Acuerdos y compromisos
Qué pasa en la sociedad por Fernán rioseco, académico de filosofía de la uv
En un pasaje notable de su Historia de la Guerra del Peloponeso, y ya bien entrada la guerra entre Atenas y Esparta, Tucídides relata un episodio entre unos embajadores atenienses y representantes de la pequeña isla de Melos, que se resistían a someterse a la voluntad de Atenas. Para persuadir a los melios, el argumento de los atenienses era que "la justicia no tiene lugar en los cálculos humanos, a menos que haya un poder igual que se imponga a ambos bandos" (V, 89) y atendido que dicho poder no existe, debían doblegarse ante los invasores. Los melios, por su parte, confiaban en la voluntad de los dioses, ya que estaban "libres de pecado contra hombres que no son justos" (V, 105). El asunto no acabó nada bien, pues los atenienses mataron a todos los hombres adultos y esclavizaron a las mujeres y los niños.
Esta antigua historia nos deja tres valiosas enseñanzas: a) cómo una democracia admirada y admirable como la de Pericles en el siglo V a. C, a raíz de la guerra se convirtió en un imperio que "es como una tiranía que se considera injusto tomar, pero que es peligroso perder" (II, 63.2-3); b) cómo el mantener posturas antagónicas e intransables engendra caos y destrucción; y c) la diferencia entre acuerdos y compromisos de intereses como formas de solución pacífica de los conflictos políticos.
Mientras los acuerdos son el resultado de un proceso deliberativo racional en el que se imponen los mejores argumentos, los compromisos de intereses son el producto de negociaciones que determinan un curso de acción que todas las partes se "comprometen" a seguir. Es decir, se acepta el resultado de la negociación, pero no las razones del interlocutor, siendo menos estables que los acuerdos, pues un mínimo cambio en la correlación de fuerzas puede ser suficiente para el abandono, legítimo o no, del compromiso.
Desde esta perspectiva, el denominado "Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución", de fecha 15 de noviembre de 2019, no es un verdadero acuerdo, sino un compromiso -inestable y voluble- entre intereses contrapuestos, que se aproxima más al modelo del jurista alemán Carl Schmitt (1888-1985) de la política como conflicto, antes que a un procedimiento deliberativo racional. Y precisamente aquí subyace el peligro: cuando surge un antagonismo irreconciliable en el que ninguna de las partes puede (con) vencer a la otra respecto de la superioridad de sus razones, se asoma en el horizonte el fantasma de la violencia e, incluso, el de la guerra. Por ello, es fundamental que en la redacción de la nueva Constitución se propenda a los acuerdos antes que a los compromisos, y a estos últimos antes que a la aplicación de la regla de la mayoría.
La moralización de la política, esto es, enarbolar banderas "en nombre" de la ideología de turno, puede conducir a un grado de violencia social de proporciones incalculables, que podemos evitar sencillamente arribando a acuerdos y honrando los compromisos adquiridos.