Plaza del Orden, entre crudos, Dubois y Neruda
Plaza del Orden se llamaba la actual plaza Aníbal Pinto. Cambió el nombre en 1884, en homenaje al Presidente de la República que había conducido exitosamente la Guerra del 79. Visionario el cambio, más allá del merecido homenaje al mandatario. Hoy día, de orden nada. La reiterada presencia de malandrines que han hecho de ese punto el epicentro de sus protestas, hacen añorar el orden perdido.
Hay que entender que se trata de justas expresiones contra abusos del neoliberalismo, fascismo, negacionismo y de las grandes empresas, abusos que, sin duda, serán erradicados con la nueva Constitución. ¿Se recuperará entonces el orden perdido? No hagamos preguntas difíciles y exploremos el glorioso y ordenado pasado del lugar, cuando fue gran polo comercial y de encuentro.
LOS CRUDOS DEL ALEMáN
Para esos encuentros, precursor fue el Café del Orden, de José Hanisch, un alemán que impuso allí la gastronomía de su país. Sucesor fue el Bar Alemán, donde siguiendo la misma carta, se podía disfrutar de perniles, kassler, gordas y los famosos crudos. Para algunos, barbarie inspirada en las incursiones de Gengis Kan por Europa central. Por eso también se llaman tártaros. Los crudos, pese a que no necesitan horno, sartén, cacerola y ni siquiera cocina, siguen un rito que comienza por la carne misma: posta negra, absolutamente magra, fresca, pero no muy fresca y menos -¡herejía máxima!- congelada. La carne no puede ser molida a máquina y menos triturada en una Moulinex. Debe ser raspada y servida en el momento. Los aliños -aderezos dicen los fruncidos- se sirven aparte. Aceite, sal, mostaza, cebolla picada y jugo de limón recién exprimido, ingredientes que aplica el consumidor, que también debe ser premunido de pan negro. Desapareció el bar, que había sobrevivido al terremoto de 1906, tras un sismo más reciente que llevó a esos demoledores siempre listos a derribar toda una manzana patrimonial para levantar la actual Intendencia, edificio que no pasará a la historia de la arquitectura.
El club de la bota
Precisamente, hasta esa misma esquina llegó el 3 de junio de 1961 Pablo Neruda junto a un grupo de amigos, artistas todos. Entre ellos Camilo Mori, Juan Guzmán Cruchaga y Sarita Vial, quien oficia de notaria del encuentro. "Llegamos al Bar Alemán cerca de las siete de la tarde, portando Pablo en sus brazos el símbolo de la cofradía: una gran bota de cerámica alemana, acompañada de media docena de jarras que sosteníamos unos y otros, en un abigarrado desfile por la calle", relata la poetisa porteña amiga de Neruda. Nace así el famoso Club de la Bota. "Pablo la había comprado en México… elegimos para nuestras sesiones el más cómodo reservado, al que se llegaba luego de bajar unos peldaños de madera… Poseía una bella mesa de pino, redonda, de limpio mantel, y en la pared había una oleografía en que un hombre, amarrado a un cepo, recibía del verdugo, tal vez en cumplimiento del último deseo, un sorbo de cerveza… La mitad de los parroquianos eran alemanes y no escaseaban otros extranjeros aficionados al buen kassler, chancho ahumado, uno de los platos más solicitados de la casa". Sara Vial, protegiendo la honra de los contertulios, afirma que "éramos más bien frugales y nos conformábamos con sándwiches y el rito consistía en hacer llenar la voluminosa bota hasta los bordes, de una espumante cerveza".
Continúa el relato: "Pablo no hacía nada improvisamente. Junto con la bota había llegado con el cuaderno de actas, que me pasó junto con una lapicera de tinta verde. Escribe, escribe -dictó con su risa silenciosa, no menos contagiante y divertida: hoy, un grupo de insensatos, reunidos pero no revueltos, decidieron fundar este club sin más objetivo que el de beberse la Bota numerosas veces y con la fruición necesaria".
Así, el rito consistía en consumir colectivamente, no eran tiempos de pandemia, la cerveza limachina que contenía la bota.
Recuerdos consignados en la obra "Neruda en Valparaíso", de Sara Vial, editado en 1983.
La repostería
Frente al añorado bar estaba el Café Riquet, 1931. Delicada repostería europea introducida por Wilhelm Spratz, un empresario germano que apostó por los negocios en tiempos de crisis política. Caía la dictadura de Ibáñez y se asomaba una República Socialista.
El Riquet, el último en desaparecer, hoy reemplazado por una farmacia, formaba parte de la trilogía de recordados cafés porteños: el Ramis Clar, elegante con cristales y cromos relucientes y maravillosas tentaciones para los dulceros, entre ellas el "planchado" que, dicen, subsiste en la Suiza de Pucón. En calle Esmeralda, el Vienés, música en vivo a la hora del té, regentado por Bartolo Vacarezza, un italiano que había luchado en Abisinia en tiempos Mussolini. Desapareció en septiembre de 1973…
Neptuno
Volviendo a la plaza, pie del cerro, el restaurante Neptuno, nombre lógico por la fuente que, milagrosamente, subsiste en el lugar. Propietario, Willy Muller, un norteamericano con nombre alemán que ofrecía una carta internacional en su bar y comedores con reservados. Ya en la esquina de Almirante Montt, el Cinzano, el último de los sobrevivientes víctima de problemas económicos, que destacaba más por los tangos de Carmencita Corena que por la gastronomía.
Y no solo buena mesa en la vieja plaza, sino que también elegancia. Klickman, joyas de verdad, nada de fantasía, o la Casa Jacob, importadores de fina loza, cristalería, juegos de copas y delicados objetos para el hogar. Los aficionados, por su parte, encontraban interesantes colecciones en un pequeño negocio filatélico junto a la patrimonial panadería.
Dubois
Y la delincuencia no es cosa de hoy. El 25 de junio de 1906, un Valparaíso atemorizado por misteriosos homicidios de conocidos personajes locales, comienza a respirar con tranquilidad: Charles Davies, dentista norteamericano con consulta en el número 49 de la plaza, siente ruidos extraños en la puerta. Abre y es atacado. Resiste y grita. Aparece el guardián Ernesto Fernández y el atacante huye. El policía lo persigue por 8 cuadras y lo detiene. Sospechas, investigaciones y, finalmente, el atacante resulta ser el francés Emilio Dubois, autor de los crímenes que aterrorizaron al Puerto. Juicio, condena y fusilamiento el 26 de marzo de 1907.
Dicen los escépticos que hoy Dubois, apresado tras el ataque, habría quedado con arresto domiciliario nocturno y el guardián Fernández sumariado.
Cosas de la antigua plaza porteña, donde el orden, junto con aquellos condumios resulta ser solo un recuerdo de un pasado lejano.
por segismundo