pensamiento intuitivo.

En definitiva, y pese a la importancia de los procesos electorales, el ciudadano común no requiere de información acabada para elegir a su representante. Por lo mismo, en los próximos meses veremos una verdadera guerra publicitaria para dejar la mejor impresión sensorial; discursos bonitos y eslóganes pomposos. Quienes logren conectar primero tienen altas probabilidades de llevarse el gato al agua. Por más frívolo que nos parezca, así funciona el cuento.


Elección de constituyentes: luces hacia una decisión

El próximo 11 de abril los ciudadanos seremos llamados a participar en cuatro elecciones simultáneas para: alcaldes, concejales, gobernadores regionales y delegados constituyentes (convencionales). Cada una de ellas es relevante, porque se trata de altas magistraturas dotadas de poderes y recursos suficientes para influir, positiva o negativamente, en la calidad del espacio vital compartido dentro del cual los ciudadanos vivimos y experimentamos nuestros derechos y libertades.

Desde esa perspectiva, la elección a delegado constituyente es la más importante, pues se votará por aquellas personas que deberán fijar el diseño institucional que distribuya equilibradamente el poder estatal y que recoja el catálogo de derechos fundamentales, principios y valores a ser protegidos, promovidos y garantizados por el Estado y la sociedad.

Como se puede ver, el texto constitucional es un tejido complejo que integra aspectos técnicos concernientes a una buena organización del poder institucional, junto a otro de naturaleza ética que busca dirigir el poder público a la consecución de fines de primera relevancia para el bien común con pleno respeto a la dignidad y derechos de los ciudadanos.

En esta última idea, creo, se halla una clave esencial para elegir adecuadamente a los candidatos a la Convención Constitucional.

De una parte, quienes vayan a ocupar los escaños del órgano constituyente deben ser personas con reconocido mérito técnico y experiencia en materia de políticas públicas y funcionamiento del Estado, es decir, ciudadanos con amplio saber teórico y vasta experiencia práctica que conozca de las posibilidades y limitaciones del Estado. Las grandes construcciones teóricas sin anclaje en la realidad, nacidas del teórico en su torre de marfil, lamentablemente han sido causa de las peores tragedias de la historia del siglo veinte (Isaías Berlin).

Por otra parte, hay que desconfiar de aquellos candidatos que profesan el mesianismo constitucional, es decir, aquella doctrina de fe simplificadora que halla en la rescritura de la Constitución la forma de allanar el camino a una sociedad ideal sin males ni flagelos. Abundan los casos en Latinoamérica de constituciones generosas y creativas en el papel, pero ausentes en realidad, ya que la sociedad en su complejidad se encarga de mostrar los límites de las velocidades y posibilidades de cambios y transformaciones.

De hecho, si se estudia con seriedad a los países que han sido, por ejemplo, exitosos en materia de derechos sociales -Alemania, Francia, Suecia, Dinamarca, entre otros- se verá que lo han conseguido cultivando instituciones políticas sólidas y receptivas a la igualdad de derechos que, a su vez, se ha plasmado en la creación de una institucionalidad económica social recogida en leyes y no en la Constitución. Por otra parte, los países en cuyas constituciones se prodigan copiosos artículos a favor de los derechos sociales son aquellos con los peores índices de desarrollo, los que, por alguna extraña razón, son usualmente citados por los defensores de la judicialización de los derechos sociales como ejemplos a seguir: Sudáfrica, India, Bolivia, Colombia, Brasil, etc. Es por estas razones que en la elección de convencionales se hace necesario, más que nunca, campañas y debates públicos, donde los ciudadanos presionen a los candidatos para que expresen sus posturas serias en estos temas, pues lo que está en juego son los cimientos de la casa común, y por ello se debe exigir mucho más que el acostumbrado discurso cantinflero plagado de eslóganes vacíos, aunque lleno de consignas exclamatorias de un simple "No más", o del "Hay que".

En definitiva, más allá de las diferencias ideológicas que separan a cada una de las candidaturas, lo importante es confiar en aquellos candidatos que expresen, con claridad, que la Constitución debe ser un texto pluralista y amplio que brinde la oportunidad a cualquier mayoría política desarrollar su proyecto social; y a su vez, desconfiar de aquellos que desean convertir la Constitución en una trinchera para un solo modelo político y social, pues de ser así, la Constitución carecerá de la elasticidad para adecuarse a los cambios, cometiéndose nuevamente el error atribuido a la Constitución de 1980, a saber, abanderizarse por un modelo político y económico excluyente de cualquier otra opción.

Maximiliano Duarte