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LA PELOTA NO SE MANCHA

Travesía al fin del mundo

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Puede sonar catastrófico, pero la realidad no miente. O, mejor dicho, la tabla de posiciones de las clasificatorias asoma como una guadaña rondando el cuello de la Selección chilena. Los seis puntos en la misma cantidad de partidos, con el agravante de haber utilizado en lo que va de la primera rueda los dos comodines (Venezuela y Bolivia), asoman como un peor rival que los propios combinados nacionales a los que se enfrentará la Roja la primera quincena de septiembre.

Desgraciadamente, la Selección no tiene margen de error y el calendario no parece hacerle siquiera un guiño. Brasil de local; Ecuador y Colombia de visitante, asoman como un monte inexpugnable si revisamos las últimas estadísticas frente a estos mismos rivales. Una cosecha pobre en números puede ser lapidaria para las aspiraciones de Lasarte, que se quedó con poco margen de maniobra y sobre todo, con un contingente de jugadores confiables para este tipo de partidos muy reducido.

Quedar lejos del Mundial en septiembre sería un duro mazazo para toda la actividad. La depresión que produjo la eliminación de Rusia 2018 todavía retumba en la actividad, al punto que todavía muchos todavía no logran ponerse de pie. Una nueva ausencia de una cita mundialista podría tener consecuencias todavía más nefastas para nuestro fútbol. Es un hecho de la causa que cada mal resultado de la Selección repercute no solo en los hinchas, también en los jugadores y en los alicaídos clubes.

Por todo esto es que resulta indispensable que Lasarte no solo tenga la mente más fría que nunca para tomar cada decisión futbolística, que incluye la conformación de la nómina. También corre para la planificación de un periplo que a simple vista luce aterrador. Jugar en Quito menos de 72 horas después de enfrentar a Brasil supone tomar decisiones con anticipación, que a lo mejor le pueden resultar desagradables a muchos de los intocables del plantel, pero siempre sobreponiendo el beneficio de la Selección. Más allá de alguna cara larga por una circunstancial suplencia, el charrúa debe dejarles en claro a todos que necesitará más que nunca de todo el plantel, sea a quien sea que le toque jugar. Y ese discurso debe ser asimilado por titulares y suplentes, principalmente de estos últimos que en su mayoría no estuvieron a la altura en la Copa América.

Pero amén de que el seleccionador cuenta con 13 o 14 futbolistas de primera línea, y que los habituales suplentes no han ratificado su eventual llamado a la Selección, las estrellas del equipo no pueden pretender jugar siempre a cualquier precio. Ya vimos lo que sucedió en la previa de los cuartos de final de la Copa América, cuando el entrenador cedió a los deseos del Niño Maravilla de estar presente ante el Scratch pese a no estar en plenitud de condiciones producto de un desgarro. El resultado todavía lo pagan todos porque el tocopillano sigue sin recuperarse de sus problemas musculares y por ende, la Roja no podrá contar con quizás hasta cuándo.

Por ello es necesario tener mas que nunca un estratega en todo sentido. Cabe recordar que en este siglo no hemos rescatado siquiera un punto y apenas convertimos un gol (3-1 en 2012) en la capital ecuatoriana, por lo tanto se deben tomar muchos factores, más allá de los nombres. A esa altura, muchos de los seleccionados habrán tenido su primer partido como titular de la temporada ante el Scratch, entre otros Arturo Vidal, y eso no se puede soslayar. Cada detalle cuenta. Cada error de planificación puede costar puntos, que hoy son más necesarios que nunca.

Si alguna lección dejó la Copa América es que este brillante grupo de jugadores no fue capaz de sostener tres partidos en una semana. La veteranía de los habituales titulares, sumado a la poca confianza del propio Lasarte en los potenciales reemplazantes, fue dejando sin piernas al equipo, hasta llegar a esa actuación para el olvido frente a Paraguay. Por eso no hay que ser experto en fisiología para anticipar que jugar en Quito a menos de 72 horas de jugar contra Brasil y luego bajar a Barranquilla para jugar ante Colombia, la alta temperatura y una humedad insoportable, representa un desafío estratégico digno de un general de batalla. Ya falló Machete su plan estratégico en Brasil durante el torneo continental. Ahora no puede volver a equivocarse. Cada error o detalle aleja a la Roja cada vez más de Qatar.

Sin Alexis Sánchez seguramente, pero con un Vidal pletórico de confianza y dos delanteros como Brereton y Vargas sumando buenas actuaciones de forma consecutiva, Lasarte deberá ahora encontrar los caminos al gol que se extraviaron desde hace mucho tiempo. Incluso desde antes de su llegada. Pero él no puede mirar hacia atrás para buscar justificaciones, sino demostrar que es el hombre capacitado para darle soluciones a una Selección que iniciará el viaje al fin del mundo. Que bien nos puede acercar algunos kilómetros a Qatar o decididamente empezar a hundirnos en el fondo del mar.

por cristián caamaño,

comentarista de espn

y radio agricultura

¡Al estadio, al estadio!

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Después de casi dos años, volver al estadio ha sido una experiencia extraordinaria. En primer lugar, porque hasta hace algún tiempo jamás nos imaginamos que iba a ser posible clausurar la entrada del público a un recinto deportivo por una pandemia, algo digno de una película de ciencia de ficción.

Mientras estuvimos encerrados, tuvimos que soportar, primero, la suspensión del fútbol y, luego, los partidos sin público. A la fuerza, tuvimos que aceptar ese espectáculo insípido de un entrenamiento disfrazado de partido oficial. Al principio, lo único entretenido era escuchar a los técnicos y a los jugadores, hasta que nos dimos cuenta de que decían siempre lo mismo: "¡Profe! Revise el VAR"; ¡Sube! ¡Baja! ¡Que no se te meta el 9! Y un largo etcétera de frases simples.

Ahora que se abrieron las puertas, hubo que prepararse para un nuevo control que incluía el pase de movilidad, casi más importante que la misma entrada. Los carabineros pasaron de controlar a las barras para ahora transformarse en vigilantes de la salud. No quedó otra que armarse de paciencia. Mientras algunos tenían listo su pase de movilidad en el celular, una señora lucía orgullosa su pase plastificado; y otro que se jactaba en la fila y reclamaba por la espera, fue el que más retrasó al resto debido a que en su turno no encontraba el santo y seña.

Pero tal como uno podía imaginar, la mayor polémica surgió a raíz de los niños. La norma establecía que podían entrar sin su pase de movilidad con su apoderado, pero luego en el estadio, surgió la duda de si era por límite de edad o si era por el tamaño, el largo o el ancho. Más de algún peque, que por primera vez asistía al estadio, debe haberse preguntado, aburrido en una eterna fila, por qué no estaba en su casa, si igual lo daban en la tele.

Y no deja de ser cierto. Hasta antes de la apertura, solo bastaba con estar en la casa para ver el partido. Así y todo, creo que llegué tarde a todos los encuentros televisados, confiado de que estaba a sólo un paso de la transmisión. A veces, porque no encontraba el control remoto, otras, porque justo me mandaban a tirar la basura o porque tenía que pasear al perro…

Otra dificultad de disfrutar un partido en el estadio tiene que ver con las alineaciones, los jugadores y las repeticiones. La experiencia de estar en vivo resulta inigualable por la energía que se transmite desde el público hacia la cancha y viceversa. Pero nadie nos dice quién es quién, confundiéndose todos en una amalgama de tatuajes y peinados raros. Y aunque ahora vemos el conjunto, perdemos el detalle en cada jugada. El principal problema, no obstante, es el VAR y la lenta espera de la revisión de la jugada. No hay respeto por los hinchas que ya no disponemos ni de café ni de maní confitado para matar la ansiedad. Uno tiene que estar llamando o mandando mensajes para saber si fue mano o no. Por interno dicen que fue uña o clavícula, pero parece que intencional. Otro que ve el partido por la aplicación pregunta en el chat ¿qué penal? Claro, la imagen llega con retraso y todavía no se entera de que ya estamos en el segundo tiempo.

Los hinchas, en tanto, justifican el precio de la entrada a costa de insultos a los jugadores. Y es que algunos futbolistas se lo merecen, pero otros no tienen la culpa de que nos hayan tenido encerrados en la casa tanto tiempo aguantando los retos de la señora.

Aunque en Chile el fútbol es muy lento, todo se pasa muy rápido. Se termina el partido y es como haber corrido varios kilómetros. Uno queda cansado y afónico, luego de sentir la emoción de un espectáculo en vivo y en directo, aunque queda con la sensación de que faltó algo: la repetición del gol que no vi bien por estar mirando el teléfono; la mano que dicen que no fue penal; el penal que dicen que no fue mano, la jugada que creo que estaba off side y la pelota que vi adentro….

Mientras en la casa ya estaría destapando otra cerveza para el próximo encuentro, la experiencia del regreso al estadio termina en una larga fila en donde estamos todos apretados. Con el pitazo final, se termina el partido y con él, todos los protocolos. A pesar de todo, no veo la hora de volver.

por winston