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Negrita, respeto y tolerancia

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Adelantándose a condenas de racismo, la gran empresa transnacional cambió de nombre uno de sus productos estrella, la Negrita. Hay que reconocer que las grandes empresas son tales precisamente porque tienen esa capacidad de adelantarse a los tiempos y ubicarse en el lugar correcto.

Para algunos esto puede tener algo de fariseísmo, el arrepentimiento de viejos pecados y proclamar una conversión. Agustín Squella, convencional o convencionista, lo que guste, en una carta a la prensa denuncia el "caso Negrita" como una "sumisión irreflexiva a los lenguajes políticamente correctos, aunque muchas veces absurdos, que proliferan hoy en nombre de los grandes valores". Y entrando a lo familiar, este profesor de filosofía del derecho nos cuenta que "desde su nacimiento decimos Negrita a una mis hijas y, hechas las consultas al interior de la familia, no vamos a desistir de continuar dándole ese trato tan cariñoso como exacto".

Esto de negros y negritas puede tener muchas interpretaciones desde el afecto hasta el desprecio, pasando por las penas de amor de las cuales hablamos en otra ocasión.

El trato a las personas por su aspecto físico, para bien o para mal, es parte de nuestra cultura y no podemos pretender llegar a un lenguaje aséptico, impoluto y sin matices.

Así como recordamos a la Rubia Mireya del tango, en torno a quien se "hacían ruedas pa' verla bailar", también evocamos a Ester Soré, la Negra Linda de la Radio, recuerdo de los años 40 del siglo pasado.

Y podemos seguir con los negros y negritas, de los cuales se ha hablado mucho en los últimos días y también de los alcances publicitarios de su muerte marquetinera, que ha convertido a la galletita aquella casi en un objeto de colección, con todos los problemas de vencimiento que tiene conservar un chocolate.

El libre uso de las palabras da para todo y es la base de la creación literaria. Limitar su uso es, simplemente, frenar la creatividad, pero al parecer muchos quieren ir en esa dirección instalando una Santa Inquisición en el Siglo XXI.

Esto de la sensibilidades, el respeto a las minorías de todo tipo se está convirtiendo en una conducta "políticamente correcta", claro que, como afirma un viejo dicho criollo, "bueno es el cilantro, pero no tanto".

Esta exageración y el deseo de "quedar bien" pueden llevar a una autocensura, como el "caso Negrita", hoy Chokita, y condicionar muchas marcas comerciales.

¿vinos ofensivos?

Están, por ejemplo, varios vinos que recurren a santos en sus etiquetas, a las que acompañan medallas o estrellas, junto a categorías diversas de año de cosecha o guarda.

Mirando en botillerías tenemos en las etiquetas de blanco, tinto o rosé a San Pedro- "tú eres piedra"-, a Santa Rita -patrona de las causas imposibles-, a Santa Digna, a Santa Ema y a San Blas, un vino dulce que en su etiqueta posterior lleva una licencia religiosa que lo habilita para ser usado en la misa.

A los vinos podemos sumar marcas comerciales que también abusan de lo religioso. Una muy buena carnicería viñamarina, especialista en estupendos cortes para la parrilla y en interiores, se llamaba Lo Vásquez. Homenaje de su dueño a la Virgen que lo ayudó a lograr prestigio y prosperidad.

Podría ser que algún grupo de católicos fundamentalistas objetaran está utilización comercial de valores religiosos y funaran los productos en redes sociales.

Y analicemos el caso de uno de los destilados de mayor consumo en nuestro país, como es el Araucano, que no se fabrica en la Araucanía, sino que en la calle Yungay del barrio Almendral de Valparaíso.

Mezcla de yerbas "indígenas de Arauco", dice su etiqueta, antigua receta alemana de Fritz Hausser, es un excelente bajativo después de esos condumios que son verdadero colesterol a la vena. ¿No es una ofensa relacionar a pueblos originarios con una bebida alcohólica? Así como la Negrita derivó en Chokita, el Araucano podría denominarse "Del estribo", el conocido trago final antes de subirse al caballo en nuestra tradición campesina. A nadie ofende.

Humor en apuros

Y en estos tiempos de sensibilidades extremas, quienes están en graves apuros son los humoristas.

Chistes de homosexuales, de judíos, turcos, españoles, argentinos, chinos o alemanes están vedados y pueden ser calificados de sexistas, raciales o lo que se quiera, por muy buenos que sean, y quedan reducidos a un limitado auditorio.

Un análisis a fondo del viejo chiste aquel del sofá de Don Otto, nos presenta una imagen de los alemanes como limitados, en circunstancia que de limitados nada tienen. Pero el viejo cuento subsiste y hasta es empleado en discursos políticos y en sesudas columnas como un ejemplo de ingenuidad y contrasentido.

Ciertas características corporales también parecen inconvenientes en rutinas humorísticas. Los calvos -"el pelado"-, curcos, cojos o turnios no se pueden incluir. También están los gordos -"hola guatón"- que merecen respeto. Condorito debe respetar a Doña Tremebunda y, de paso, andarse con cuidado con ciertos chistes de alcance sexista o machista.

Masacre en parís

El humor con alcances raciales o religiosos puede tener resultados fatales, como aquella caricatura sobre Mahoma que publicó el semanario francés Charlie Ebdo que desató la furia de musulmanes fundamentalistas en enero de 2015. Resultado, un ataque a la redacción que dejó un saldo de 12 muertos y varios heridos.

"El Colgajo", obra de Philippe Lancon, una de la víctimas sobrevivientes, nos presenta un crudo relato del ataque y describe, paso a paso, su difícil recuperación, física y emocional. Entrando directamente al momento del atentado escribe que "cuando no se la espera, ¿cuánto tiempo hace falta para sentir que la muerte llega? No es solo la imaginación que se ve superada por los acontecimientos; son las sensaciones mismas. Oí otros ruidos bajos y secos, nada que ver con las atronadoras detonaciones del cine, no, sino unos petardos sordos y si eco…". Es la descripción que hace del ataque con armas automáticas contra periodistas y dibujantes reunidos en torno a la mesa de la redacción de la revista. Agrega que "no hubo ráfagas. El que se movía al fondo de la sala y hacia mí disparaba una bala y decía 'Allahu Akbar!'. Disparaba otra bala y repetía: Allahu Akbar!"…este grito, eco demente de una plegaria ritual". Y tras la huida de los agresores "los muertos casi se cogían de la mano. El pie de uno tocaba la barriga de otro, cuyos dedos rozaban el rostro del tercero, que a su vez se inclinaba hacia la cadera del cuarto, que parecía mirar al techo…".

Fue la letal respuesta de musulmanes fundamentalistas ante caricaturas y comentarios sobre el profeta. Por cierto, no está bien hacer mofa de valores religiosos o movimientos espirituales, pero la respuesta de quienes se sienten depositarios de la verdad, y no lo son, resulta inaceptable.

Tanto en el "caso Negrita", como en el de París aparecen como factor dominante los temas del respeto y la tolerancia, exigencias presentes en nuestra realidad actual.

por segismundo