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Job y el problema del mal

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¿Por qué se castiga al hombre justo? Esa parece ser la pregunta fundamental que atraviesa el Libro de Job, uno de los cinco libros sapienciales, líricos y metafóricos del Antiguo Testamento, junto con Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares de Salomón. Algunos han propuesto que el filum ariadnae del Libro no es el castigo de los justos, rectos y respetuosos de la voluntad divina, sino la posibilidad de comunicación entre el ser humano y Dios, o también "cómo" sufrimos los humanos, en lugar de preguntarnos sobre el porqué. Desde nuestro punto de vista, el Libro de Job, que la tradición atribuye a Moisés (aunque su autoría no está clara), está relacionado, en un ejercicio moderno de intertextualidad, con el Salmo 73: 12: "He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas" (Antiguo Testamento, Reina Valera, 1960).

Es decir, la pregunta esencial de Job no es la causa ni la forma en que sufren los justos, sino por qué los impíos, malvados e injustos parecen prevalecer, imponerse e, incluso, prosperar en un mundo de indecible sufrimiento, muchas veces inexplicable y desproporcionado. ¿Por qué prospera el mal? ¿Es que acaso a Dios no le interesa el sufrimiento humano?

Unos 300 años antes de Cristo, Epicuro planteó este problema bajo la forma de una paradoja o, más bien, un dilema: a) Dios es omnipotente, pero no desea acabar con el mal en el mundo; b) Dios es benévolo y quiere poner fin a nuestro sufrimiento, pero no puede. En el primer caso, es malvado; en el segundo, no es omnipotente. En ambas situaciones, por definición no puede ser Dios. Ergo, Dios no existe.

La manera tradicional de escapar al problema es apelar al libre albedrío, pero los contraejemplos son demasiado numerosos: los niños pequeños, los enfermos mentales y los psicópatas morales no parecen tener libre albedrío. De ahí que la respuesta contemporánea, encarnada en filósofos analíticos como William Craig y Alvin Plantinga, consiste en diferenciar el problema "emotivo" y el problema "intelectual" del mal. El primero es relevante, pero se pone en suspenso por mor de la discusión racional. Así, la perspectiva intelectual diferencia entre la versión lógica del problema (Dios es omnipotente en el sentido de que puede todo lo lógicamente posible) y la versión probabilística (Dios es omnisciente y sabe cosas que nosotros, diminutas gotas de agua en un mar inmenso, no alcanzamos a dimensionar).

No es mi intención profundizar en este asunto, sino relevar una pregunta olvidada: ¿cómo enfrentamos el mal en el mundo? La pandemia, por ejemplo, no depende de nosotros, pero sí nuestra actitud ante ella: no estamos obligados a mostrarnos siempre fuertes y poderosos, la tiranía de la "happycracia" debe dar espacio para conectarnos con nuestras emociones, miedos y penas. No siempre estaremos contentos y esperanzados, y es sano entender que a veces la felicidad completa no es posible.

por fernán rioseco

académico filosofía uv