Secciones

El origen de un miedo

E-mail Compartir

Sucedió en la víspera del siglo XX. Una novela, en apariencia simple y centrada en un género literario tan nuevo que ni siquiera tenía nombre, llegó para mellar la tranquilidad de un mundo que se ufanaba de sus logros y la suficiencia del imperio más grande que ha conocido la civilización.

"En los últimos años del siglo XIX nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él", escribe Herbert George Wells en el párrafo inicial de "La guerra de los mundos", la primera invasión extraterrestre de la historia de la literatura.

La trama se inicia en el cielo, en ese planeta rojo que los humanos llevan milenios contemplando con curiosidad. Desde diversos lugares del mundo, los astrónomos comienzan a observar llamativas explosiones en la superficie de Marte. Nadie encuentra explicación para el fenómeno, que se atribuye a volcanes o al clima del cuarto planeta.

La respuesta llegará algunas semanas después, cuando una serie de cilindros metálicos comienza a impactar en diversos puntos de, era que no, Inglaterra.

Del cráter en que se ha precipitado uno de los cilindros sale un humo verdoso y ruidos fuertes, como de maquinarias en acción. Una delegación de vecinos de un tranquilo pueblo inglés se acerca y hasta llevan una bandera blanca, pero los marcianos tienen otros planes: un "rayo calórico" achicharra en un santiamén al grupo de ingenuos y luego de eso los extraterrestres se dedican en forma metódica a lo que vinieron: la conquista del mundo a bordo de enormes y casi invencibles trípodes artillados.

A lo largo de estos pasajes, Wells despliega un talento impresionante para transmitirnos el asombro y, luego, el horror de estar en presencia de algo desconocido y temible. El concepto "alienígena" de los marcianos impregna todo: sus maquinarias, la forma de sus cuerpos, cómo se alimentan y, sobre todo, el estar en presencia de una inteligencia y determinación que no son de este mundo.

Los pequeños pueblos y las formaciones militares de distinta envergadura caen uno tras otro ante el avance marciano que, finalmente, se dirige a Londres, en lo que tal vez sea la mejor parte de la novela de Wells. "Era estudiante de Medicina y se preparaba para un examen, motivo por el cual no se enteró de la llegada de los visitantes del espacio hasta el sábado por la mañana", nos cuenta el narrador al referirse a la situación de su hermano. Un estado que refleja el talante de los cinco millones de habitantes de la ciudad, la más grande del mundo en aquel tiempo, que a lo largo de ese fin de semana pasan de los rumores a las noticias fragmentarias en la prensa, para amanecer el lunes con la máquina de guerra marciana a las puertas. Se suceden el horror y luego el caos, mientras un río humano intenta abandonar la urbe asediada. Por las calles, mientras una "rugiente ola de miedo" se desata, los vendedores de periódicos vocean las novedades de la catástrofe y las ofrecen por seis peniques. Desaparecen los buenos modales y la ley y al final, solo quedan sobrevivientes desesperados vagando por los caminos y subsistiendo de cualquier forma, perseguidos a cada momento por los invasores, que no dudan en recurrir a las armas químicas.

El narrador, un hombre de letras que tiene la dudosa suerte de mirar de cerca a los atacantes, nos cuenta todo con rigor y precisión, aunque sin ocultar todos los avatares que sufre en su propia vida. Incluso, se permite algunas reflexiones sobre la biología de los extraterrestres, comparando los caminos diferentes que siguió la evolución en ambos planetas. No en vano, Darwin había publicado "El origen de las especies" en 1859.

Aunque el final de "La guerra de los mundos" es de sobra conocido, no nos extenderemos en esa dirección. Baste con decir que Wells despliega en él sus conocimientos científicos y sus abundantes habilidades especulativas para encontrar una solución que suena tremendamente moderna en los días que corren y que da una prueba más de la vigencia de su obra.

Junto con Julio Verne, Wells es considerado el gran promotor de la ciencia ficción, aunque tiene una enorme diferencia con el francés: su mirada es oscura a la hora de aquilatar los avances de la ciencia y lo que puede salir de ellos. Para ejemplificarlo, basta con mirar sus cuatro mayores obras, publicadas en años consecutivos: "La máquina del tiempo" (1895), "La isla del doctor Moreau" (1896), "El Hombre invisible" (1897) y "La Guerra de los mundos" (1898). En sus historias, el mayor conocimiento no resulta necesariamente en cosas buenas y, de hecho, un gran científico puede ser un gran demente. Para qué hablar de su mirada absolutamente desconfiada del espacio: puede albergar conocimientos impresionantes, pero también el mayor de los peligros, una pulsión que resuena todavía en obras tan modernas como "El problema de los tres cuerpos" (2006), del escritor chino Cixin Liu.

La visión de Wells todavía parece alcanzarnos, más de 120 años después de "La guerra de los mundos".

Y una cosa es cierta más allá de toda duda. Nunca pudimos volver a mirar a las estrellas de la misma forma.

Título: "La Guerra de los mundos" Autor: H.G. Wells Editorial: Penguin clásicos Extensión: 220 páginas Venta: En librerías y sitios como Buscalibre.cl

por shogun