En medio de la nada
Una verdadera ironía se nos deja de manifiesto cuando nos toca en las denominadas bellas artes apreciar la recreación de situaciones tristes, duras o lúgubres, incluso hasta las consideradas feas, pero lo genial está en cómo se logra dar siempre belleza a algo que más bien uno pudiera pensar que no la tiene.
Lo anterior nos demuestra que no siempre las cosas son como parecen, que se puede encontrar belleza donde pareciera no haberla; o quizás se trata de paciencia y esperar a que, como dice el refrán del campo, "dejen que el membrillo bote el pelillo", y tras esa prudente espera podamos encontrar el brillo, la luz y la ensoñación de la belleza, que siempre aguarda en una esquina de la mirada.
En esta obra que ilustra esta crónica, "La balsa de la medusa" (Le radeau de la mèduse), que fue pintada por Theòdore Gèricualt entre 1818 y 1819 y es una clara muestra del denominado romanticismo francés, podemos encontrar, a mi parecer, la curiosidad de lo feo hecho bonito. Digo feo no por la obra, sino por las circunstancias ahí puestas de manifiesto, aunque mejor sería decir dramáticas. Se trata del naufragio de la embarcación llamada "Méduse", en 1816, frente a las costas de Mauritania, y cuyos 150 sobrevivientes se refugiaron en esta balsa, la que navegó sin rumbo por 13 días, hasta ser encontrada, pero ya solo con una quincena de seres vivos. Quienes sobrevivieron en esta precaria embarcación debieron soportar durísimas condiciones de hambre, deshidratación, locura y hasta canibalismo. Claramente, no fue un viaje, ciertamente fue más bien una odisea, que de seguro los protagonistas y todos aquellos que escucharon sus relatos, jamás podrán olvidar. El autor quiso ser los más fidedigno posible y para ello se reunió con dos de los sobrevivientes, además de visitar depósitos de muertos y realizar muchos bocetos, antes de darse a la tarea de pintar la obra, que presentó en el salón de París, en 1819, ganando al mismo tiempo elogios como rechazo. Así ha pasado y pasa con la mayoría de las grandes obras de arte por lo demás.
El abandono, el dolor, la desesperanza, la tristeza, una dosis de miseria incluso, son algunas de las circunstancias que podemos apreciar en esta obra. Podemos con facilidad imaginarnos el grado de desesperación (por ello la locura) de quienes iban a bordo, sin destino y al parecer sin luz al final del viaje. La decisión de alimentarse de carne humana, creo que desde que el hombre dejó las cavernas, ha sido más bien un hecho duramente forzado por la necesidad de la sobrevivencia. Ya sabemos de ello por el relato de los sobrevivientes uruguayos en la cordillera de Los Andes, el siglo pasado. Me atrevo a pensar que en esta barca que vemos aquí, tomar la decisión debe haber sido muy complejo, pero de seguro ya no les quedaba más camino, o al menos uno que pudieran vislumbrar.
En su libro "Elogio de la locura" -en rigor, un ensayo- el gran pensador Erasmo de Rotterdam (actualmente en los Países Bajos), plantea que la condición de locura está presente en todo momento en la vida de los seres humanos, como quien dice a la mano, y de seguro en esta horrorosa travesía de la balsa de la "Mèduse" no estuvo exenta de instalarse. Solo imaginarse estar por casi dos semanas en medio de las aguas y sin posible paradero, creo que es razón suficiente para la pérdida de la cordura.
Este relato, pese a ser histórico, nos trae al presente con unas circunstancias que, si bien no son iguales, tienen cierta similitud. Hoy parecemos todos ir en una balsa, cuando menos los que hemos sobrevivido aún de la pandemia. Nos sentimos mucho a la deriva, cuesta ver el puerto, cuesta sentir esperanzas. La crisis de salud mental que experimentamos es sin parangón, de una crudeza brutal, que afecta a grandes y chicos sin distinción, es el camino perfecto a la pérdida de la cordura y la razón. Muchas personas lo están pasando muy mal, tienen hambre, tienen necesidades no suplidas, que sin duda generan dolor, rabia, impotencia, resentimiento y desánimo. Todos hemos naufragado, todos esperamos que nos rescaten, todos anhelamos que sea pronto.
Esta imponente obra de arte que se puede apreciar en el museo del Louvre (París, Francia) nos lleva a plantearnos preguntas elementales, reflexiones determinantes, que también, a su vez, nos ofrecerán respuestas que podrían cambiar nuestro rumbo como individuos y como sociedad.
Siempre el afán de estas crónicas es la posibilidad de la relectura de una obra de arte, generalmente de tiempos pasados, pero con la vigencia propia que siempre tiene el arte y la cultura, esa maravillosa atemporalidad que sirve tanto para reflejar el pasado y aprender a enfrentar el futuro, confiados en que no nos toque zozobrar en esta embarcación llamada vida.
Por rafael torres arredondo,
gestor cultural