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Monumentos, poetas y caballos

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Don Manuel Pardo Correa es el único alcalde de Viña del Mar que es recordado con un monumento. Jefe comunal entre 1904 y 1905, era militante radical, masón importante en alguna logia, fundador de la fenecida Bolsa de Corredores y editor del diario El Heraldo.

Impulsó en Viña del Mar diversas obras de beneficencia y se supone, es una teoría, contrató como secretario municipal a Carlos Pezoa Véliz quizás como recompensa tras su exitosa campaña en la que el poeta participaba escribiendo artículos sobre los méritos de don Manuel en la prensa local. Entre ambos existían indudables coincidencias progresistas.

Y en su condición de editor del diario El Heraldo, que circuló en Valparaíso con diversas interrupciones hasta 1953, acogió en 1887 a otro poeta, integrante de las grandes ligas, Rubén Darío. El mismo Darío nos cuenta como allí cobró su primer sueldo. Se lo pagó don Enrique Valdés Vergara, una calle por ahí lo recuerda, quien le recomendó comprar un abrigo, consejo que le costó 85 pesos, la mitad de ese primer sueldo. Bueno, esa es una historia conocida.

El monumento a este alcalde de principios del siglo pasado subsiste, pero es ignorado. Está en el acceso nororiente al puente Casino, oculto por alguna vegetación y se trata de un abrevadero destinado a saciar la sed de los caballos de las victorias.

El nombre del alcalde está en la parte superior del abrevadero, de donde debía brotar el agua que caía en una pileta en la que bebían los animales. El nombre del alcalde está inscrito en el hormigón con una tipografía art déco denominada Broadway, propia de los años 20 del siglo pasado.

Una fuente donde toman agua los caballos es un curioso homenaje a la memoria de un alcalde. Podría ser hasta una venganza política o un reconocimiento a quien se ocupaba del buen trato a los animales. Como sea, ahí está, sin agua, convertido en una jardinera con vegetación desfalleciente y, por cierto, sin caballos pues las victorias desaparecieron tras una lacrimosa campaña de buenas personas protectoras de los animales que terminó con una tradición viñamarina que no era excepción, pues coches turísticos tirados por caballos abundan en los cuatro puntos cardinales y en importantes ciudades del primer mundo.

En Viña del Mar, al fondo de la desaparecida calle Bonn había otro de estos abrevadores y en Valparaíso varios por disposición municipal, velando por el buen pasar de los equinos, medio de tracción tradicional de nuestro país.

En esto de proteger a los animales pienso yo en los enclaustrados perritos de los departamentos y piense usted en los caballos de carrera, esos que cruzan el disco triunfal al que cantaba Gardel.

Se argumentó diciendo que sufrían maltrato, lo que era cierto pero controlable, y que alteraban el tránsito y eran peligrosos. Más peligrosos son ciertos ciclistas que circulan a gran velocidad por las veredas amparados en una autoasignada superioridad moral…

Si quiere usted ver ese curioso monumento medio perdido ahí está, a la disposición del observador en estos tiempos de pandemia y de cuarentenas acotadas que permiten dedicarse, andando a pie, a descubrir piezas de arqueología urbana expuestas al riesgo permanente de la picota del progreso.

Inseparables

Y quedémonos en los caballos que han sido pieza fundamental del transporte en nuestro país, partiendo por los campos, compañeros inseparables "desde patrón a inquilino", como dice la tonada. Y también los tenemos como fuerza motriz, HP, horse power, en carruajes de todo tipo que unían las ciudades de nuestra dilatada geografía y también como precursores del transporte urbano en los tranvías llamados "de sangre" que circularon en Valparaíso hasta principios del siglo pasado. Enormes percherones tiraban los carros de los bomberos hasta entrado el siglo pasado, los que también son evocados en alguna prosa de Darío con sus recuerdos porteños.

En el mismo puerto principal, hasta los años 70 del siglo XX, parte del transporte de carga se hacía en carros de cuatro ruedas llamados golondrinas y hasta esa época la Municipalidad, compasiva, mantenía un abrevadero en la esquina de la calle Guillermo Rawson con Yungay, frente al Mercado El Cardonal, donde, precisamente, llegaban esos carretones con mercaderías.

La presencia de los caballos a lo largo de nuestra historia, desde batallas hasta celebraciones diversas pasando por el deporte y la vida diaria, ha sido un tema dominante en el arte.

Mochi, Rugendas, Helsby, Latanzzi, Ramos Catalán, Morales Jordán o el maestro Juan Francisco González han consagrado la estampa de esos nobles animales en variadas circunstancias, siempre en esa estrecha vinculación con su jinete que, al final del día, más que amo es un amigo, claro que a veces un mal amigo.

Esa relación, hoy sepultada, desconocida, aparece, como resto arqueológico de una cultura, cercana en el tiempo, pero olvidada, en ese abrevadero viñamarino ya sin agua y también sin caballos que puedan beberla.

por segismundo