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En el país de Nomeacuerdo

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No es un gran cliché -aunque suene a tal- decir que el país se juega mucho de su futuro (y, por qué no, también de su pasado) en las elecciones primarias de hoy, las cuales sorprendentemente (y más por errores propios que ajenos) no tienen a los partidos basales del conglomerado que rigió los destinos de Chile durante buena parte de los últimos treinta años como protagonistas.

¿Será acaso aquella vieja y eterna disputa de antaño entre conformistas y autoflagelantes la que acabó con la que tal vez sea la más exitosa alianza política de nuestra historia? ¿O fue la gazmoñería tan propia de nuestra idiosincrasia la que terminó por convencer a muchos de los electores de que las últimas tres décadas fueron nada más que improductivos pasos de cangrejo?

¿Cómo entender lo que pasó aquella noche del 19 de mayo en las oficinas del Servel, cuando con la excepción de un porfiado Carlos Maldonado, la ex Concertación se restó de la única batalla que debía dar después del ninguneo de sus "socios"?

La dificultad para comprenderlo radica, creo, en la necesaria reflexión que no nos ha permitido la inmediatez de las demandas y el vértigo de las redes sociales. Ni siquiera alcanzamos a enterarnos de la detención de un par de constituyentes, cuando ya han sido liberados y todas las miradas se ciernen sobre el vicepresidente de la Convención que intentó mediar por ellos.

¿Qué es, entonces, lo que nos falta? ¿Revistas políticas, pinturas, literatura, novelas, obras de teatro, más murales de Mon Laferte o presentaciones de 31 Minutos?

A mi juicio, una de las grandes virtudes de la cultura y el arte es su capacidad de poner en un espejo el reflejo de la sociedad, ese signo de los tiempos, el zeitgeist que le llaman los centroeuropeos, en el cual podemos observar nuestras falencias y virtudes con algo de templanza.

Uno de los más entrañables ejemplos latinoamericanos debe ser el de La Historia Oficial, cinta dirigida por Luis Puenzo ya en tiempos de Raúl Alfonsín, protagonizada por Norma Aleandro y Héctor Alterio, y ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera en el año 1986, la cual fue capaz de mostrar al mundo -sin ambages ni remilgos- la cruda verdad de las adopciones ilegales durante la dictadura argentina, no desde el punto de vista de las víctimas, sino que desde el de la contraparte: el de una mujer sumida en un mar de dudas por el incierto origen de su hija adoptiva y los extraños negocios de su marido con el régimen militar.

Y son precisamente sus detalles los que te llevan a a pensar en el nunca más. Detalles como el de la banda sonora encabezada por la compositora, poetisa y cantante trasandina María Elena Walsh, con su clásico infantil "En el país de Nomeacuerdo", cantado al inicio y al cierre de la película por Gaby, la pequeña que simboliza el conflicto principal de la historia y a quien denodadamente buscan las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo.

En el país de Nomeacuerdo

Doy tres pasitos y me pierdo

Un pasito para allí, no recuerdo si lo di

Un pasito para allá, ay, qué miedo que me da

En el país de Nomeacuerdo

Doy tres pasitos y me pierdo

Un pasito para atrás y no doy ninguno más

Porque yo ya me olvidé dónde puse el otro pie.

La historia, como bien juzga la película de Puenzo recientemente restaurada y reestrenada en Netflix, no puede ser reescrita al gusto del candidato de turno, como tampoco debe ser omitido aquello que no nos gusta. Es cierto: todo envejece mal. Y que lo diga Benítez, el hoy insufrible profesor cool de La Historia Oficial encarnado por el chileno Patricio Contreras, también dueño de uno de los monólogos más celebrados del cine chileno en Sexo con Amor o su escena hot con Gloria Laso en La Frontera.

¿En serio envejecieron tan mal nuestro país y nuestros últimos treinta años?

Se da el extraño caso de que la primaria de Chile Vamos reúne a cuatro exministros de Sebastián Piñera, acaso el Presidente más rechazado de nuestra historia reciente, y Apruebo Dignidad enfrenta a un candidato del Partido Comunista, hoy víctima de sus propios yerros y de aquella particular sincronía de un estallido social en las calles de Cuba; y a un exlíder estudiantil que asoma más maduro pero tan contradictorio como antes del abandono de los suyos. Todo, bajo el contexto de una Convención Constitucional de farragoso arranque y funerales con guardias armados.

¿Qué ocurrirá? Quién puede saberlo. Hoy por la noche tendremos dos nombres a los cuales se debieran oponer en el corto plazo los de la esquiva senadora Provoste, Narváez, José Antonio Kast, el insistente Eduardo Artés y algún otro enarbolado por la Lista del Pueblo (¿el alcalde Sharp, tal vez una mujer, o el profesor de Purén, Diego Ancalao?)

A diferencia de La Historia Oficial, esta película ya la vi hace cincuenta años y no creo necesario restaurarla.

¿Será en serio que no nos acordamos de nada?

por don milton