Postnormalidad: ¿Y ahora qué?
Ala par del retorno a las actividades presenciales y la reducción de los contagios de Covid-19, mucho se habla de la postpandemia y de los cuidados que deberemos seguir. Sin embargo, pienso que deberíamos incorporar otro término para pensar en un nuevo tiempo: la postnormalidad. Si bien todos esperamos volver a la normalidad, en realidad nos instalaremos en otro lugar existencial. La normalidad, un concepto tan ambiguo y tan poco claro. Aun así, deseamos volver a ella.
La actual postnormalidad es y será un tiempo más crítico todavía, al tener que escoger cómo procederemos a la hora de recuperar la rutina de la vida, la existencia del sentido o instalar otro tipo de sentimiento comunitario.
Ante este escenario, nos enfrentamos a una gran disyuntiva: si nuestras relaciones van a transformarse en vínculos medibles, funcionales y numerables, o podremos recuperar un modo de relación cuyo relato nos acerque a una vida en comunidad con mayor humanización y espiritualidad.
Como un eco de lo que dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, con la pandemia observamos cómo la virología, una disciplina científica que ha destacado por sus aportes en torno a la medición y trazabilidad de casos de Covid-19, desempoderó la teología, relato de sentido y fundacional que da unidad de sentido a la existencia, más allá de los números y las estadísticas que ansiosamente semanalmente esperamos en los reportes oficiales.
Debemos tener cuidado para que esa misma distancia que nos protegió del virus no se instale en nuestras relaciones, cuando la teología propone al hombre en relación y en contacto, nunca en distanciamiento.
En este nuevo escenario, ¿quiénes van a llevar las sociedades? La teología cristiana puede aportar al diálogo con las distintas espiritualidades que pueden ayudarnos a entender mejor la vida, al buen vivir. Ya nos hemos acostumbrado a estar atentos a los números y recomendaciones del Minsal, a seguir los protocolos de distanciamiento y a naturalizar las cifras de muertes informadas en cada jornada. Ese lenguaje ya está instalado. No hay relato, somos números y protocolos. Eso deshumaniza y nos cuantifica.
Todos estamos atentos a qué comunas y regiones salen de una fase y entran a otra con más o menos libertades, los números se transformaron en nuestra expectativa de vida. Se destacan más los casos e índices de muertes diarias y eso es lo que Byung-Chul Han denomina sociedad paliativa.
Cuando se busca dejar de lado el dolor por un positivismo prometeico ("sé feliz"), los rituales desaparecen y se instalan otros indicadores de sentido o sin sentido que son los números: casos, muertes, cambios de fases, aforos y toque de queda.
De este modo, la teología, la filosofía y las distintas espiritualidades serán fundamentales para que en la postnormalidad recuperemos relatos o creemos otros nuevos que nos lleven a una mayor integridad y un nuevo modo de relacionarnos unos con otros, para así reorganizar nuestras vidas.
Por último, la postnormalidad no sólo debe referirse a lo sanitario, también lo social, lo político y lo nacional. Los chilenos nos enfrentaremos a una crisis del relato nacional, con un debilitamiento de los símbolos que nos unen y por eso la postnormalidad debe ayudarnos a configurarnos como país, como sociedad, a la hora de definir qué es ser feliz hoy.
por Dr. Cristian
Eichin Molina OFM,
Vice Gran Canciller PUCV