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DERECHO A PATALEO Planificación para Limache

POR CAROLINA PEÑALOZA PINTO Y PAZ UNDURRAGA CASTELBLANCO, PRESIDENTA Y VICEPRESIDENTA DE LA DELEGACIÓN VALPARAÍSO DEL COLEGIO DE ARQUITECTOS POR CAROLINA PEÑALOZA PINTO Y PAZ UNDURRAGA CASTELBLANCO, PRESIDENTA Y VICEPRESIDENTA DE LA DELEGACIÓN VALPARAÍSO DEL COLEGIO DE ARQUITECTOS
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Nuevamente somos testigos de cómo, ante hechos consumados, vecinos y comunidades se movilizan para intentar detener intervenciones urbanas que, de concretarse, transformarán de manera disruptiva su contexto cultural, producirán cambios indeseados sobre el paisaje urbano y generarán impactos irreversibles en las dinámicas cotidianas de quienes residen, muchas veces mermando su calidad de vida. Situaciones como esta se repiten no solo en nuestra región, sino también a nivel nacional, lo que evidencia la urgencia de actualizar instrumentos y herramientas, promover la importancia de la regulación consciente y sostenible, innovar sobre mecanismos de desarrollo y trasformación urbana, considerando la preexistencia como una base, de manera tal que cualquier intervención o edificación contemporánea, adaptándose a un tejido y no imponiendo un modelo exógeno, pueda aportar a la consolidación y mantención de relaciones y escalas locales.

Limache, al igual que muchas otras localidades de nuestra región, se ha convertido en un área de creciente atracción de nuevos residentes. Esto implica una inevitable presión sobre los centros poblados, situación que en la mayoría de los casos sorprende a las comunidades, lamentablemente con una planificación urbana obsoleta, aquella devenida de las políticas urbanas de la década del 80, en el siglo pasado, pensada en un contexto político, económico y social muy diferente, promotor del desarrollo desregulado, cortoplacista en su rentabilidad. En similares condiciones están comunas costeras como Quintero, La Ligua y Valparaíso, o aquellas interiores tan sensibles como Cabildo, Hijuelas, Nogales, Catemu, Panquehue, Putaendo, Santa María, entre otras. O peor aún, en casos como Petorca y La Cruz, en que aún solo cuentan con la definición de un polígono o límite dentro del cual no existe normativa vigente que regule apropiadamente su crecimiento, más allá de aspectos generales que regulan todo lo que no tiene planificación local.

En el caso de la comuna de Limache, dados sus atributos ambientales y de localización, se repite el fenómeno de desarrollo y densificación de áreas periféricas del área Metropolitana del Gran Valparaíso. Las dinámicas de crecimiento urbano que debe enfrentar entonces, tienen como instrumento regulatorio aquel que data de 1984, y que al cabo de 37 años no ha logrado al día de hoy ser actualizado oportunamente, estando en proceso de aprobación la modificación de su plan regulador comunal recién durante los últimos meses, proceso que como bien sabemos en Valparaíso, puede ser suspendido, dilatado y extendido por más de cuatro años, según sea el interés, voluntad o conveniencia de quien administra la ciudad.

Con oportunidad del conflicto y del proceso de actualización pendiente, la comunidad Limachina ha sido parte de una intensa reflexión en materia patrimonial y urbana, avanzando hacia la concepción de paisaje cultural y dejando atrás la concepción monumentalista, entendiendo que lo que define las particularidades de un lugar es un conjunto de variables y atributos, cuya interrelación y aporte sistémico define también su carácter y le confieren valor. En ese sentido, los atributos identificados en San Francisco de Limache están claramente expresados en el hecho de ser un representante del modelo de ciudad jardín, planteado bajo conceptos para propiciar una vida sana, a través del diseño urbano que involucra una serie de dispositivos en una estrecha relación con lo natural, apuesta bastante innovadora para la época y que hoy cobra gran sentido y vigencia. Es evidente que la arboleda de la avenida Urmeneta es uno de los recursos a preservar, ya que junto a ella destacan otras dimensiones que la potencian, como la homogeneidad de alturas edificadas, una baja densidad de ocupación, la necesaria mixtura de usos de suelo con prevalencia de lo habitacional, un sistema de agrupamiento aislado, la existencia de antejardines, entre otras. Todas condiciones urbanas que posibilitaron una calidad y forma de vida que perdura hasta el día de hoy y que los vecinos, fundadamente, buscan defender y poner en valor.

Ciertamente, la planificación urbana, en cuanto mecanismo que precede y tutela la acción en un determinado espacio o asentamiento -entendiendo las potencialidades de un lugar- debe ser oportuna, anticipatoria y tan visionaria que impida transformaciones irreversibles de una localidad, particularmente en aquellas donde confluyen aspectos tan relevantes como el valor histórico, ambiental y sociocultural; a la vez que debe producir instrumentos innovadores capaces de promover una adecuación contemporánea, en la que el desafío de acoger nueva población residente, nuevos equipamientos se logre cuidando el medioambiente y potenciando, de manera sostenible, los atributos del lugar. Labor y tarea trasversal en época de revisión y avizoramiento de cambios en nuestras prácticas de intervención urbana, debate que nos compete promover como sociedad involucrándonos activamente, no solo acompañando a las comunidades en este ineludible desafío, sino también inquietando a las instancias públicas y políticas de toma de decisiones, para que el uso de sus espacios de poder sea garantizando y promoviendo el bien común, como lo mandata la función pública que ejercen.