¿Quién salvará a la democracia?
Nuestro país vive un proceso revolucionario en marcha. ¡Qué duda cabe! Pero no se trata de una Revolución democrática para producir profundos cambios estructurales que den lugar a un nuevo orden que se considera mejor y más justo. No, se trata de una Revolución violenta impulsada por sectores radicales movilizados por el Partido Comunista y el Frente Amplio para desestabilizar la democracia y por la vía violenta tomar el poder. La Revolución trabajó inteligentemente y sin descansar durante muchos, muchos años y fue lenta, pero inexorablemente, instalándose en lugares claves que le permitieran tomar el control de la sociedad chilena, para luego, por la violencia, alcanzar su objetivo final: hacerse del poder e instaurar el peso de su dictadura.
En su trabajo planificado y sin descanso la Revolución permeó instituciones republicanas, tales como el Congreso Nacional, los partidos políticos y sus dirigentes y los órganos jurisdiccionales; la Revolución logró instalarse intelectualmente en medios educacionales, académicos, de comunicación, artistas e intelectuales y entonces tomó el control de la información y la cultura, creando la cultura revolucionaria que reemplazara al Chile de siempre con su historia, sus valores y sus tradiciones; la Revolución abrazó y manipuló causas de fácil aceptación popular como el feminismo, los Derechos Humanos, la inmigración, o los pueblos originarios y las puso al servicio del ideal revolucionario; la Revolución hizo suyas las necesidades y aspiraciones de un pueblo que quiere progresar y las convirtió en consignas de lucha, destrucción y enfrentamiento fratricida; la Revolución desprestigió hasta reducir a la nada a la Iglesia, rectora espiritual de Chile y neutralizó a las Fuerzas Armadas y a las Policías, bastiones históricos contra el marxismo las primeras y de la preservación del orden ciudadano, las segundas.
La Revolución logró extenderse a lo largo y ancho del país para instalarse con grupos organizados y preparados para la violencia urbana en las ciudades y armada en los sectores rurales, grupos estos que desde la "primera línea" o la "guerrilla" cumplen una parte fundamental del plan revolucionario: cansar, atemorizar y dejar a la sociedad chilena indefensa frente a la asonada final.
En fin, la Revolución fue horadando la democracia hasta dejarla inerme, entregada a su propia suerte, porque quienes debían protegerla claudicaron por ineptitud, por miedo o por preferir unirse a la aventura revolucionaria. La Revolución sabe que ya es su hora, y que basta una vuelta más a la tuerca de la violencia para que los chilenos, sorprendidos, asustados o entregados le abran el camino para su instalación. "Hay que quemarlo todo" exclama la Presidente de un partido político de extrema izquierda.
Tenía 23 años en 1973 cuando asistí en la Avenida Grecia de Santiago a la, proporcionalmente, más grande concentración política de la historia de Chile, cuyo único orador, el dirigente democratacristiano, en ese entonces senador, Patricio Aylwin Azócar, en el nombre de Chile, pedía al Gobierno de la Unidad Popular y al Presidente Allende que rectificara el camino al totalitarismo que transitaba, y al calor del discurso pronunciaba aquella frase para la historia: "La democracia salvará a la democracia".
Todos sabemos que aquello no sucedió y el desenlace salvador tomó otro rostro.
Hoy, cuando nuevamente nuestra democracia está en peligro y sus legítimos celadores se muestran incapaces de preservarla, me pregunto una vez más: ¿Quién salvará a la democracia?
por Francisco bartolucci, abogado y profesor