¿Dónde era que estaba el arco rival?
En la segunda parte de los años 80, un esmirriado boxeador intentaba abrirse paso en las veladas pugilísticas donde el nombre más estelar era el de Cardenio Ulloa. El hombre en cuestión era un habitual peso mosca que recibió rápidamente el apodo de El Maquillador. Allí Gálvez, quien varios años después se consagraría campeón del mundo de la desconocida UBA, era un perfecto preliminarista: buena técnica de golpeo, defensa correcta y casi siempre dueño del centro del ring. Solo tenía un defecto, muy importante para el deporte de los puños, y que le dio origen a su sobrenombre: no tenía golpe de nocáut. Sin potencia en sus manos, le costó muchísimo doblegar a rivales empinados o de su mismo nivel.
Este recuerdo de Allí Galvez se viene a la mente con el presente que vive la Roja. No solo en la Copa América, sino lo que viene mostrando desde ya hace un tiempo largo. Un equipo que muestra aplomo por largos pasajes de los partidos, que incluso se planta mano a mano con casi todos los rivales continentales, pero al que cuesta muchísimo ganar. Y no sólo eso, sino que esto se agrava ante una falta de gol dramática, pese a tener en sus filas a los dos máximos goleadores históricos.
Los números son reveladores a la hora de examinar la pérdida de voracidad ofensiva de la Roja en los últimos seis años. Si tomamos en cuenta los últimos 37 partidos oficiales de la Selección frente a rivales sudamericanos, que son en definitiva con quienes define su clasificación a un Mundial o su ubicación en el certamen continental, solo ganó en 10. Esto se torna más oscuro si vemos que hubo 12 empates y 15 derrotas. Es decir, apenas 42 puntos en 111 disputados. Números que obviamente no permitirían soñar con Qatar.
La decadencia de la Roja post Jorge Sampaoli es evidente, aunque en este registro tan negativo se incluyen los últimos dos partidos dirigidos por el casildense (ante Colombia y Uruguay). "Este camarín se hizo ingobernable", "no hay jugadores para hacer el recambio necesario", solía repetir el técnico argentino en charlas privadas con periodistas, a modo de justificar su íntimo deseo de abandonar cuanto antes el barco, que a su juicio ya mostraba síntomas de hundimiento por ese entonces. El tiempo pareció darle en cierto modo la razón, sobre todo desde el punto de vista futbolistico, aunque tampoco falló su diagnóstico disciplinario. Hoy Chile es el sexto equipo en rendimiento, en goles a favor y en contra de Sudamérica, si consideramos los últimos 37 partidos oficiales. Es decir, números que no dan para ilusionarse siquiera con el repechaje.
Esta historia se agudiza si sólo tomamos el inicio de las clasificatorias a Qatar y la participacion en la presente Copa América. La Roja solo ganó 2 partidos de 10 y apenas anotó 11 goles. Y lo que es más preocupante en esta estadística es que, salvo el partido ante Bolivia en San Carlos de Apoquindo, no mereció ganar ningún otro. Y por ahí sí debimos perder alguno más, sobre todo ante Argentina.
¿Es culpa de Lasarte esta crisis goleadora? En absoluto. Es algo que se viene advirtiendo desde que Chile se adjudicó la Copa Centenario. Por ejemplo, desde esa conquista, la Roja sólo convirtió en dos oportunidades más de 2 goles ante rivales sudamericanos (Uruguay, en noviembre de 2016; y Venezuela, en marzo de 2017). Lo que sucedió ante Paraguay es la muestra más palpable de esta sensación de que los jugadores no tienen las herramientas futbolísticas para torcer el destino dentro de un partido. Ahí sí que Machete tiene buena parte de responsabilidad, porque hasta ahora no encuentra soluciones.
La Roja dejó, quizás sin darnos cuenta, de ser un equipo temible para los rivales. Y el empecinamiento de aferrarnos a una generación incombustible, pero a esta altura sin golpe de nocáut, cegó el análisis en los últimos años, creyendo que siempre nos iba a salvar alguno de los superhéroes de las Copas América que supieron alzar. Hoy, esos mismos jugadores son uno más dentro del concierto continental y no marcan diferencias como antaño. Todo les cuesta el doble para hacer daño en área rival. Como Allí Gálvez, la Selección se defiende con orden, tira uno que otro puñetazo, pero a la hora de doblar al rival no tiene ese poder de fuego de antaño. Y en el fútbol, como en el boxeo, sin golpe de nocáut no se llega a la meta.
por cristián caamaño,
comentarista de espn
y radio agricultura