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El Puerto topo

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Luego de investigar la situación del asilo y del "blanco" en particular, don Sergio llega a una conclusión: no hay abusos en el hogar, lo que hay es soledad y pena. No es muy distinto a lo que sucede con nuestra ciudad que ha sido víctima del abandono de sus hijos".

Esta semana el periodista Juan Cristóbal Guarello aprovechó la tribuna de la radio ADN, para dar su visión del estado de abandono en que se encuentra la ciudad de Valparaíso y la responsabilidad del alcalde Jorge Sharp en esta crisis: "Ta' pa' la caga Valparaíso", dijo textual. "Qué mal está Valparaíso, qué abandonado está Valparaíso, qué falta de políticas hay en Valparaíso, qué chiflado está Sharp, se le escaparon las vacas dentro del ascensor hace rato".

A esta particular metáfora agregó: "La verdad es que llega a dar pena, yo sé que esto es un programa de deportes, pero Valparaíso no se merece eso. A la calle Condell le dicen la calle se arrienda, ya no hay ningún local".

La imagen que describió Guarello sobre Valparaíso, inevitablemente, nos conecta con la película-documental, "El Agente Topo", recientemente nominada a los premios Oscar como mejor documental.

La directora, Maite Alberdi, nos muestra la vida en un asilo de ancianos, a través de un infiltrado, rol interpretado por Sergio Chamy. Se trata de un hombre viudo que acepta el trabajo de espía para ingresar al lugar y verificar que la madre de una clienta no está siendo víctima de abuso dentro del asilo.

Definir qué es "El Agente Topo" es tan difícil como tratar de definir hoy qué es Valparaíso. ¿Una ciudad puerto, turística, universitaria, dormitorio? ¿Qué es "El Agente Topo"? ¿Una película? ¿Un documental?

Aunque no hay actores y se ven las cámaras, otras veces vemos escenas preparadas, como los informes que debe entregar el protagonista al detective. La mayoría de las imágenes son testimonios reales, pero a ratos parece más bien una película.

¿No es Valparaíso un poco así? Una mezcla de cosas: edificios monumentales mezclados con espacios vacíos o supermercados chinos. Casas de cuento con edificios modernos, cerros de ensueño y otros lugares que han sido víctimas del abandono.

Y es que la imagen de Sergio o el "Agente Topo", de 84 años, no es muy distinta a la de la ciudad porteña. Aunque los años han hecho lo suyo, muestra una distinción y nobleza que revelan un pasado digno. Su prestancia se asemeja a la de una ciudad que, alguna vez, fue esplendorosa y que hoy se resiste -aunque cada vez con menor fuerza- a los embates del vandalismo y la pandemia.

En esta misma línea, la película-documental tiene un elemento distintivo y son las escenas absurdas e insólitas en las que uno no sabe si reír o llorar. Valparaíso tiene también algo de eso. Basta con recorrer sus calles para encontrarse con hechos raros y curiosos que, aunque para quienes viven en la ciudad pueden resultar normales, para el resto de los mortales servirán de material de conversación para el almuerzo o en la próxima junta, frente a la incredulidad de los espectadores.

Hay además humor y alegría en la película, al igual que en el Puerto, donde distintas clases sociales confluyen en el plan sin hacer distinciones, compartiendo bromas y apodos, la nostalgia por un pasado de gloria y la esperanza de reverdecer laureles.

La directora Alberdi a través de "El Agente Topo", al igual como hizo Guarello con sus declaraciones sobre Valparaíso, nos transporta a un mundo incómodo que, aunque sabemos que existe, nos negamos a ver.

Luego de investigar la situación del asilo y del "blanco" en particular -la señora a quien debía espiar- don Sergio llega a una conclusión: no hay abusos en el hogar, lo que hay es soledad y pena. No es muy distinto a lo que sucede con nuestra ciudad que ha sido víctima del abandono de sus hijos. Los mismos que nacieron en algunos de los tantos hospitales que tenía la ciudad, que estudiaron en algunas de sus prestigiosos colegios y que se formaron en una de las tantas universidades de Valparaíso, se marcharon hace tiempo y no volvieron jamás.

Finalmente, y tal como ocurre en el documental con los ancianos abandonados, el Puerto llora de pena por la ingratitud de quienes vio nacer, crecer y formarse como profesionales y que ahora le dan la espalda en uno de los momentos más críticos de su historia.2

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La ley del más fuerte

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Como sociedad nos escandalizamos cada tanto, pero no tenemos una postura común respecto de estos hechos y desde la clase política muchas veces algunas situaciones

se matizan con explicaciones justificantes, mientras otras son cuestionadas. Pero

no hay una vara común".

La entrevista que esta semana dio el exfrentista Mauricio Hernández Norambuena desde la cárcel, en la que catalogó el asesinato del exsenador Jaime Guzmán como un "error político", pero "una operación justa, del punto de vista ético", causó más de un debate, tanto respecto de la libertad de informar, como sobre la reivindicación de un acto en extremo violento, ocurrido tras el término de la dictadura, en plena democracia.

Mientras el gobierno y el oficialismo se apuraron en criticar la aparición del reo en las pantallas de televisión, otros intentaron restarse del debate, haciendo oídos sordos a las peticiones de condenas sociales y públicas. De hecho, la tierra fue infértil respecto de la solicitud de los diputados de la UDI para que la Cámara Baja se pronunciara en contra de las palabras del "comandante Ramiro", lo que fue desechado por votación mayoritaria, pues varios consideraron que un pronunciamiento así atentaría contra la libertad de expresión.

Lo cierto es que más allá de los dichos de Hernández Norambuena, la violencia se ha transformado en un tópico de debate, sin una postura común ni tajante al respecto. El estallido social de octubre de 2019 fue el punto de partida de una discusión que no se ha agotado y sobre la cual no existe una posición consensuada.

¿Fueron violencia las manifestaciones de 2019? ¿Es violencia la aparición de manifestantes cada viernes en Plaza Italia (o Plaza de la Dignidad, como se le conoce hoy) o más bien es una muestra política de descontento con el sistema imperante? ¿Es una apología a la violencia darle pantalla a un reo preso por asesinatos y secuestros o es parte de la legítima libertad de expresión?

El debate en torno a estas temáticas da cuenta de que como sociedad relativizamos el valor de la paz dependiendo del momento y las circunstancias.

De hecho, en la encuesta Cadem dada a conocer a fines de noviembre de 2019, un 46% de los encuestados explicaba los casos de violencia como un resultado del descontento social (¿sería legítimo entonces?) y en la CEP de fines de 2019, los consultados se mostraban mayoritariamente "enojados" por cómo estaban las cosas en el país en la época del estallido (50%). No obstante, más de un 80% advertía que nunca justificaría la participación en destrozos, saqueos o incendios.

Pero lo cierto es que la violencia se ha tomado las calles, se ha mantenido en el tiempo (pese a la pandemia y las cuarentenas) y el debate se ha convertido en un continuo. A la aparición diaria en los medios de distintas formas de crímenes (léase "abordazos", "encerronas" y una serie de conceptos más que hemos ido añadiendo a nuestro vocabulario), se han agregado situaciones en las que la fuerza ha ganado terreno y que son amplificadas por las redes sociales, convirtiéndolas en un show espectacularizante.

Así, todos pudimos ver casi en vivo y en directo una pelea entre conductores en Santiago, donde tras amenazar a su contraparte con un martillo, un hombre terminó atropellado y aplastado contra su propio vehículo. Murió solo unas horas después.

En paralelo, aquí en la región hemos visto cómo un candidato a concejal, Jorge Parra, decidió hacer su campaña en base a una apología de la dictadura de Pinochet, y a su vez ha sido amenazado literalmente con ser quemado vivo; mientras en El Tabo un bebé de seis meses murió producto de un enfrentamiento a tiros y lo mismo sucedió en estos días con un vecino de Reñaca Alto.

Como sociedad nos escandalizamos cada tanto, pero no tenemos una postura común respecto de estos hechos y desde la clase política muchas veces algunas situaciones se matizan con explicaciones justificantes, mientras otras son cuestionadas. Pero no hay una vara común.

En una columna de 2020 a raíz de los coletazos del estallido social, la doctora en Filosofía Sylvia Eyzaguirre planteaba que "probablemente, estos actos de violencia han dejado en evidencia la ausencia de poder que hay en el país producto de una crisis política que se arrastra hace ya varios años". Y efectivamente, la ausencia de una agenda política clara y común en contra de la violencia puede ser uno de los elementos que explique el que la fuerza no se condene e incluso, a ratos se defienda.

Como dijo el presidente de la Corte Suprema, Guillermo Silva, "lo que hace falta en este país, es que, de una vez por todas, todos los sectores condenen la violencia y la condenen en forma categórica y no con medias tintas". Mientras no haya un consenso social así de taxativo, respecto de todos los tipos de violencia, seguiremos a merced de la ley del más fuerte (o el con más armas). 2

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