"Soy chileno de tomo y lomo, y esa condición es algo que yo nunca me he cuestionado"
Destacado creador, postulado a Premio Nacional de Artes Plásticas por un nutrido grupo de artistas, universidades e instituciones, dice que "en realidad he tenido más reconocimiento en el extranjero que en Chile. No me importa mucho, pero es la verdad".
En sus tiempos de estudiante veinteañero en la Escuela de Bellas Artes de París, Mario Toral (87) regresaba de una fiesta en su motocicleta con una amiga y por una mala maniobra salieron los dos disparados por el aire a la altura del café Les Deux Magots, el mítico lugar de reunión de la intelectualidad francesa.
"A ella no le pasó nada, pero yo perdí el conocimiento y quedé tendido en el suelo. Salió a auxiliarnos la gente de ese café, y cuando yo empezaba a abrir los ojos vi junto a mí a un señor miope, con anteojos poto de botella, mientras mi amiga me decía: '¡Mario, te está ayudando Jean Paul Sartre!'. Después, cuando pasaba por ahí, yo lo miraba y le hacía la V de la victoria, y a veces él me respondía".
Sus compañeros de Bellas Artes, en todo caso, no tardaron en construir la leyenda de que el chileno era amigo íntimo de Sartre, relata con gracia retroactiva el destacado artista chileno, recordando uno de los muchos episodios de su viajada existencia que incluirá en la autobiografía que está preparando con disciplina y esmero, y que se sumará a sus libros y a sus cuentos que han sido publicados en revistas literarias de Chile, Estados Unidos, Francia y Suecia.
El autor del mural "Memoria visual de una nación", que millones de personas han visto en la estación Universidad de Chile del Metro de Santiago, salió de Chile a recorrer el mundo cuando era un adolescente; vivió siete años en Francia y 50 en Nueva York, entre otras partes; se forjó una trayectoria que le ha deparado más de una veintena de importantes distinciones internacionales, y hoy un nutrido grupo de artistas e intelectuales, universidades, museos e instituciones lo postulan a Premio Nacional de Artes Plásticas 2021.
"Hasta los 22 años -ha recordado- viví y dormí en la calle, como un vagabundo", en países como Argentina, Uruguay y Brasil, hasta que llegó a París, donde estudió grabado. Volvió a Chile tras 14 años de ausencia y aquí enseñó pintura en la Universidad Católica e ilustró varios libros de Neruda, entre ellos "Machu Picchu" y "Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada". Volvió a irse en 1973, esta vez a Estados Unidos, de donde regresó en los años 90, para entre otras actividades convertirse en el primer decano de la Facultad de Artes de la Universidad Finis Terrae, integrarse a la Academia de Bellas Artes del Instituto de Chile y abocarse a su monumental mural de 1.200 m2, que le demandó cinco años de trabajo.
"algo debe tener lo que yo hago…"
- Se multiplican los apoyos para que se le entregue el Premio Nacional de Artes Plásticas. Desde artistas de todas las disciplinas hasta universidades y museos, incluyendo la Federación de Supervisores del Cobre de Chile. ¿Qué le parece?
- Es lo que hacen los amigos, me alegro mucho que piensen en uno. En mi vida he tenido la suerte de recibir premios muy importantes, entre ellos el de la Fundación Guggenheim en Nueva York, de modo que algo debe tener lo que yo hago que concita una unión con las situaciones y las personas de los países donde he estado. Aunque los premios hay que mirarlos como lo que son, y puede haber injusticias también.
- La carta de respaldo dice que con su obra, "ligada indisolublemente a la esencia de nuestro país, ha proyectado el prestigio de Chile y su cultura a lejanas latitudes, como lo muestran sus distinciones en Asia, Europa, Norte, Centro y Sudamérica". ¿Cómo dialoga usted con tanta trascendencia?
- En mi mochila yo llevo a Chile. Soy chileno de tomo y lomo, eso es algo que nunca me cuestiono porque por genética, por nacimiento, todo lo que yo soy se lo debo a Chile. Pero también ese sentimiento abarca los países latinoamericanos donde me ha tocado estar por mis viajes. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo mi autobiografía y no comencé en forma cronológica, sino por lugares donde he vivido. Uno de los más importantes es Francia porque ahí estudié en la Escuela de Bellas Artes, que era como un pequeño mundo, y me convertí en un parisino. También compartí con muchos pintores argentinos, venezolanos, brasileños, puertorriqueños, cubanos, a través de quienes me enteré de sus respectivos países, con los que tenemos una historia muy parecida. Creo que eso ha vitalizado mi visión de artista y también la de una persona que escribe.
"mario toral, soldado de fortuna"
- ¿Ya tiene título para la autobiografía?
- Mire, en el siglo XVI muchas personas, desde campesinos hasta nobles, se inscribían como soldados para ir a luchar por su imperio -porque había colonias hasta en la Cochinchina- y cuando volvían, a veces sin un brazo o una pierna, los reyes los trataban muy mal. Se les llamaba soldados de fortuna. Mi autobiografía se va a llamar 'Mario Toral, soldado de fortuna'. Leyendo sobre esto constato que lo común en ellos era una palabra que se repite: el desengaño.
-¿Y por qué usted se considera un soldado de fortuna?
- Porque cuando a los 16 años me fui de Chile a la aventura, tenía ideales. Esa era la razón por la que me iba, y ver cómo era el mundo. Y cuando he vuelto veo que la situación, no solo en Chile, sino en todas partes, es la misma: conflictos, el país más poderoso es el que tiene más armas nucleares, en fin. Entonces es un desengaño por los ideales.
- ¿No encuentra que el Premio Nacional sería un justo reconocimiento a ese niño que se fue a viajar a los 16 años, casi sin plata y sin haber dado los exámenes de fin de año en el colegio?
- Sí, porque debo decirle que en realidad he tenido más reconocimiento en el extranjero que en Chile. No me importa mucho, pero le digo lo que es la verdad. En todo este tiempo he recibido más de 20 premios internacionales.
- También usted vivió mucho tiempo en el extranjero, entonces tal vez su obra es más conocida afuera que en el país.
- Sí, sobre todo en Estados Unidos. Viví cincuenta años en Nueva York, entonces tengo obras en casi todos los museos importantes de ese país.
Recuerdos de un forjador
- ¿Cuánto le debe su arte a don Agustín Calvo, ese español dueño del almacén del lado de su casa que detrás del mostrador pintaba las cosas que vendía y que usted se empinaba para mirar cuando era muy chico?
- Qué bueno que lo mencione porque tengo una deuda de gratitud con él. Cuando era niño, no más de ocho años, lo miraba pintar y cuando llegaba alguien a comprar -en ese tiempo se compraba un cuarto de aceite, cien gramos de azúcar, todo en paquetes chicos-, don Agustín, que era viejito, tenía que dejar los pinceles para atender. Me forjó. Primero, la fuerza para querer poner una imagen en un cuadro, cueste lo que cueste, con todas las dificultades que nos acarrea la vida cotidiana a todos los seres humanos. Y además él me llevó al Museo de Bellas Artes cuando tenía como siete años. Aprendí a ver en el pasado, eso es lo valioso de ir a los museos.
- Se preguntaba en una entrevista cuáles son los parámetros que unen a una escultura africana hecha a hachazos con un cuadro del Renacimiento y se respondía con una frase atribuida a Sócrates: la belleza, que es lo bello. Qué subjetivo, ¿no?
- La belleza es indefinible. La Escuela de Bellas Artes de París estaba frente al Louvre. Yo pertenecía a esta cultura romana, Renacimiento, arte de la Edad Media, arte contemporáneo. Pero al mismo tiempo que era asiduo visitante de ese museo, iba con el mismo placer estético al Museo del Hombre, que es ante todo antropológico, de los utensilios, los ropajes, los cráneos. La sala que siempre visitaba era sobre unos indígenas de una zona de Nueva Guinea que se llama Sepik, un área de pantanos donde hay lagartos y cocodrilos, y donde ellos vivían como en la Edad de Piedra. Para que los animales no se comieran sus alimentos, los ponían dentro de jarros o canastos que colgaban de las vigas de sus chozas. Los colgaban con unos ganchos de madera en forma de medialuna como de unos 40 centímetros que eran tallados con seres humanos y distintos animales. Yo no podía evitar llorar al observar cómo estos hombres, en el barro del pantano, podían sublimar el espíritu de estos animales en algo tan hermoso y tan bien tallado. Esos ganchos tenían la belleza, que a veces sí, a veces no, se aproxima a la verdad.
- ¿Cómo se da esa aproximación que menciona?
- Aproximarse a la verdad también tiene un propósito moral, el de unirse a la justicia. Muchas veces obras excelsas de la humanidad
Kierkegaard decía que a veces nuestras sociedades defienden actos de violencia porque hay un fruto hacia la justicia. Él mismo agregaba: Tal vez, pero queda en la historia y se escucha la voz de los que consiguieron algo con la violencia. ¿Y qué pasa con las víctimas de la violencia?"
"En el mural 'Memoria visual de una nación' trabajamos cinco años. No es solo un homenaje a la belleza, están también las escenas de los conflictos, que nos recuerdan que hemos pasado por periodos muy oscuros. Es un aporte para que reflexionemos sobre la historia de nuestro país y no repitamos los errores que hemos cometido".
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