Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Servicios
  • Espectáculos
DEBATES & IDEAS

Valparaíso, un ensayo (I)

E-mail Compartir

Cualquier persona que visite toda la parte plana de Valparaíso queda con la impresión, a lo menos, de que se trata de una ciudad literalmente en extinción. Una ciudad entera pintarrajeada de manera abominable, sucia hasta el extremo, con un comercio callejero que lo cubre todo, maloliente y peligroso; con grandes sectores de sus barrios más emblemáticos abandonados y con sus edificaciones en ruinas, de las cuales sólo hay noticia cuando arden por los cuatro costados. Casi sin juventud. ¿Qué historia puede haber detrás de este desastre?

Todos estamos acostumbrados a observar a Valparaíso como un anfiteatro que en la noche se cubre de luces proyectando un panorama inolvidable. Pero, no nos preocupamos de saber por qué Valparaíso tiene esa forma tan peculiar, esto es, la de ser una ciudad esculpida en los cerros. Nosotros, las personas, estamos hechos para vivir en la horizontal, sin embargo, Valparaíso se construye en la vertical. ¿Cómo es posible que ello haya sucedido? Y es buscando la respuesta a esta pregunta cuando uno puede descubrir por qué Valparaíso, a pesar de todo, es una ciudad patrimonial y por qué su recuperación no es cuestión que pueda interesar sólo a los porteños sino, por lo menos, a todo el país. Valparaíso es patrimonio desde el punto de vista urbanístico, pero más importante, lo es por su personalidad. En pocas palabras: Valparaíso fue el punto por donde Chile comenzó a unirse con el mundo y, por eso mismo, a adquirir al menos un cierto rasgo de cosmopolitismo. Y ese hecho fue el que le dio a la ciudad su sello más característico. De no haber existido Valparaíso, Chile no hubiera sido más que un pequeño reducto agrícola enclavado en el Valle Central cuya vista nunca habría sobrepasado las dos cordilleras que lo encierran. Y ese es el riesgo de lo que puede suceder si Valparaíso definitivamente se pierde: Chile encerrado en sí mismo, fascinado en su autocontemplación.

Todo se inició cuando en 1817 el país se abrió de manera efectiva al comercio exterior. Fue entonces cuando lo que antes no pasaba de ser una modesta caleta al servicio de las necesidades gastronómicas de Santiago -proveer de pescado y mariscos a la dieta de los de allá- se convirtió, a muy poco andar, en un moderno centro comercial predominante en el Pacífico de estas latitudes. No fue de extrañar que Valparaíso ya capturara, en esos años, la atención de los primeros de una pléyade de pintores extranjeros: John Searle y Charles Wood. Ellos se encargaron, tan pronto como en 1830, de abrir esa ruta por donde pronto transitaron Rugendas, Charton, Chassin Trubert, Somerscales y Helsby, entre otros. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Valparaíso recibió un fuerte contingente de españoles, árabes, croatas e italianos, estos últimos casi todos provenientes de la Liguria, cuya capital es Génova. Más de 500 emporios en casi todas las esquinas de la ciudad nos contaban del tremendo aporte que esos italianos hicieron a Valparaíso; las paqueterías, del aporte de los palestinos; panaderías y ferreterías, del aporte de españoles.

Digamos, en fin, que el portentoso crecimiento que le sobrevino a Valparaíso trascendió lo que podía ser gobernado municipalmente desde un solo centro. Por eso, Viña del Mar llegó a ser una comuna adulta cuando el crecimiento de Valparaíso se proyectó sobre ella hasta formar una misma ciudad. Y, lo mismo sucedió con Quilpué, comuna agrícola que pronto derivó a ser una comuna barrio de Valparaíso.

Se ha hecho lugar común atribuir la decadencia de Valparaíso a la apertura en 1914 del Canal de Panamá, cuando la verdad es lo contrario. Valparaíso decae porque, entre 1928 y 1933, los gobiernos chilenos de entonces decidieron cerrar el país al comercio exterior y, por lo mismo, desecharon la tremenda ventaja competitiva que ese canal significaba para el país y para su puerto principal. Lo hicieron pensando que así iban a proteger la industria nacional con el resultado de que la debilitaron hasta casi hacerla desaparecer. Así como a comienzos del siglo XIX la apertura al comercio exterior significó que Valparaíso se transformara de una caleta en un puerto hecho y derecho así, cuando el país se cerró a ese comercio, Valparaíso comenzó a dejar de ser puerto y a volver casi a su condición de caleta.

De hecho, todas las actividades que se relacionaban con ese comercio de importación y exportación se vieron severamente afectadas y muchas, ubicadas en Valparaíso, comenzaron a cerrar sus puertas. Por otra parte, el Estado tomó el control de la actividad económica del país, con lo cual muchas otras empresas debieron emigrar a la capital porque allá, de cara a la burocracia estatal, se tomaban las decisiones más importantes sobre su futuro. Además, ese Estado, desviándose de su fin principal, comenzó a desarrollar actividades empresariales sin ninguna noción de competencia y de uso prudente de los recursos. Las pérdidas en que incurrió fueron colosales y fue así como Santiago comenzó un desproporcionado crecimiento a costas de todo el resto del país, con Valparaíso en primer lugar. La consecuencia de este proceso denominado "estatismo" con su consecuencia de "centralismo" fue un notorio empobrecimiento de la mayoría de la población y un atraso generalizado para todos. Fue ahí donde nos encontró el gobierno militar, una de cuyas primeras medidas reactivadoras fue reabrir el país al comercio exterior.

La actividad portuaria respondió desde el primer momento y no ha cesado de crecer durante estos años. De hecho, la apertura al comercio exterior ha motivado la organización de potentes actividades de exportación que han hecho de Chile el tercer usuario mundial del canal de Panamá detrás sólo de USA y de China. Así de importante para nosotros ese Canal. Pero la actividad empresarial que estaba detrás de ese movimiento no ha regresado a la ciudad y se mantiene en la capital. Lo mismo le ha sucedido a las demás ciudades del país. Valparaíso no sólo es puerto desde el punto de vista operacional, sino también es ciudad empresarial. Es aquí donde debe centrarse el esfuerzo del Estado: ¿cómo descentralizar no sólo el sector público sino, principalmente, el sector empresarial?

Ese es el camino para que el país recupere la debida proporcionalidad entre la capital y las otras ciudades, y con ella recupere mejores índices de calidad de vida, de seguridad, de desarrollo humano y familiar. Y, también, para que pueda crecer aún más desde el punto de vista económico.

* La segunda parte del ensayo de Gonzalo Ibáñez Santa María será publicada mañana lunes 22 de marzo en este mismo espacio.

por gonzalo ibáñez santa maría