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LA TRIBUNA DEL LECTOR

El problema de Viña es Valparaíso

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En reciente artículo, un grupo de viñamarinos, en el que figura un candidato en las próximas elecciones, nos habla de la Viña del Mar que soñamos. Hacen notar que hace ya cuatro años nuestra ciudad dejó de encabezar el ranking nacional de la mejor ciudad chilena donde vivir, trabajar, visitar y estudiar, lo cual no sería tan grave si ello se debiera solo al esfuerzo de otra ciudad -en este caso, Valdivia- para ganarse ese lugar. Pero, al menos en parte importante, Viña ha cedido ese lugar por un evidente desplome en su calidad de ciudad. Como se previno en su momento, el severo déficit con que terminaron las cuentas municipales el año 2017 no pudo ser superado con mayores ingresos, por lo cual su existencia se camufló trasladándolo a obras y servicios. Son éstas las que ahora son deficitarias, provocando una notoria pérdida en la calidad de vida de la ciudad.

Pero en Viña del Mar hay un problema mucho más grave, al lado del cual este que comentamos, producto de la inoperancia alcaldicia, palidece. Sucede que, del total del presupuesto municipal, más de un tercio proviene de los ingresos que proporciona el Casino de juegos. Es decir, no son recursos que la ciudad produzca, sino son un regalo que todo Chile nos hace: por décadas la ley reservó el monopolio absoluto del juego a este Casino; después, dispuso que lo compartiera con otras siete ciudades tan lejanas que nunca afectaron sus ingresos. Solo hace unos pocos años se regularizó la situación de los casinos de juego, permitiendo la creación de una quincena de casinos nuevos. Pero Viña del Mar no ha perdido la propiedad sobre el suyo, que le sigue entregando en exclusividad los recursos que él recauda. Y, a pesar de este apoyo, se produjo el déficit que comentamos, doblemente escandaloso, por lo tanto.

Nunca pensamos que el Casino podía fallar: mientras Santiago proveyera de jugadores empedernidos, Viña del Mar tenía asegurado su futuro. Pero, la pandemia ha echado a perder todos los cálculos. El cierre obligado del Casino durante ya más de un año golpea duramente nuestras finanzas y pone de relieve un hecho fundamental: nuestra ciudad ha vivido de prestado durante décadas, lo cual muestra que esta ciudad carece de vitalidad propia para sostenerse a sí misma. Ha necesitado de una muleta, que es el Casino. Sin embargo, hay más: el otro gran apoyo a la sustentabilidad de la ciudad lo proporciona el numeroso contingente de turistas y visitantes que recibimos todas las semanas, a veces durante meses. Viña del Mar se ha convertido en la ciudad de la segunda vivienda, mayoritariamente de familias santiaguinas. Por eso, no podemos hacernos grandes ilusiones cuando vemos los centenares de nuevos edificios que han brotado entre nosotros, la mayoría de ellos de departamentos que permanecen mucho tiempo vacíos y cuyos moradores, cuando los tienen, no hacen vida de ciudad, sino de balneario. Vida de prestado. También la pandemia golpea duramente esta fuente de ingresos al vedar ahora a esos turistas y visitantes que concurran a Viña del Mar.

El problema de Viña del Mar queda así a la vista: el de su sustentabilidad como ciudad. Vivimos de prestado con todos los riesgos que ello implica y que ahora experimentamos de manera muy dolorosa cuando tantos de nuestros vecinos han perdido sus empleos, se han visto obligados a emigrar o a refugiarse en campamentos faltos de los servicios más básicos.

Pero Viña del Mar no ha sido siempre una ciudad dependiente. El auge viñamarino, aquel que durante el cual se tejió la leyenda de su belle époque, marcada por la elegancia, el refinamiento y hasta una cierta dosis de lujo, fue producto de una fortaleza cuya base no le era enteramente ajena. Fue la época en que Viña del Mar hacía parte de una sola ciudad con Valparaíso. En este residía una enorme actividad de cuyos agentes ella era el lugar de residencia. Viña del Mar fue independiente cuando con Valparaíso, a pesar de ser comunas distintas, hacía una sola unidad. Cuando Valparaíso comenzó su desplome a partir de 1930 como consecuencia del cierre del país al comercio exterior, dejando a los puertos sin razón de ser, Viña del Mar también siguió su suerte.

Pero fue ahí cuando esos dos factores externos como el casino y el turismo le permitieron sobrevivir a la agonía de su vecino, aunque en forma muy precaria y frágil como ha quedado en evidencia en estos últimos dos años. El desafío que encara Viña del Mar es claramente el de ser sustentable por sí misma y eso no lo va lograr, una vez más, sino estrechamente unida a Valparaíso. Viña del Mar tuvo peso propio cuando se asoció con un Valparaíso que era una ciudad empresarial enfocada en los temas portuarios y de comercio exterior.

Hace ya 45 años que Chile se reabrió al comercio exterior y la actividad portuaria comenzó un repunte notable que ahora incluso exige una ampliación sustantiva del puerto. Pero las actividades empresariales que ese comercio y esa actividad han hecho brotar no han regresado a Valparaíso. Es la tarea que tenemos pendiente como país: una descentralización que no se quede solo en el sector público, sino que abarque de manera sustantiva al sector privado.

Pero, entretanto, hay mucho que hacer. La destrucción a la cual ha sido sometido Valparaíso por las malas administraciones municipales de los últimos treinta años debe cesar y debe comenzar la reconstrucción de esa ciudad, tarea en la cual Viña del Mar tiene mucho que decir y que hacer. Desde luego, formar con el puerto un frente unido en materia patrimonial y turística.

Pero lo primero es darse cuenta dónde está la tarea: sin Valparaíso no habrá nunca una Viña del Mar que merezca llamarse ciudad propiamente tal.

Por gonzalo ibáñez santa maría