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El Mercurio de Valparaíso, 194 años

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La realidad política, económica y social de Valparaíso está cada día más compleja. Más pobre, polarizado y de capa caída. Lo importante es seguir dando la batalla para dar cuenta de la marcha de la región, como se ha hecho durante casi los últimos 200 años".

El 12 de septiembre es una fecha especial para El Mercurio de Valparaíso. Se cumple otro aniversario más de su centenaria existencia, acercándose a pasos agigantados a celebrar nada menos que dos siglos de vida. Resta un trecho corto, seis años que, aunque parecieran estar "a la vuelta de la esquina", está, en realidad, mucho más lejos de lo que uno cree.

Y es que la industria periodística, de un momento a otro, ha tenido un giro copernicano desde la aparición de internet. Algunos podrán decir que con el surgimiento de la radio y la televisión sucedió lo mismo, que ambos fueron también una amenaza y que después cada uno terminó ocupando un espacio distinto, incluso, complementario.

Sin embargo, lo de ahora es diferente. Las ediciones impresas cada vez se leen menos. A muchos les resultan incómodas, poco prácticas y a los suplementeros les es imposible competir con la inmediatez de las páginas web.

Lo interesante es que esto no es tema para las nuevas generaciones. La verdad es que ya no leen los diarios. Siendo honestos, la triste realidad es que ya no leen casi nada. Con suerte tienen twitter para informarse. Lo otro son las noticias que ven en Instagram o Tik Tok algorítmicamente seleccionadas para no aburrirlos.

En esta línea, el desafío que queda para los diarios es ser capaces de interpretar la noticia que circula minuto a minuto durante el día. Dar profundidad y nuevas perspectivas de análisis, aprovechar, por ejemplo, todo ese saber que está circulando en las universidades de la región en un lenguaje que esté al alcance de los lectores.

Tomando como ejemplo El Mercurio de Valparaíso, es necesario volver a los orígenes, como cuando, hace 194 años, Pedro Félix Vicuña invitaba a sus amigos a colaborar en las páginas de un periódico que circulaba solo los miércoles y sábados.

Roberto Hernández, en su obra dedicada al centenario del diario, recuerda el ambiente que se vivía por esos años en el puerto, que estaba recién comenzando a construir los cimientos que lo iban a transformar en uno de los más importantes del Pacífico. En 1827, la ciudad donde iba a circular este nuevo "Periódico, mercantil, político y literario" no tenía más de 20 mil almas, de las cuales, un porcentaje muy menor sabía leer y escribir. Por esta razón, los periódicos estaban pensados para ser leídos en voz alta en la plaza, en el muelle o en los cafés.

Respecto del título, es bastante conocido que hace alusión a la deidad romana que, entre múltiples funciones, cumplía la de ser el mensajero de los dioses. El nombre tenía poco de original en el ámbito local y respondía a una comunidad intelectual educada en el mundo clásico. De hecho, el fray Camilo Henríquez fundó El Mercurio de Chile, un periódico histórico, científico, económico y literario en 1822. Cuatro años después, el español José Joaquín de Mora sacó a la luz pública El Mercurio Chileno.

No sería raro que "Mercurio de Valparaíso", como figuró el nombre en las primeras ediciones, haya sido considerado como una publicación esporádica, una de muchas más que aparecieron con grandes pretensiones, pero que terminaron siendo consumidas por el día a día, cuando el entusiasmo de sus fundadores y colaboradores mutó al hastío.

Una evidencia de lo anterior aparece cuando revisamos la estadística bibliográfica de Ramón Briseño. En el año 1827, además de nuestro diario, se publicó El Boletín del Monitor, El Clamor del Pueblo Chileno, La Clave, El Cometa, El Descamizado (sic), El Espectador, El Independiente, El Indicador, El Insurjente araucano (sic), El Monitor Imparcial, El Observador de Valparaíso, El Pipiolo, El Valdiviano Federal, El Verdadero Liberal y El Hambriento que se definía como: "Papel público sin periodo, sin literatura, impolítico, pero provechoso y chusco".

Ninguno de ellos alcanzó la trascendencia de nuestro diario. Razones hay muchas, pero una importante es que sus fundadores y diversos propietarios consiguieron ir adaptándose y responder a las necesidades del puerto que fueron apareciendo con el paso del tiempo.

Por esto mismo, el presente del decano del periodismo chileno es tan complicado, porque la realidad política, económica y social de Valparaíso está cada día más compleja. Más pobre, polarizado y de capa caída. No es la primera vez ni será la última que esto sea así. Lo importante es seguir dando la batalla para dar cuenta de la marcha de la región, como se ha hecho durante casi los últimos doscientos años, cada día escribiendo fragmentos de su historia, pero también siendo parte de ella. 2

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Humildad y dolo

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Críticas más o menos, el engaño de Rojas Vade horada gravemente la imagen de la convención y debiera servir para remecer a quienes la componen, de manera que entiendan que no pueden seguir mirando a las otras instituciones por arriba del hombro".

"La mentira tiene patitas cortas", dice el dicho popular, al que se agrega que "tiene también explicaciones largas". Y así lo hemos podido comprobar esta semana, a propósito de la "equivocación" -como él mismo lo ha llamado- del constituyente Rodrigo Rojas Vade, que inventó padecer cáncer antes, durante y luego de la campaña que lo llevó a instalarse en la Convención Constituyente.

No solo él habló de un desliz. Varios de sus colegas intentaron bajar el perfil de la situación, planteando que se trató de un error, que debe "tirar la primera piedra el que esté libre de pecado" y que llevar estos temas a los medios es parte de una operación para desprestigiar a la CC. "No puede ser que una situación de un convencional sea el tema del día. Estamos mal informando de esa manera", dijo incluso la presidenta de la entidad, Elisa Loncón, intentando -una vez más- pautear a la prensa y criticarla por querer ahondar en el caso.

Pero vale la pena detenerse en el concepto de "error" planteado por Rojas y otros. La Real Academia de la Lengua Española define esta palabra como "acción desacertada o equivocada", entre otras acepciones. Y ciertamente la actuación de Rojas Vade cabe dentro de esta significación. Pero hay otra noción que viene a la mente, el dolo, el que se entiende como un engaño o voluntad maliciosa respecto de un hecho.

¿Hubo dolo en la mentira de Rojas? ¿O fue derechamente un error del que no supo salir? Eso es lo que deberá definir la propia convención y también la justicia, toda vez que la mesa de la entidad envió los antecedentes a la fiscalía. Sin embargo, la farsa montada por el constituyente tiene efectos concretos respecto de su llegada a la política. No es una invención inocente. Porque sus votantes fueron engañados por la figura de este hombre, profundamente endeudado por causa de su supuesta enfermedad, que salía a marchar cada semana con un catéter cuidadosamente instalado y colgando de su cuerpo -por el que recibía, en teoría, los medicamentos de la quimioterapia-, con el rostro muchas veces demacrado y un discurso que a nadie podía dejar indiferente: mucho menos a quienes han padecido o han tenido familiares con cáncer, ni a quienes hemos visto morir a un cercano por culpa de esta enfermedad.

Aquí hubo dolo. Hubo una macabra utilización del dolor para hacer campaña política y hacerse de un cargo al que quizás no habría llegado sin esa mentira hacia los votantes. Y la prensa no es la culpable, como deslizaron Loncón y otros convencionales. Los medios no son los causantes de todos los males de la CC, sino la farsa, la falta de transparencia y la pretensión de creerse por sobre el bien y el mal, solo por ser parte del poder constituyente.

El problema, en todo caso, es mayúsculo, porque el "error" de Rojas Vade no solo es un "tema personal" como manifestaron varios convencionales, sino que salpica a la propia convención, bombardea el corazón de una institución que surgió como la forma de canalizar el malestar social verificado a partir del 18O y tras un plebiscito en el que los chilenos votaron porque la Constitución fuera redactada por una entidad nueva, alejada de los vicios de la política tradicional.

Por eso, los intentos de defensa corporativa que algunos emprendieron en un comienzo, son peligrosos. Incluso cuando la propia presidenta de la entidad dice que "nosotros somos humanos, no somos dioses para no fallar". Y claramente no se espera que sean dioses, pero sí debiera tratarse de seres humanos de la talla y altura necesaria para llevar a cabo la tarea encomendada. Y que no asuman rápidamente los mismos excesos y "errores" de la clase política a la que tanto dicen despreciar.

Hay que reconocer, en todo caso, que tras la sorpresa inicial hubo algo de reflexión y algunos evitaron defender lo indefendible. Así, el propio vicepresidente de la convención, Jaime Bassa, salió a advertir que "no habrá defensas corporativas", mientras lo que queda de la Lista del Pueblo -ahora Pueblo Constituyente- sacó a Rojas de sus filas. Inclusive, algunos de sus miembros fueron más tajantes, como Manuel Woldarsky: "La mentira y el engaño tienen mi total repudio", dijo.

Pero críticas más o menos, el engaño de Rojas Vade horada gravemente la imagen de la convención y debiera servir para remecer a quienes la componen, de manera que entiendan que no pueden seguir mirando a las otras instituciones por arriba del hombro: la CC no es inmaculada, también puede ser sujeto de fallas, errores y dolo, y la falta de humildad ante aquello puede pasarles la cuenta. Peor aún, puede pasarle la cuenta a Chile. 2

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