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Congreso bananero

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Lo que hacen Jiles, Schalper y varios otros es precisamente banalizar, convertir en trivial e insustancial una institución que, por su relevancia, debiera mantener una seriedad y legitimidad a toda prueba".

El ambiente ya había quedado alterado, cuando aprovechándose de la tribuna que le da el Congreso, la diputada del Partido Humanista, Pamela Jiles, decidió responder groseramente a los emplazamientos de su par de RN Diego Schalper, quien la había instado a inhabilitarse en la votación para establecer una franja electoral destinada a candidatos a gobernador, debido a que su esposo, Pablo Maltés, aspira a ese cargo en la Región Metropolitana.

Las risas abundaron luego de que Jiles decidiera -en un lenguaje más propio de un circo que de una institución de la República- tildarlo de "diputado candado chino Schalper", a quien además acusó de ser poco hombre. Pero no solo hubo sonrisas ante tal mediática y banal aparición. Luego, el propio aludido acusó sexismo en las palabras de la parlamentaria y se quejó largamente ante los medios por el trato sufrido.

Esta semana, el "chacreo" del mundo político continuó, en esta especie de teleserie, en la que a ratos vemos vistosas plumas paseándose por el hemiciclo, bailes exóticos y otras manifestaciones ridículas. Y fue el propio esposo de Jiles, el autodenominado "abuelo" quien nos deleitó con sesudas explicaciones respecto de por qué el hecho de que la "abuela" sea parlamentaria y constantemente esté haciéndole la campaña a gobernador, no es un acto de nepotismo.

Y su aclaración fue de lo más telenovelesco. Gracias a su aparición en un matinal, todos los chilenos pudimos enterarnos de que no hay "ningún tipo" de favoritismo ni parcialidad, por cuanto "somos pareja, pero hay que decir que tenemos, para que no haya conflicto de nepotismo, una abstinencia ya de tres años. Y la vamos a mantener".

El impacto inmediatamente se hizo patente y las redes sociales comenzaron a hervir, entre la risa y la molestia, sobre todo cuando el periodista le pregunta a qué se refiere (por si no había quedado claro) y él, suelto de cuerpo, responde: "Abstinencia sexual". Así, en una cuña de 51 segundos, todo Chile pudo enterarse de la ausente vida sexual de la pareja Jiles-Maltés.

Entre medio, pasó "colado" el propio Schalper, quien tildó a la diputada PC Carmen Hertz -otrora reconocida abogada de DD.HH.- de Gazú, comparándola con el marciano verde que se le aparecía a Pedro Picapiedra y lo guiaba, así como, según el parlamentario, su par comunista era un poder en las sombras en la comisión de derechos humanos.

Lamentablemente, ejemplos hay muchos. Incluso otros más antiguos, como el PS Fidel Espinoza, calificando de "imbécil" a la entonces ministra vocera, Cecilia Pérez, o el UDI Ignacio Urrutia cuando dijo que el entonces secretario de Estado, su correligionario Andrés Chadwick, "vale callampa" o que los exiliados eran "terroristas".

La RAE define la palabra chacrear como "hacer que se pierda el carácter propio de una situación" y eso es lo que está ocurriendo, ya hace algunos años con el Parlamento. Tratándose de una institución que debe definir los destinos de todo un país a partir de la discusión profunda de la legislación que obliga a todos y todas, se esperaría que los parlamentarios y parlamentarias se comportaran con cierta altura de miras.

Pero lo que hacen Jiles, Schalper y varios otros es precisamente banalizar, convertir en trivial e insustancial una institución que, por su relevancia, debiera mantener una seriedad y legitimidad a toda prueba. Y eso es precisamente lo que este chacreo produce: el Parlamento ha dejado de ser una entidad respetada o siquiera relevante. No es menor que en algunas encuestas, la aprobación del Congreso apenas alcance, como mucho, un 5%.

Pero la vergüenza ajena que producen estas performances no se queda ahí. Aunque parezca mentira, mientras Jiles tilda groseramente a su par de RN y Maltés explica cómo es la vida sexual con su esposa diputada, aparecen encuestas que la elevan como una de las precandidatas presidenciales mejor aspectadas, junto a Joaquín Lavín. De hecho, en la última Cadem, Jiles junto al edil de Las Condes y la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, son los únicos que aparecen en el cuadrante de mayor conocimiento y mejor aprobación.

Asimismo, la autodenominada "abuela" aparece con un 20% en primera mención ante la pregunta "si las elecciones fueran este domingo, ¿por cuál de los siguientes candidatos votaría?". Y supera a todos los postulantes de la derecha con los que se la mide.

La pregunta que queda en el aire es cuán bananeros queremos ser. Porque si lo que deseamos es un país cuya Presidencia sea tan trivial o banalizada como lo es hoy el Congreso, a lo mejor hay que cerrar la puerta por fuera. 2

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Desastre financiero de Valparaíso

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De la época de los años 30 a esta parte, lamentablemente, pareciéramos estar inmersos en círculos viciosos de decadencia que se han agravado por malos alcaldes, los hechos ocurridos a partir del 18 de octubre de 2019 y, ahora último, por la pandemia".

Aunque el título de esta columna podría calzar con las noticias que hemos conocido esta semana respecto al déficit de la Municipalidad de Valparaíso, corresponde, en realidad, a una obra que publicó el destacado periodista del diario La Unión de Valparaíso, Roberto Hernández Cornejo, hace casi ochenta años, que se me vino a la cabeza a raíz de estas últimas noticias.

Aquí se reunían una serie de artículos en los que hacía un examen de la situación financiera de la comuna bajo la administración del alcalde Abelardo Contreras durante los años 1940 y 1943.

Decía Hernández: "Quien gasta, no en relación a sus entradas propias, sino excediéndose por sistema al nivel de los medios económicos disponibles, quien dedica fastuosamente la totalidad de sus entradas a satisfacer sus compromisos que son un lujo, en tanto que deja pendiente los gastos más esenciales y urgentes; quien, en suma, no hace un prorrateo inteligente de los fondos que dispone para una administración que debe atender los subsidios del vecindario, marcha a paso rápido a un quebranto irreparable".

El problema, explicaba este autor, era que la Municipalidad de ese entonces tenía un cálculo de entradas por veinte millones, "en tanto que el solo capítulo de los sueldos y jornales de la Municipalidad sumaba ya otros veinte millones!". Se trata de cifras irrisorias en comparación con lo que nos toca ver hoy, pero que dan cuenta de desorden, deudas y problemas en el puerto, en lo que pareciera ser una constante: "A la verdad, las soluciones del señor Alcalde, nunca se enderezaron al justo equilibrio de los gastos con las entradas".

El periodista acusaba a Contreras de ocupar las contribuciones para: "el pago de un personal fantástico, reclutado no para satisfacer las necesidades verdaderas sino para servir a la clientela política y electoral de los que tienen la sartén por el mango".

Las soluciones, en tanto, apuntaban a hacer de esta ciudad, un lugar atractivo, sin la carga tributaria que ahogaba a los vecinos y a las empresas: "El punto primario de toda defensa bien orientada de Valparaíso debería consistir en ofrecer las mayores facilidades para la población, por el menor costo de vida y la economía en los principales servicios administrativos y demás".

Aunque el título de la obra de Hernández era el principal tema del libro, hay otras historias que se cuelan y que le dan a esta publicación un carácter más ameno y fresco, en comparación con la larga lista de antecedentes relacionados con los problemas financieros de la Municipalidad de Valparaíso.

Uno de ellos, la pelea entre un regidor socialista y el alcalde que terminó con el primero lanzando un cenicero de metal y un libro al segundo, con mala suerte de un tercero que, sin tener arte ni parte, recibió el libro en su calva reluciente. A la pelea se agregaron una serie de injurias del concejal a la máxima autoridad edilicia a quien acusó de ser un "amparador de ladrones". Hernández desarrolla, en torno a este enfrentamiento, una serie de digresiones que van desde el tamaño del libro que se lanzó hasta qué se entiende por ladrón, tomando en cuenta que se trataba de una apellido común en España y que la misma Municipalidad tenía, entre sus regidores, a un Ladrón, pero de Guevara.

Otro de los capítulos está dedicado a la fundación de Valparaíso o, mejor dicho, la no fundación del Puerto, pese al intento forzado de algunos por fijar una fecha.

Asimismo dedica unas páginas a la historia de la estatua del palacio de justicia que, para curiosidad de muchos, figura sin los ojos vendados. El mito dice que había sido donada por un litigante molesto en respuesta a una sentencia que consideró injusta. También se decía que había sido traída luego de la ocupación de Lima. Sin embargo, Hernández despeja la leyenda relatando que la estatua fue inaugurada bajo la intendencia de Francisco Echaurren Huidobro, el 20 de agosto de 1876, tres años antes de la guerra. Se trata de una copia fundida de la diosa Themis que se distinguió por su amor a la justicia y que, entre sus virtudes, tenía el don de ver el futuro, por lo que necesitaba tener la vista despejada.

En fin, leer las crónicas de Hernández es viajar en el tiempo hacia el pasado de Valparaíso. No al de aquellos años gloriosos del siglo XIX, sino al inicio del ocaso del viejo "Pancho" en 1930. De esa época a esta parte, lamentablemente, pareciéramos estar inmersos en círculos viciosos de decadencia que se han agravado por malos alcaldes, los hechos ocurridos a partir del 18 de octubre de 2019 y, ahora último, por la pandemia. De ahí que esta compilación de Roberto Hernández, como señala al inicio de su obra, "no ha perdido un ápice de actualidad". 2

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