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Al borde del abismo

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Es ahora cuando el Estado debe hacer sus máximos esfuerzos, hay muchas familias que están al borde del abismo o cayendo derechamente en él. La clase política debe ahora salir de su metro cuadrado, alzar la vista y darse cuenta de que la realidad es mucho peor de lo que imaginan".

"Tengo rabia. No tengo ni para comprar pan mañana", decía esta semana una usuaria de Facebook, a la que acompañaban cientos de comentarios, algunos dándole ánimo y otros buscando posibles soluciones para una mujer y mamá que se mostraba desesperada: su marido está sin trabajo y lo que ella gana con un pequeño emprendimiento no le alcanza.

Hoy -pandemia de por medio- son millones los chilenos en esta situación. A la espera del bono tal o cual. Rogando que el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) o el Bono Clase Media les corresponda y les permita llegar a fin de mes. Cruzando los dedos por el tercer retiro del 10% de los fondos de la AFP -aun cuando a muchos ya no les queda nada que "autoprestarse"- y haciendo el quite a los controles sanitarios para poder, de alguna forma, trabajar y "parar la olla".

Esa es la compleja realidad -que estas líneas no logran graficar en su totalidad- que hoy viven muchos chilenos, ajenos a las discusiones políticas, a las peleas entre el Congreso y el Ejecutivo, e incluso, a la carta firmada por los presidenciables del PS, PPD, FA, PC y PRSD que, al finalizar esta semana, pedía -entre otras cosas- cerrar las ciudades con mayor presencia del virus y que se entregue una Renta Básica Universal "sin trabas" para que los ciudadanos puedan dejar de salir a trabajar.

Precisamente en medio de este escenario, el Banco Mundial emitió un informe en el que salió a la luz una realidad en extremo preocupante: durante 2020, dos millones 300 mil personas pasaron en Chile de la clase media a la vulnerabilidad. Un retroceso enorme para un país que le gusta considerarse como la punta de lanza del crecimiento económico y el camino al desarrollo en Latinoamérica.

A lo anterior se añade que el ingreso per cápita cayó en alrededor de un 40% en los hogares donde alguno de sus miembros perdió el empleo. De un día para otro, conforme avanzó la pandemia -como triste corolario al estallido social que había iniciado este proceso el año anterior- más de dos millones de chilenos vieron mermados gravemente sus ingresos y terminaron siendo parte de un grupo que requiere ayuda. Y urgente.

Mientras esto sucede, el Parlamento y el gobierno siguen enfrascados en discusiones que poco le dicen al chileno de a pie, ese que apela a los escasos y fortuitos bonos gubernamentales y que ha debido utilizar sus propios dineros -su futura jubilación- para hacer frente a este periodo de vacas extremadamente flacas. Y que aun así no logra encarar la crisis de manera digna.

Y nuestra región no ha quedado ajena a esta realidad. Marisol Cortez, presidenta de la Cámara Chilena de la Construcción de Valparaíso, recordaba en una columna esta semana, que -de acuerdo a cifras dadas a conocer por Techo- las familias viviendo sin condiciones básicas en campamentos pasaron de 11.228 en 2019, a 23.843 en 2020. ¡Un aumento de 112%!

Claramente, las "ayudas" del gobierno no están siendo suficientes, sobre todo para la clase media. Otro tema es cuánto más se puede estirar el chicle del Estado para paliar la crisis, pues los recursos nunca son eternos. Ni suficientes. Pero lo cierto es que los chilenos necesitan un salvataje urgente.

En paralelo a aquello, vemos que las cuarentenas extendidas no surten efecto y la pandemia sigue su avance implacable, incluso por sobre los nueve mil casos diarios, en una posibilidad que la propia autoridad había adelantado como catastrófica. En este escenario, Sebastián Izquierdo advertía esta semana que "previo al 2020, los hogares del 80% más pobres del país ya tenían que llegar a fin de mes rasguñando el bolsillo; tras la llegada de la pandemia, el 25% de estos aseguraron sentir inseguridad alimentaria".

Cuando gran parte de los chilenos no logra llegar a fin de mes, cuando el hambre arrecia, cuando las ollas comunes comienzan a poblar los barrios, ¿es factible pensar que esas personas puedan quedarse en sus casas esperando que la pandemia termine?

Es ahora cuando el Estado debe hacer sus máximos esfuerzos, hay muchas familias que están al borde del abismo o cayendo derechamente en él, sin poder ver la luz al final del túnel. La clase política debe ahora salir de su metro cuadrado, alzar la vista y darse cuenta de que la realidad es mucho peor de lo que imaginan. Solo de esa forma podrán aparecer nuevas ideas, hacer mayores esfuerzos y generar soluciones a la altura de las dramáticas circunstancias. El hambre no puede ser opción en un Chile que supuestamente camina hacia el desarrollo, en pleno siglo XXI. 2

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De los chanchos al wifi

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Si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que lo esencial, ahora que hemos estado tan cerca de la muerte, tiene que ver con otras cosas que, por comunes, dimos como obvias sin saber valorarlas: un abrazo, una reunión familiar o un café con un amigo".

El chiste ha circulado bastante por whatsapp. En él, figura un carabinero controlando a un hombre que está en un auto, imagen que va acompañada del siguiente diálogo:

- ¿A dónde va?

- A mi casa.

- ¿De dónde viene?

- De comprar cosas esenciales.

- Yo no veo nada, responde el carabinero.

- Lo esencial es invisible a los ojos.

- Salga del auto, Principito...

El chiste hace alusión a la lista de productos esenciales que ha publicado el Gobierno y que nos obliga a hacernos una pregunta un poco más compleja, no tan profunda como la de El Principito, pero sí desde un punto de vista cronológico, respecto a cómo han ido variando aquellos elementos que entran en esta lista.

Si retrocedemos en el tiempo a los orígenes de Chile, nos encontramos, por ejemplo, con que, luego del ataque a aquella aldea que fue bautizada por Pedro de Valdivia como Santiago, un 11 de septiembre de 1541, los españoles quedaron con lo puesto y del incendio solo rescataron dos porquezuelas y un cochinillo, además de un pollo y una polla. A la falta de vestuario, herraje y otros artículos claves durante la Colonia, se agregó la ausencia del vino, que impidió seguir haciendo misa y, como si esto fuera poco, la falta de papel. Frente a este hecho, el escribano se vio obligado a anotar todo en tiras de cuero que, tiempo después, fueron comidas por los perros hambrientos, privándonos de algunos pasajes de nuestra historia. A pesar de esta precariedad y falta de artículos esenciales, la conquista, con sus claros y oscuros, se siguió llevando adelante en beneficio de Chile.

Si avanzamos algunos siglos, vemos que lo esencial para un soldado de la guerra del Pacífico debía pesar lo suficiente como para poder transportarlo durante kilómetros a lo largo del desierto. Estos llevaban enrollados sobre la espalda, un manto, una camisa, un calzoncillo, un pañuelo, una servilleta, un peine, un jabón, tabaco, cepillos y trapos. A esto hay que sumar las armas y el morral donde llevaban la comida, charqui y pan, más la cantimplora, donde transportaban agua, elemento verdaderamente vital en la campaña del desierto.

A inicios del siglo XX, surgió le necesidad de calcular el Índice de Precios al Consumidor (IPC), lo que se elaboró a partir de una canasta básica o esencial que incluía, en la década del ´30, entre los alimentos: pan francés, leche, carne, obviamente, pero también vino y cigarrillos, que de alimento tenía muy poco. En la ropa, se consideraba, entre otras cosas, un poncho. En combustible, leña, carbón y velas. Y, por último, en varios: entrada al cine, corte de pelo, y viaje en tranvía.

En un ambiente cada vez más polarizado, el gobierno de Salvador Allende, luego de los problemas de distribución, elaboró una lista de bienes elementales para una familia, conocida popularmente como "canasta familiar". En la lista de productos se encontraban dos kilos de azúcar, dos litros de aceite, un tarrito de leche Nido y otro de Milo, un cuarto de té, un tarro de Nescafé mediano, un jabón Lux, un Omo mediano, un kilo de porotos, dos panes de mantequilla, un kilo de harina, cuatro caldos Maggi, un tubo de pasta de dientes, un pollo, un kilo de arroz, un Klenzo, flan y jalea, un kilo de fideos y dos tarros de leche condensada.

Acercándonos a nuestra época, durante la década del 80, ya hubo varios cambios. Dentro de la lista de la canasta familiar para calcular el IPC, se sumó un rollo de película fotográfica, alimento para mascotas, fotocopias, preuniversitario y una entrada a la piscina.

Ya terminando el siglo XX, se agrega a la cámara fotográfica, el computador, la impresora, el equipo de video, el microondas, televisión por cable, el disco compacto y el disquete. Artículos "esenciales" a los que luego se sumaría la banda ancha.

Mientras ahora algunos reclaman que no estén considerados la tintura para el pelo, cremas y accesorios de belleza, artículos de depilación y de estética corporal, otros lo hacen porque los artículos deportivos quedaron bloqueados en las góndolas de los supermercados, junto a la ropa y calzado.

Pese a estas demandas, la lista de lo que se puede adquirir es bastante larga, quizás porque tiene que ver más con no perjudicar a las empresas que los producen que con afectar nuestra forma de vida. Pues, si hay algo que nos ha enseñado esta pandemia, es que lo esencial, ahora que hemos estado tan cerca de la muerte, tiene que ver con otras cosas, muchas de ellas inmateriales que, por comunes, dimos como obvias sin saber valorarlas: un abrazo, una reunión familiar o un café con un amigo. 2

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